Por Arturo Pérez-Reverte |
Dicho
más en laico, quiero decir –aunque ya saben lo que quiero decir– que una
generación de jóvenes de dieciocho o veinte años, que era la mía y la de
algunos de ustedes, se afirmaba al fin en su lógica naturaleza.
En aquel tiempo, entre los chicos varones había dos
formas básicas de ligar o ser ligado. Una era el estilo Clint Eastwood, que
consistía en comportarse con la audacia necesaria para romper el hielo. Algo en
plan hola, qué tal, estudias o trabajas, fumas o no fumas, bailas o no bailas,
me gusta este cine y aquella música, esa minifalda te queda formidable, igual
te apetece un paseo en moto, si me sigues mirando así me da un infarto, me
llamo Paco, Manolo, Cayetano, supongo que te dolerá la cara de ser tan guapa. O
sea, que ligabas con el ingenio, la cara dura, el aplomo que tuvieras. Y si
eras bien parecido, o alto, o gracioso, o cachas, o con labia, jugabas esas
cartas. Y a veces ganabas. O más bien, cuando de verdad les interesaba, eran
ellas las que te dejaban ganar, pues manejaban –manejan todavía, tengo
entendido– como nadie la baraja.
La otra forma era el estilo Woody Allen: ligar
llorando. Si eras torpe, o tímido, o feo, o acomplejado, y sobre todo si no
tenías ni media hostia, la táctica era lo que los militares llaman aproximación
indirecta. Te sentabas junto a la chica con el cubata en la mano, y mientras tu
amigo guaperas o más lanzado se comía las amígdalas en la pista con la amiga a
los compases de Lola de Los Brincos o Europa de
Santana, encendías un Ducados y hablabas de la angustia vital, de la soledad
del corredor de fondo, de cómo la vida sin sentido se deslizaba hacia un pozo
oscuro, de las películas de Bergman, de las novelas de Hermann Hesse, del sexo
como terapia, de las canciones de Paco Ibáñez y de que, en esencia, la vida del
ser inteligente –o sea, la tuya– era una puñetera mierda. Con un poco de
esfuerzo y entrenamiento hasta llorabas de verdad, dando lugar a que ella te
cogiera la mano y te mirara intensamente, poniéndolo a huevo para comentar, al
fin, lo mucho que te rondaba la idea del suicidio. Y aunque parezca hoy raro,
aquello funcionaba. Las tías eran así. Conocí a estrechos de pecho, tiñalpas
desmayados, feos de concurso, levantar con ese sistema a mozas espectaculares.
Y si eras argentino, como el rollo ya lo traías de fábrica, ni te cuento. Y es
que había que valer. Saber currárselo.
Me acuerdo de aquellos pavos cuando veo a ciertos
herederos de sus maneras. Sigue habiendo ligones de ambas clases, aunque el
tiempo alteró los argumentos. El guapo y el jeta se mantienen amos de la pista,
aunque ahora les haga fuerte competencia el analfabeto chusma consagrado por la
telebasura. Aun así, tocan el viejo registro. Pero el ligón a la baja
ha sufrido una mutación curiosa. Ya no gimotea, porque se le descojonan, pero
practica otro llanto. La espectacular explosión del feminismo, la necesaria
transformación que éste impone al mundo, hace que muchos varones se alineen con
él de modo sincero; aunque, si compruebas biografías y analizas alguna que otra
repentina conversión, a veces localizas señales sospechosas. Detectas al llorón
oportunista, en plan fui macho repugnante con las mujeres, Pepa, pero ahora veo
la luz y te abro mi corazón criptofemenino mientras tomamos una copa y la
pagamos a medias. No te digo guapa por no cosificarte, pero me gustaría echarte
un polvo con mucho respeto y tu consentimiento por escrito, mitad del tiempo tú
arriba y mitad del tiempo debajo, o sea, un polvo paritario. Y eso oyes
decirlo, o casi lo oyes, a fulanos con nombre y apellidos, en este país donde
no hay monumento al soldado desconocido porque aquí nos conocemos todos. Por
ejemplo, a cierto mediocre plumilla, antes depredador bajuno y hoy paladín
feminista, cuya mujer, embarazada de cuatro meses, quedó destrozada al
encontrarlo con otra en la cama matrimonial. O a un mediocre cantamañanas que
ejerce de chupacirios en el programa radiofónico de una respetable feminista, y
que hace un par de años aún alardeaba por escrito: «Cuando quiero
acostarme con una señora o señorita, la frase que más empleo es ‘a ver si
quedamos un día para follar porque tengo muchas cosas que contarte’».
©
XLSemanal
0 comments :
Publicar un comentario