domingo, 16 de septiembre de 2018

Los profetas del pasado

Por Tomás Abraham (*)
¿Quién puede estar de acuerdo con una inflación del 40%, tasas del 60%, una deuda en dólares con sombras de default, un ajuste recesivo que tiene efectos letales en los puestos de trabajo y en la producción, un aumento de la pobreza y todos los etcéteras que se quiera? Nadie.

¿Pero todos los que ponen el grito en el cielo qué proponen? ¿Cómo pretenden financiar el crecimiento de la economía con un Estado deficitario, una balanza comercial en cero o negativa, fuga de divisas al exterior o a cajas de seguridad, un ahorro interno inexistente y una puja distributiva con resultado nulo y brecha social profunda?

Imposible. Los profetas del pasado dicen que se debió hacer el ajuste apenas asumido el gobierno de Cambiemos. Saben que no era posible, salvo que se lo hiciera con un helicóptero en marcha en los techos de la Rosada.

Macri ganó las elecciones por un poco más de un punto gracias a la estrategia de Cristina Fernández que, como es tradición peronista, quería la eternidad no solo a costa del país sino de sus propios compañeros. Perón lo hizo a través de María Estela, Menem lo hizo, Néstor también, ¿por qué no ella?

Fue por la derrota de Aníbal Fernández y la irrupción de María Eugenia Vidal en el panorama político nacional que asume un grupo porteño en franca minoría en el Congreso con un mensaje de fundar un nuevo país y presentar una nueva dirigencia.

¿Qué había dejado el kirchnerismo? Un país cerrado sobre sí mismo salvo las buenas relaciones con Venezuela, Irán y convenios de infraestructura con China. Un Banco Central sin reservas después de una fuga galopante de divisas, una inflación y una pobreza distorsionados por la intervención del Indec, un mercado del dólar paralelo en blue y en negro que aceleraba la desfinanciación de la producción, el cierre de las importaciones que impedía todo proyecto de inversiones, un estímulo a la demanda que ya estaba agotado a pesar de los planes de crédito con intereses disfrazados en los precios; en suma una economía del engaño, sino del fraude. ¿Cómo podía Macri iniciar una reconversión de la economía sin fortalecerse en lo político y llegar a las elecciones intermedias con chances de equilibrar un Congreso mayoritariamente opositor?

Shock. Se sabía, y muchos profetas del pasado lo confirmaban, que una política de shock inmediata no era políticamente posible, más aún porque el grueso de la ciudadanía había tenido a su disposición una canasta de bienes subsidiados a los que no quería renunciar a pesar de no poder solventarlo con lo que ya no se tenía, es decir, con dinero. Se inventaba lo que se podía para aguantar y dejarle a Scioli un mamarracho a la espera de un paso de mando.

Ese mamarracho lo ligó Macri. Ahora bien, formar un gabinete sobre la base de un llamado “equipo”, con una consigna de entregarse al grupo y dejar de lado ínfulas narcisistas, y florecer todos juntos con un Himno al entusiasmo, no daba ni para media Marsellesa.

Querer cambiar la Argentina atravesando el desierto de la mano de Mauricio para llegar al paraíso de la pobreza cero era un mensaje algo hiperbólico. Pero perdonable, si es que se viene de promesas como el salariazo, la revolución productiva, con frases memorables como “con la democracia se come” y el halago de la juventud maravillosa.

El problema no era el mensaje presidencial ni siquiera la torpeza comunicacional de un mandatario que confunde al pueblo argentino con un grupo terapéutico de Esalen, California, sino la confusión de metas que son propias de un oxímoron semántico y económico.

Soñar con un Banco Central a la alemana presidido por un funcionario que tenía por meta fundamental bajar la inflación, un responsable de Hacienda que no reduce sino que aumenta el déficit fiscal, la liberación del mercado cambiario con la consiguiente devaluación del peso, un dólar congelado que nutre la voracidad de los capitales golondrinas, una emisión sideral de títulos en pesos para distraerlos de la moneda verde, y un ministro de Energía y otro de Transportes que anuncian que al fin se pagará lo que realmente cuestan los servicios, da por resultado el FMI.

Así que errores suponemos que hubo, y muchos, y gruesos, que van más allá del concepto ganzúa de populismo, y también suponemos que los errores eran difíciles de evitar en un contexto en que todos van por todo y salvan la ropa antes de que sea tarde.

Pablo Gerchunoff dice que Macri estaba desde un comienzo en una situación en la que estaba obligado, tenísticamente hablando, a jugar al fleje, con el riesgo que implica en una sociedad a la que define con cierta gracia de “no dócil”.  

¿Fracaso? ¿Podemos decir que el Gobierno fracasó? Evitemos la imagen un poco remanida de la foto y la película, y no olvidemos algunos detalles. Uno es el de la corrupción. No me refiero a las acciones de los jueces, aunque no nos distraigamos.

Es una novedad que haya empresarios presos. Siempre se dijo que nunca se detenía por fraude a un empresario y los que lo pedían tienen a varios encerrados. No me refiero a la corrupción del pasado, tema espinoso y quizás sin fondo, sino que me atrevo a afirmar que los Ministerios de Obras Públicas y de Transporte de hoy, llevan a cabo sus políticas de un modo tal que inauguran una etapa inédita en el país. Frigerio Dietrich no son De Vido y Jaime.

La corrupción y el uso de los dineros públicos es un problema del presente y del futuro, en eso radica la novedad por más gritos de “que devuelvan la plata” se escuchen en distintos coros.

Por otra parte el mensaje de este gobierno que tanto inquieta a profesores y profesoras de castellano cada vez que habla el Presidente, al menos nos ahorra el “relato” del kirchnerismo con sus juegos de “amigo/ enemigo”, su épica de lucha armada sin tragedia, y su nacionalismo popular de manual sepia. Tan viejo es que nunca pudo digerir la caída del Muro del 89, ni se atreve a elaborar que entre 1972 y 1975 algo grave aconteció en el país, que nos llevó a lo que ya sabemos.  

Decisión. ¿Entonces qué? ¿A quién apoyar? Lo decidiremos en un año, pero más allá de los nombres la alternativa se da entre dos caminos.

O levantamos la vara y aspiramos a ingresar a la modernidad sin alardear de sociólogos intinerantes que hablan de vida líquida, sociedad del cansancio y otras banalidades. Una modernidad que no es la de emprendedores millonarios en zapatillas haciéndose una selfie que pegan en Instagram, ni a un Ministerio de Salud degradado a secretaría, sino, por el contrario, a pymes competitivas, niveles de educación exigentes y sin paternalismos, a hospitales con tecnología de avanzada, a transportes veloces, a empleos calificados.

O, si nos espantan los placeres de una demonizada sociedad de consumo, nos queda la otra vía que nos aferra a la Justicia de la dádiva, la de la pureza y la pobreza, sin otro modelo de vida que una olla popular universal. Lo primero puede llevarnos a la frustración si no nos da el cuero, pero al menos habremos intentado superarnos con trabajo y estudio, la otra a la violencia y a la miseria.

(*) Profesor emérito de la UBA. Blog Pan Rayado.

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