Por Javier Marías |
Así que, si la tradición se mantiene, el mundo del fútbol sufrirá
a este Infantino varias décadas. Si digo “sufrirá” es por la prohibición a que
me he referido: las cámaras de televisión planetarias debían abstenerse de
sacar planos de mujeres vistosas o agraciadas en los estadios, “porque” —y el
motivo aducido es lo más idiota de todo— “tienen como propósito atraer a los
espectadores masculinos”, y por lo tanto son machistas o sexistas o las dos
cosas.
O sea que, de no ser por estos fugaces vislumbres de chicas,
los hombres no se pondrían ante el televisor ni locos. Resulta que los varones
nunca han estado interesados en admirar las evoluciones sobre el césped de
veintidós mozos esmerándose en dominar la pelota y meter goles, sino que se han
tirado hora y media ante el aparato —eso si no hay prórroga— a ver si captaban
brevísimamente la imagen de una chica guapa: su motivo oculto. Bueno es
saberlo, al cabo de tanto tiempo. Lo que no ha especificado la lumbrera
Infantino es: a) si las cámaras pueden sacar a aficionadas feas o entradas en
años (lo cual sería probablemente discriminatorio); b) si se deben permitir
planos de niños, no vaya a ser que eso atraiga a los espectadores pedófilos; c)
si las muchachas atractivas no estarían tentando también al público lesbiánico;
d) si las imágenes de hombres jóvenes (muchos a torso descubierto) no serán un
señuelo para las mujeres salaces y los homosexuales varones; y e) si se debe
prohibir enfocar a los futbolistas mismos, en el caso de ser apuestos y
atléticos, por si acaso. Mejor que no se televise nada. Lo más sorprendente de
esta sandez censora es que ha sido aplaudida por algunos columnistas
masculinos, que implícitamente han reconocido ser unos “salidos” enfermizos y
haberse pasado la vida viendo partidos para atisbar mujeres. Eso, o son de ese
género bajo que prolifera hoy tanto, los hombres que les hacen la pelota a las
mujeres. Lo cierto es que en la Final la imagen fue su ausencia: apenas si
hubo, en efecto, planos de las gradas. De nadie.
La otra fue la entrega de la copa y las medallas. Sobre una
tarima, las autoridades: Putin, Macron, la Presidenta de Croacia Kolinda
Grabar-Kitarović, el talentoso Infantino y otros que no sé quiénes eran. Empezó
a llover a lo bestia, una de esas cortinas que, si nos pillan en la calle, nos
obligan a guarecernos a casi todos. Los jugadores están acostumbrados, pero no
los paisanos. Al cabo de un par de minutos, apareció un esbirro con un
paraguas, con el que cubrió… a Putin, que en Moscú era el anfitrión, para mayor
grosería. Éste no le indicó en ningún momento a aquél que mejor protegiera a
alguno de sus invitados, por hospitalidad al menos. Durante un par de minutos
el único a salvo de la ducha fue el ex-agente de la KGB, famosa por su falta de
escrúpulos. Por fin aparecieron dos o tres esbirros más con sendos paraguas,
que sostuvieron sobre las cabezas de Macron, Infantino y otros. Así que durante
un rato todos estuvieron a resguardo menos Kolinda G-K, mujer afectuosa: con su
camiseta de la selección croata enfundada, abrazaba con calidez —quizá por
astucia— a todos los futbolistas, a los suyos y a los rivales franceses.
Ante lo insólito de la situación —para mí, que soy
anticuado—, dudé entre atribuirla a que la vieja caballerosidad ya ha sido
erradicada del mundo, y a varios calvos o semicalvos les traía sin cuidado que
se empapase la única persona con larga melena rubia (Kolinda G-K estaba hecha
una sopa), o a las consignas actuales que tildan de machista cualquier
deferencia hacia una mujer. Cubrir en primer, segundo o tercer lugar a la
Presidenta habría sido de un sexismo intolerable, así que se la abandonó hasta el
final deliberadamente (para cuando le llegó su paraguas, daba lástima). Más
allá del indiferente sexo de las personas, hay una cosa que se llamaba
educación, urbanidad o cortesía, que a la mayoría solía impelernos a ceder el
paso a cualquiera (mujer u hombre), a ceder el asiento en el metro o el autobús
a quien menos le conviniera permanecer de pie (mujer u hombre), a no empezar a
comer hasta que todos los comensales estuvieran servidos (mujeres y hombres), a
proteger con paraguas a quien más lo necesitara, por llevar ropa ligera, por
tener una edad a la que los resfriados se pagan caros o por lucir larga melena
frente a un grupo de calvos conspicuos sin riesgo de que sus cabellos parezcan
estopa tras un buen rato de jarreo. Si todo esto se ha abolido, no vaya a ser
uno acusado de machista, fascista, paternalista, elitista, discriminatorio o
civilizado, más vale que lo comuniquen con claridad las autoridades, aunque
sean las de la estupidísima FIFA.
© El País Semanal
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