Por Carmen Posadas |
Para algunos, como Lady Gaga, el truco consiste en
actuar o, mejor dicho, sobreactuar. ¿Quién podría pensar que una persona que
aparece en público con un vestido confeccionado con filetes de ternera es
tímida? Pues lo es y mucho. De hecho, fue precisamente ese defecto –junto con
su voz celestial– el que la llevó a convertirse en la estrella que es ahora.
Recuerdo que hace unos años me tocó moderar una mesa en la que estaba, entre
otros, Lina Morgan. Después de sudar tinta china durante cincuenta largos
minutos para lograr que me hablara de su carrera y sin conseguir de ella
más que un penoso rosario de monosílabos, le pregunté, exhausta: «¿Pero qué te
pasa, por qué estás muda?». «Porque lo soy», me contestó. «La Lina que todos
conocen es la persona en la que me convierto cuando represento un papel. La
verdadera es esta que ves, y habla poquísimo».
Miedo, fobia social, introspección, pasividad,
antipatía incluso… He aquí los efectos secundarios de esta maldita
enfermedad crónica nuestra. Y, sin embargo, tan indeseable rasgo de carácter
puede convertirse en el mejor pasaporte a lo que uno desea alcanzar. Porque
¿quién sino un tímido, un ‘pringao’, un chico que no ligaba una escoba, podía
inventar Facebook? ¿Y quién sino una introvertida inmigrante polaca que con
muchas dificultades consiguió estudiar Física y Química perseveraría
calladamente y contra todas las dificultades en su labor hasta convertirse en
la única persona en la historia ganadora de dos premios Nobel? ¿Sabían, por
ejemplo, que Barack Obama en la universidad aburría hasta a las ovejas con sus
discursos? ¿Y que Marilyn en sus comienzos se dedicaba a tocar el piano en las
fiestas porque le aterraba socializar? Fue precisamente el afán por superar su
falta de destrezas sociales lo que llevó a ambos a convertirse en lo que más
tarde fueron.
Al igual que cada persona tiene los defectos de sus
virtudes también todos tenemos las virtudes de nuestros defectos, y luchar
contra la timidez se convierte en la mejor arma de todos aquellos que la
padecen. Nietzsche, un tímido casi patológico que se escondía tras un
enorme bigote tan tupido como grotesco, lo explicaba con una de sus frases más
famosas: «Lo que no me mata me hace más fuerte». Darwin, por su parte, y como
no podía ser de otro modo, le dio al asunto una interpretación antropológica.
Según él, la timidez es un rasgo prehistórico que contribuye a la supervivencia
de las especies. Los extrovertidos consiguen mejores presas y parejas, pero los
introvertidos, al evitar los enfrentamientos, sobreviven más. Según los
neurólogos, los tímidos tienen algunas áreas de sus cerebros que son
diferentes. Por eso tienden a preferir la tranquilidad, la introspección, saben
escuchar, tienen un pensamiento más analítico, se fijan más en los detalles. De
ahí que personas reflexivas e inquisitivas como Kant o Einstein lo fueran, eso
por no mencionar a todo un batallón de creadores, pintores, escritores, poetas…
Pero no todo va a ser color de rosa en este rasgo de nuestro carácter. A los
tímidos todo nos cuesta el doble. Una vez le preguntaron a Katharine Hepburn
por qué no asistiría al homenaje que preparaba la ciudad de Nueva York para su
noventa cumpleaños. «Les agradezco muchísimo –respondió–, pero me cuesta un
esfuerzo terrible ser todo lo ingeniosa, inteligente y sensacional que ustedes
creen que soy y a mi edad no me compensa».
Sin tener noventa años, a mí me pasa exactamente lo
mismo. Así que si un día nos encontramos por ahí y me ven más apagada y bodrio
de lo que esperan, por favor, no me lo tengan en cuenta. Es una trabajera
luchar día y noche contra esta maldita timidez a la que, por otro lado, le debo
todo lo que he hecho en la vida.
© XLSemanal
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