Por Héctor M. Guyot
En estos días de furia, asistimos a la escalada del dólar y
nos preguntamos qué corno quieren los mercados. Como novios en falta,
hipotecamos lo que no tenemos para ofrendarles el perfume más caro, pero ni
así. "Dimos todas las señales que el mercado quería, pero no generamos
credibilidad. ¿Qué más podemos hacer?", se sinceraba un ministro, miembro
de un gobierno con suficientes empresarios y financistas como para conocer los
caprichos de los que pasan del amor al olvido sin transiciones.
"No nos creen", resumía un par suyo. Está
clarísimo, no nos creen. Pero me pregunto si eso no era lo esperable. Lo raro
sería que nos creyeran. ¿Quién puede creer en un país donde su clase dirigente
-lo más alto del poder político asociado con lo más alto del poder económico-
saqueó al Estado en proporciones industriales durante más de una década? ¿Cómo
creer en un país que, mientras ventila en la Justicia la corrupción más atroz
de su historia, mide las posibilidades de volver al poder de aquella sindicada
como la jefa de la asociación ilícita que dejó el páramo sobre el que estamos
parados?
Puede que los mercados sean inescrutables, pero la mayoría
de los expertos les adjudican un temor cierto: la posibilidad de que el
kirchnerismo vuelva al gobierno. Resulta paradójico: somos un país devorado
primero por la codicia de su clase dirigente y luego desahuciado por la
desconfianza de mercados que, huyendo de aquello que temen, precipitan las
condiciones para que sobrevenga el apocalipsis y la vieja banda de los bolsos
pueda reconquistar el poder. En apariencia, ese sería el único modo que tienen
los corruptos de escapar del brazo de la Justicia, que ha reunido una prueba
apabullante del latrocinio y avanza en la megacausa de los cuadernos.
Según los que saben, la teoría de que la corrida ha sido
fogoneada por el poder político y financiero que está hasta las manos en
Comodoro Py parece improbable, lo cual no excluye que muchos empresarios y
exfuncionarios en apuros estén dispuestos a colaborar en la desestabilización
del gobierno de Macri para quedar impunes y volver a lo de siempre. De todos
modos, si no podemos conocer las razones del "mercado", deberíamos al
menos poder darle un rostro. ¿Cuáles son los grandes grupos que en estos días
se han llevado los dólares? ¿O hace falta allí algún Centeno que apunte una a
una las grandes operaciones?
Recuperar lo robado durante el kirchnerismo ayudaría a
paliar el déficit descomunal que nos legó la década perdida. Si los miles de
millones de dólares que se tragaron los valijeros no aparecen, el camino que
queda es recuperar la confianza. Pero para eso hay que dejar de engañarse. Los
argentinos hacemos la mímica de la racionalidad, pero no somos racionales, y
eso se nota. Hoy lo irracional es hablar solo de la urgente crisis del dólar y
olvidar que ella es consecuencia de una crisis mayor. "La gente [léase,
los mercados] está buscando refugio y no lo encuentra dentro de la Argentina
-señaló Daniel Marx, exsecretario de Finanzas-. Hay que tratar de resolver los
problemas de fondo". Estoy de acuerdo. Si me preguntan, diría que el
problema de fondo, el que está por encima de los muchos que nos aquejan, es la
impunidad. Por eso la crisis del dólar es tan dramática: amenaza con llevarse
puesto al gobierno que se propuso sanear lo que estaba podrido desde hace tanto
tiempo.
Más allá de los errores de fondo de su política económica,
creo que el Gobierno no es el principal responsable de la crisis. A pesar de
eso, va a pagar todos los costos. Y esto porque el que calla otorga. El vacío
que deja la falta de un discurso oficial sólido y convocante es aprovechado por
los que esmerilan al oficialismo, hoy inmovilizado por una rara mezcla de
ingenuidad y soberbia que lo lleva a encerrarse en sí mismo y derrapar mal.
Atrapado entre los que piden un ajuste brutal y los que esperan ese ajuste para
ganar las calles y volver al poder o a sus privilegios, Macri debería abandonar
axiomas a los que se ha aferrado sin resultado positivo y reaccionar.
Este es el país de la especulación. No debería sorprender
entonces que los fondos de inversión huyan en busca del sol cuando aquí se
especula con todo. Incluso con ese consenso político entre oficialismo y
oposición no kirchnerista que para muchos restablecería la confianza en el país
y permitiría trazar una hoja de ruta. Ese consenso, ahora acaso indispensable,
se demora también porque unos y otros siguen aferrados a las faldas de la
expresidenta. La carrera por 2019 los hace olvidar, a unos y otros, que en este
país la racionalidad tan esquiva y la posibilidad de un futuro democrático
pasan por el fin de la impunidad.
© La Nación
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