Por Guillermo Piro |
Y sin embargo, cuando le llegó el turno a
la virgen no pude. Sigue ahí, dándome la espalda e “iluminando el camino”,
porque en mi opinión no soy lo suficientemente cretino como para deshacerme así
de una virgen. No se trata de ninguna clase de respeto por la iconografía
sagrada, soy un ateo desbocado (de hecho, ni siquiera suelo usar la palabra
“ateo”, porque ¿dónde se ha visto que alguien se defina por la negación de una
creencia? ¿Cómo se llama a los que no creen en ovnis, o en brujas, o en la ley
de gravedad?), y sin embargo no pude quitar a la virgen de su pedestal y
arrojarla afuera. Lo que me llevó a pensar en el porqué y a recordar a Ellen J.
Langer (1947) y su teoría sobre la ilusión del control.
Langer es profesora de Psicología en la Universidad de
Harvard, pero cuando sucedió lo que estoy por contar era una simple estudiante
en Yale. La joven Langer estaba un día jugando al póquer con unos amigos y al
dar las cartas se equivocó en el orden, lo que provocó que los demás jugadores
se pusieran muy nerviosos. Ella trató de explicarles que sus probabilidades de
ganar o perder seguían siendo idénticas, sin importar en qué orden se
distribuyeran las cartas, pero no hubo caso, tuvo que barajar y dar de nuevo.
Ella entendió entonces que al cambiar el orden de distribución de las cartas
había roto la ilusión del control en una situación incontrolable. En 1975, Langer
escribió el largo artículo que la hizo famosa, “La ilusión del control”, donde
hablaba de la “placentera sensación que deriva de la ilusión de tener el
control sobre aquello que nos rodea”. Y la ilusión del control me llevó a los
botones placebo –que como se verá tienen mucho que ver con la virgen.
El mundo está lleno de botones que no funcionan. Algunos no
funcionan sencillamente porque se rompieron y nadie los reparó, pero otros no
funcionaron nunca y están allí porque tienen una utilidad: son botones placebo.
Son botones placebo los que cierran la puerta del ascensor, los que pulsa el
peatón cuando quiere cruzar la calle, y hasta los que controlan los termostatos
de la calefacción o de la refrigeración en ciertas oficinas u hoteles. Y tienen
un funcionamiento similar a las supersticiones: se hace algo esperando un
resultado, y si el resultado se concreta, uno sigue haciendo lo mismo. Solo que
lo que se hace y el resultado no tienen ninguna relación causa-efecto: la
puerta del ascensor se cerrará pasado un tiempo prudencial, la luz se pondrá
roja cuando llegue el momento y el calor subirá unos pocos grados, no todos los
que requería el usuario friolento.
Los botones placebo no están puestos allí por técnicos
sádicos y crueles: tienen una clara función psicológica, y tiene que ver con la
teoría de Langer. Por ejemplo, hay quienes se lamentan de la ausencia del botón
“guardar” en Google Docs, un procesador de textos online que salva el documento
en que se está trabajando cada cinco segundos. De todo eso a la virgen, hay un
solo paso. Mi idea de control-superstición indica que si el auto se encontraba
en un estado tan impecable era, en parte, debido a la custodia que había
ejercido esa virgen en su pedestal. Custodia que seguirá ejerciendo.
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