Por Carlos Ares (*) |
Sé cómo se siente en el ánimo y
el cuerpo la fatiga de mantener/se en pie. Ni ganas quedan de levantar la
copa y decir “salud!” para brindar por
lo que sea que valga la pena.
Es en los brazos cansados y en la garganta seca donde se
nota más el peso de vivir acá. La pulseada es infinita. Grito sobre grito,
músculo tenso sobre músculo desencajado, verdad terminante sobre verdad
absoluta. Los formidables brazos, acabados en
puños cerrados, agarrotados entre sí se embisten y se trenzan con sus
dedos como cuernos. Tratan de imponer/forzar/doblegar la historia sin lograr
nunca que el pasado se incline hacia algún futuro.
Nada que no sepas, escribo. Cuando te parece que ya nada
puede sorprenderte, te llega por las redes sociales el video de un tal Santiago
Cúneo que se postula para gobernador de la provincia de Buenos Aires. Al
parecer fue expulsado de Crónica TV, pero ahí está, mirando a cámara, a alguna
otra cámara que compra o que alguien le paga. Primer plano del odio. Nombra a
María Eugenia Vidal, a Macri, al juez Bonadío, al fiscal Stornelli y a otros
funcionarios públicos. Advierte que van “a pagar con la vida”. A su vez,
también D’ Elía pide “fusilar”. Reaparece Duhalde, habla Aníbal Fernández, los
Moyano, Barrionuevo, Felipe Solá, De Mendiguren, los medios cuelgan del gancho
la ristra de chorizos de los últimos veinte, treinta años. Nada que no hayas
visto, escuchado, soportado antes. Ahí están, esos y otros, por si no los
tenías. Por si ya los habías olvidado.
Los lobos lucen sus colmillos reparados, babean sangre,
saqueos. ¿Cuánto/cuántos de ese/esos son/somos? ¿Cuánto de semejantes tipos que
se revuelven gozosos en el pozo ciego de su propia mierda tenemos que hacernos
cargo? Los comentarios que provocan atoran las cloacas de las redes sociales.
El hedor se alza, se desprende, se impregna en el aire de lo que hacés, de lo
que esperás, de lo que tocás. Te envuelve y te persigue adónde vayas como un
fantasma maloliente que quiere envolverte, arrojarte, hundirte nuevamente en la
ciénaga de la resignación y el desasosiego.
Nada que no sepas, escribo. El vocerío aturde como los loros
cuando sobrevuelan el parque. En las calles, en Tuiter, los foros, los bares.
Si decir “alivio” te lo diera, si acaso “abrazo” te llegara, tal vez
importarían ahora algunas palabras. Si de verdad eso fuera posible, creo que
elegiría ofrecerte “silencio”, aún cuando me reclamaran después por el espacio
que dejaría callado. Se indignarían entonces los que la tienen tan clara. ¿A
quién puede importarle hoy quienes solo miran y no abren la boca para decir
alguna “verdad”? ¿Quién no sabe acaso porqué nos va como nos va y cómo se
arregla este país? Que se vayan, que se encierren, dirían, que se oculten los
que solo callan y tratan de comprender. Fuera de acá. También sabemos qué hacer
con ellos.
En Art, de la dramaturga francesa Yasmina Reza, uno de los
tres amigos protagonistas paga una fortuna por un cuadro enteramente blanco.
Marco y tela blancas. Esa compra da origen al conflicto. Al fin, llegan a un
acuerdo. “Ven” algo donde no hay nada. “Una figura blanca que se desliza en la
nieve”, coinciden. La obra revela el “arte” de la convivencia. En los afiches,
las letras del título estaban escritas cada una de un color. Era una referencia
a los colores/ miradas de los protagonistas sobre sí mismos y los demás.
Nada que no sepas, escribo. Que no veas, que no escuches.
Dejaría el cuadro de esta columna en blanco mientras bebemos, sorbo a sorbo,
una cerveza. Nada te puede ser más inútil hoy que estas líneas, pienso. Pero
aun así hay que intentarlas.
(*) Periodista
© Perfil.com
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