Por Loris Zanatta (*)
¿Qué queda de la marea rosa de principios de siglo, de los
gobiernos de "izquierda" que enterraron el "neoliberalismo"
en América Latina? La expresión nunca me ha convencido: mezcla movimientos
redentores y partidos reformistas, contextos democráticos y regímenes
autoritarios, monarcas absolutos y presidentes constitucionales.
Además,
"derecha" e "izquierda" me parecen categorías demasiado
livianas. Pero no nos pongamos sutiles; vayamos a los hechos: ¿qué pasa con la
marea rosa veinte años después?
El líder era Hugo Chávez y sabemos cómo terminó: exprimió al
país para morir como héroe y santo; luego lo dejó como un legado a un
presidente cínico y bobo, Maduro, que después de obligar a los venezolanos a
escapar del hambre, las enfermedades y la inflación, acaba de decirles que
dejen de "limpiar pocetas" en el exterior y vuelvan "a la
patria". Qué caradura. El chavismo, que aspiraba a unir a los países de la
región en un frente panlatinoamericano y antiliberal, los desestabiliza ahora
con el arma de la invasión masiva, la misma usada mil veces por Fidel Castro,
el verdadero mentor de la marea rosa, también enterrado como héroe y santo. Un
genio, hay que reconocerlo: se pasó la vida jurando "verter la
sangre" por la patria y murió sereno en su cama después de vivir noventa
años como un rey y ver caer, uno tras otro, amigos y enemigos. Néstor Kirchner
se fue igual que ellos: su imagen esculpida en bronce, arrollada por la
ignominia, ha durado menos que una golosina en la puerta de una escuela.
Además de los difuntos, la marea rosa deja una resaca de
imputados. El más famoso es Lula. Siempre debemos estar en guardia cuando el
Poder Judicial toma el relevo de la política: hay riesgos inmensos. Pero aunque
Lula no sea el único culpable, sus responsabilidades políticas son innegables
frente al sistema de corrupción crecido durante su gobierno. ¿Algún día volverá
al poder? Quién sabe; de todos modos, ya no sería Lula lo que era. Lo mismo se
aplica a Cristina Kirchner -aunque sea a Lula lo que una hormiga a un
elefante-: el halo que la rodeó por un corto tiempo hace rato que se cayó en
pedazos. Como le ocurre a Rafael Correa en Ecuador. Tratará de recuperar el
cetro entregado a un delfín que, viendo el desastre que heredó, se negó a calentarle
el trono. Pero tiene juicios pendientes y por ahora prefiere quedarse en
Bruselas. Un poco mejor marchan las cosas para Evo Morales, pero no demasiado:
si así le va a la compañía, haría bien en poner las barbas en remojo. En
cambio, se obstina en ser reelegido, contra los vientos y contra la ley. Me
temo que su salida de escena no será apacible. Por último, tenemos a Daniel
Ortega. Es decir, no está muerto ni preso, solo está sucio de sangre.
¿Por qué tan despiadado rodeo entre los cráteres dejados por
la mal llamada marea rosa? No por estéril desquite, sino para formular una
pregunta: ¿qué enseñanza piensa sacar la izquierda latinoamericana de esta
experiencia? Es una pregunta que debería interesarles a todos los amantes de la
democracia, porque la democracia necesita una izquierda fuerte, creíble y
respetable; una izquierda democrática que haga bien su trabajo, defienda los
intereses de sus electores, critique y corrija las distorsiones del mercado,
amplíe el campo de los derechos civiles.
Esta es la encrucijada frente a la cual hoy se encuentra la
izquierda. ¿Qué piensa hacer? Una opción, la más fácil, la de siempre, es
denunciar un complot, quejarse del destino cínico y tramposo, culpar al eterno
Imperio, a la omnipresente finanza, al demonio, en fin. Hasta la fecha, este
parece el camino elegido: Lula, Correa, Cristina, incluso Maduro y Ortega, ¡son
víctimas de un gran diseño! De un titiritero oculto que tira de las cuerdas de
la venganza. Victimización, autoindulgencia, autoexculpación son rasgos típicos
de la izquierda mágica y redentora.
El otro camino, quizás un vía crucis, es más doloroso y
complejo, pero necesario. Es el camino de la sinceridad ¿Por qué las cosas
salieron así?, debería preguntarse la izquierda... Tomemos la corrupción: ¿se
puede realmente seguir escondiendo la cabeza bajo la arena? No creo que la
izquierda sea más o menos deshonesta que otros. Pero creo que tiene un problema
cultural no resuelto: la izquierda redentora se cree moralmente superior,
porque pretende hablar en nombre del "pueblo", que todo lo purifica y
dignifica. Es como una iglesia: sus robos no son robos si sirven a su causa
"superior". Mentira: sustrae recursos a la comunidad, envenena el
clima social, desfigura el marco institucional, agudiza la desigualdad. Nadie,
en una democracia secular, puede considerarse a priori moralmente superior a
cualquier otro.
¿Y la economía? Una izquierda que usa a su conveniencia el
mercado, pero lo desprecia y le hace cruzadas ideológicas en contra, es
hipócrita y prehistórica. No se puede llamar "neoliberalismo" a todo
lo que no guste para demonizarlo; es infantil. Lo entendieron chinos y
vietnamitas, rusos y albaneses, ¿por qué diablos no puede entenderlo la
izquierda latinoamericana? El mercado produce la riqueza necesaria para
mantener un estado social próspero; ergo: se necesita un buen mercado, no la
basura vista hasta ahora, el asalto a la diligencia de las finanzas públicas,
que solo reproduce injusticia, miseria y corrupción.
El dramático legado dejado en muchos países, los déficits
fiscales, la baja productividad, la inflación, todas esas plagas que pagarán
las generaciones futuras, deberían inducir a la izquierda a un esfuerzo de
honestidad y humildad: nadie le ha pedido que salve, redima, moralice a la
humanidad; no le compete. Gobernar con sentido común y realismo bastaría y
sobraría. Ya basta de pretender monopolizar el poder, de deslegitimar a la
oposición e imponer la propia ideología como fe de Estado, de usar los derechos
humanos como un garrote contra los enemigos y de olvidarlos cuando quienes los
pisotean son los amigos. Todo eso es herencia de una cultura autoritaria y
anacrónica, del patrimonialismo hispano, de máximas evangélicas mal digeridas.
La izquierda latinoamericana necesita su Bad Godesberg. En
esa agradable ciudad sobre el Rin, la socialdemocracia alemana archivó en 1959
la utopía redentora y se casó con el camino reformista y liberal demócrata; se
liberó de la armadura ideológica que todavía usa la izquierda latinoamericana.
Hoy, muchos de aquellos que entonces la cubrieron de desprecio recuerdan con
nostalgia la gran etapa de las socialdemocracias, sin entender que esa era no
puede regresar, que las socialdemocracias dieron la espalda al burdo
anticapitalismo que la izquierda redentora sigue cultivando: el eterno retraso
de la izquierda. Soy muy consciente de que en el mundo vuelve a soplar hoy en
día un aire redentor y de que pedir que se bajen las viejas banderas va en
contra de la corriente. Y sé que es tarde, que habría que haberlo hecho hace
mucho tiempo. Pero mejor tarde que nunca.
(*) Ensayista y profesor de Historia en la Universidad de Bolonia
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario