Por Carlos Ares (*) |
Contrariado, Pablo se levantó y fue hasta la cruz del
asador. Quedaban restos de la cabeza con un ojo amoratado, un tobillo, media
rodilla, un codo, puro hueso. Volvió a sentarse. “No quedó nada”, protestó. El
Negro Moyano escupió pedazos de Macri al hablar. “Ya heredaste el gremio, el
que viene es tuyo”, dijo.
Luis Barrionuevo le tiró una bola de miga a Pablo, que amagó
contestar con un pedazo de milonguita. “Tranquilo, pibe, ahora traen la pechuga
de Vidal, es más tiernita”. Pablo picó una rodaja de Prat-Gay. “¿Está bueno ese
salame?”, preguntó Barrionuevo.
El Negro Moyano les tiró los huesos pelados a Micheli y
Yaski. Los perros pelearon por las sobras. “¿Vos no comés?”, le preguntó a
Barrionuevo. “Graciela me prohibió la grasa”, explicó Barrionuevo. Los gordos
de la mesa se atragantaron en una carcajada.
“Voy a dejar por dos años”, insistió Barrionuevo. Los
gordos, todavía con los ojos llorosos, estallaron otra vez. “Pará, pará, que me
ahogo”, pidió Cavalieri, tosiendo, salivando malbec. A Barrionuevo le molestó que
no lo tomaran en serio. “Pará pará, qué, boludo, sos Fantino sos, ¿sabés lo que
me cuesta dejarle la grasa a otro”.
“Guardala afuera, Luis”, dijo el Negro Moyano. “Acá no podés
confiar en nadie”, agregó Amadeo Genta. “Pasa que ya no sé dónde más ponerla”,
explicó Barrionuevo. “El que no la tiene no sabe lo que cuesta administrarla”,
comentó Cavalieri. “Estamos todos demasiado engrasados”, apuntó Gerardo
“Batallón 601” Martínez. “Menos las minas”, advirtió el Negro Moyano. Las
sonrisas y los comentarios cesaron de golpe como si una guillotina les hubiera
cortado el cuello. “Mirá si ahora se les ocurre ir también por el poder en los
gremios”. Los gordos hicieron cuernitos con los dedos, se santiguaron, se
tocaron los huevos, espantaron con
gestos la visión de cientos de mujeres tocadas con pañuelos verdes.
“Tranquiles, muchaches, a elles no les guste le grese”, dijo Sergio Palazzo,
imitando el lenguaje inclusivo con un tono afeminado. Todos volvieron a
reír.
Aníbal Fernández y Dady Brieva llegaron juntos. La Morsa
tiró unas bolsitas sobre la mesa: “Traje payaso, postre y once para un
fulbito”. El Negro Moyano los miró de soslayo. “¿Quiénes son?”. Aníbal los
nombró como si diera la formación de un equipo. D’Elía, Duhalde, los Guillermo
–Moreno y Nielsen–, Kicillof, Espinoza, Samid, Larroque, el Chivo Rossi,
Leopoldo Moreau y Scioli. “Con esos te fuiste al descenso”, dijo Barrionuevo.
“Se te colaron un par de suplentes”, señaló Moyano. Aníbal revisó entre las
filas. Descubrió a De Mendiguren y Massa ocultos detrás de Samid. Los tomó de
una oreja a cada uno y los trajo al frente.
De Mendiguren cayó de rodillas, arrepentido. Confesó
que hace más de veinte años que entra
siempre de garrón. Se ofreció a pagar su falta. “¿Pero vos servís para algo?”,
le preguntó Moyano. “Puedo hacer y decir lo que sea por un carguito, una
moneda, una caricia, salir en una foto o en la tele”, rogó De Mendiguren. El
Negro miró a Barrionuevo. “De estos tenemos un montón”, dijo Luis. A Pablo
Moyano le dio lástima. “Dejalo lamer un tobillo”, pidió. “¿Y con Massa?”,
preguntó Aníbal. “Sentalo lejos”, ordenó Barrionuevo, “pero que no hable”.
La Morsa esperó que le hicieran un lugar a él. Nadie se
movió. Parado, mirando los restos de Macri, preguntó: “¿Estaba bueno?”. El
Negro Moyano se secó la baba sanguinolenta. “Sí, pero no como Alfonsín”. Aníbal
recordó el De la Rúa a la parrilla que organizaron él y Duhalde. “A punto
salió”. El Negro Moyano negó con la cabeza. “Seco, como Menem”, dijo. Dady
Brieva, que ya se había comido unas “heces”, amagó meterse dos dedos en la
garganta y simuló una arcada. Todos volvieron a reír. “Ninguno como Alfonsín”,
insistió, serio, Moyano.
(*) Periodista
© Perfil.com
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