Por Gustavo González |
Cuando eso pasa en un país, el conflicto es mucho más grave. Porque hay
millones de habitantes de por medio y porque, en el caso de la Argentina, los
inversores aún dudan de la estabilidad emocional de sus dirigentes políticos.
Acaba de pasar con la renuncia del titular del Banco Central, una entidad autárquica
pero no independiente, que en tres meses ya tuvo tres jefes distintos.
Adiós Messi. Caputo no es el
problema. Tampoco sus desacuerdos con el FMI sobre la mayor o menor
intervención monetaria sobre el mercado de cambios, ni sus discusiones de
palabra o de manos con su colega Dujovne.
Caputo siempre demostró que no había sido formado para la tensión y
responsabilidad de un cargo público. Se educó e hizo carrera en el universo privado,
adiestrado como pocos a conseguir rentabilidades rápidas esquivando cuanto
pudiera las regulaciones estatales.
Un trader experimentado en los negocios offshore, dueño de sociedades
que no reconoce como propias y de declaraciones juradas incompletas. No se
formó para entender al Estado, sino para eludirlo.
Y no es su culpa. La Argentina no tiene una escuela de formación de
funcionarios como Francia u otros países. Un importante porcentaje de
quienes llegan a ocupar cargos públicos, lo hace a través de relaciones
partidarias o personales. Recién ahora, de modo aún incipiente, están
comenzando los llamados a concurso para cubrir vacantes.
Solo en ese contexto de precariedad burocrática, política y conceptual,
no resultó extraño que en 2016 un jugador financiero llegara a manejar el
Ministerio de Finanzas primero y el Banco Central después, ni que hasta esta
semana tanto funcionarios como economistas y periodistas especializados
hablaran de él como del "Messi del Gobierno". Una frase que ahora se
resignifica al recordar las angustias y renuncias que también protagonizó el
astro de la Selección.
Su irresponsabilidad no es su responsabilidad. Es de quien lo eligió
conociendo, o debiendo conocer, sus capacidades y limitaciones.
Tensiones. Quienes sufrieron junto a él sus meses en el Ministerio de Finanzas
cuentan que cuando este diario reveló sus relaciones con una sociedad
offshore, de la que negó ser dueño pese a que los documentos decían lo
contrario, Caputo perdió la voz durante varios días y dejó de dormir bien.
Recuerdan que para poder ir a declarar por ese tema al Congreso,
debió tomar pastillas para no tartamudear. Estaba excedido por la tensión.
También dicen que lo escucharon mascullar “¡Qué mal que la estoy pasando!”,
como gritó el tenista Gastón Gaudio en medio de un partido.
Sufrió él y sufrieron los suyos. Hace un mes protagonizó un escándalo
que para los políticos no es extraño, pero para alguien como Caputo resulta
insoportable: lo insultaron y casi lo golpearon mientras cenaba con su
esposa en una trattoria cool de Palermo. El agresor era un empresario.
Uno de sus amigos lo describe bien: "Toto es un amante de la
vida y de los negocios, un gran tipo que nació para hacer dinero y vive para su
familia y sus amigos".
Para alguien como él, no hay épica mayor que ésa, ni razones de Estado,
ni el relato de la Patria, ni sangre, sudor y lágrimas. Solo hubo el llamado de
un amigo del Newman como
Macri y la aventura de probar algo nuevo hasta que se aburriera, se enojara o
se angustiara, o todo junto. Que es lo que pasó esta semana.
Con la gota que rebalsó el vaso de la firma con el Fondo, ya sea porque
él no estuvo de acuerdo con la política cambiaria decidida o por el supuesto
pedido de Lagarde de que se cuadrara ante lo
pactado. En cualquier caso, la culpa final no es suya, sino del Presidente de
la Nación, que no pudo guiarlo y contenerlo y ahora carga con la
responsabilidad de haberle aportado a la Argentina otra extraña particularidad:
haber tenido tres presidentes del Banco Central en apenas tres meses.
Una secuencia trágica que comenzó en diciembre con Sturzenegger sometido a una
conferencia en la Casa Rosada para cambiar metas que días antes habían sido
aprobadas en el Presupuesto, y concluyó este martes 25 con la llegada de Guido
Sandleris, mano derecha de Dujovne.
La primera lectura que se hizo es la de un ministro de Hacienda
fortalecido por esa designación y por el arreglo con el FMI. Pero lo real es
que hace menos de un mes Macri le ofreció su puesto a Carlos Melconian, un duro crítico de la
gestión económica macrista. Dujovne quedó confirmado recién después de que
Melconian le respondiera que no a Macri.
Es Macri quien debe garantizar la cordura, la honestidad y la capacidad
de sus funcionarios.
En ese fin de semana insólito que concluyó con la poda de
ministerios y la ratificación de todos los funcionarios con
excepción de Mario Quintana, estuvieron por rodar otras cabezas. Por
ejemplo la del canciller Faurie, la cara ante el mundo de la
organización del próximo G20. Al igual que con Dujovne, el tentado fue otro
crítico de la economía y de la política internacional de Macri, en ese caso Prat-Gay.
Fueron ofrecimientos que se hicieron casi a la vista de quienes serían
reemplazados y de la sociedad. Un mes después, el “Messi” del Gobierno se fue y
los que parecían prescindibles, hoy parecen fortalecidos. Pero entre tantas
idas y vueltas, no hay fortalezas. Solo sensación de incertidumbre.
"Un país no es una empresa". Hace unos años, Paul Krugman tituló de esa forma un
artículo no tan difundido en la Harvard Business Review. Lo explicaba de este
modo: "Así como lo que los estudiantes aprenden en las clases de economía
no les servirá para echar a andar un negocio, tampoco lo que los empresarios
aprenden operando una empresa les ayudará en formular políticas
económicas".
Para Krugman, el trabajo de un trader de un fondo de inversión
consiste en ganar dinero, no en crear empleo. Ni siquiera en desarrollar
empresas duraderas, sino en obtener el máximo rendimiento posible para sus
inversores. Su teoría es que las experiencias del mundo privado no tienen por
qué servir en la esfera pública y, muchas veces, resultan contraproducentes. El
funcionario necesita una formación especial.
Luis Caputo puede haber sido muy eficiente en su carrera privada, pero ese
conocimiento no le alcanzó para saber comportarse en la actividad pública.
Su renuncia y el error de haberlo elegido en cargos tan importantes, al menos
advierte que un país no puede ser manejado por empresarios, CEOs, abogados,
economistas, periodistas o ingenieros. No al menos por personas que solo tengan
esos títulos y esa única experiencia en su haber. El Estado requiere de otro
tipo de experiencias y de otro tipo de compromiso.
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