Por Gustavo González |
El nombre que sugirió Caputo fue el de Ramón Puerta, amigo de
Macri y embajador en España.
Quien respondió fue Marcos Peña: “No llegamos
hasta acá para pactar con el peronismo”.
La escena habría ocurrido el pasado fin de semana. Desde la Jefatura de
Gabinete la desmienten, aunque aceptan que la frase de Peña bien pudo haber
sido dicha, en cualquier otro contexto, porque es lo que piensa.
Entiende que pactar con el peronismo sería hacerlo con el pasado, y está
convencido de que más tarde o más temprano cualquier pacto implicaría acordar
la inmunidad judicial para los ex funcionarios kirchneristas.
Escena II. Diálogo de un legislador de La Cámpora con otro del oficialismo:
—Paren de perseguir a Cristina,
se va a tensar más la situación y va a ser malo para todos.
—¿Pero qué creés que podemos hacer?
—Aflojar con las fotocopias…
—¿Qué fotocopias?
—Los cuadernos. Paren a Bonadio.
La conversación revelada en off the record por el macrista, no fue
confirmada por su interlocutor, aunque en el kirchnerismo aceptan que eso es lo
que piensan: “Si el Gobierno no está detrás del show de las fotocopias, al
menos tiene la responsabilidad institucional por atacar y dejar que ataquen a
la ex presidenta”.
La hipótesis de un blanqueo judicial en torno al Cuadernogate es una
alternativa que cierto peronismo alentaría, aunque nadie supone hoy que podría
contar con el apoyo del oficialismo. Por lo menos planteada así: limitar la
responsabilidad empresaria a algunos directivos, liberar de culpa al resto y
dejar al margen a las empresas; castigar con la cárcel a los ex funcionarios
más involucrados y a los demás, prohibirles de por vida asumir cargos públicos,
pero sin terminar en prisión.
Cristina estaría entre estos últimos.
Escena III. Contiene la opinión de un gobernador peronista y la de un senador del
llamado Peronismo Federal. Tienen lugar en dos momentos distintos y, en
ambos, el interlocutor es Perfil.
El gobernador: “Este gobierno tiene algo que hay que rescatar. No se
mete en la Justicia. Y algo que no hace bien. No se mete en la Justicia”.
El senador repite la misma idea pero con un agregado: "Este
gobierno tiene dos buenas cosas. No se mete con la Justicia ni con los medios.
Pero tiene dos grandes contras. No se mete con la Justicia ni con los
medios".
Peña considera un elogio que lo vean así y piensa que eso
dice mucho de quienes lo plantean. El problema es que en los últimos días no
son solo opositores los que sugieren algún tipo de intervención oficial sobre
la causa de los cuadernos. Por la conmoción que genera sobre la economía, pero
sobre todo porque nadie está
seguro de que no aparezca algún financista arrepentido que revele rutas de
dinero negro hacia el macrismo.
Escena IV. También hay una fuerte corriente interna que propone levantar la
dura restricción de la publicidad oficial a los medios. No solo porque le
suma una dosis de asfixia a la problemática actual de la comunicación, sino
porque le atribuyen a esa medida el malestar de los periodistas al informar
sobre la crisis.
En un encuentro reservado entre senadores del oficialismo, uno de ellos
pidió expresamente subir la pauta oficial a uno de los canales de televisión, América.
Argumentó que se debe a ese déficit el motivo por el cual veía un incremento de
las críticas al Gobierno en esa pantalla.
La respuesta fue que la inversión ya existe, pero que estaba en el marco
de los 1.700 millones de pesos que el canal acordó con el Estado como canje
por deudas impositivas. Lo mismo que hicieron otros medios durante el
kirchnerismo.
"Son avisos que el Estado no paga, pero se descuentan de esa
deuda", aclararon para ratificar que ese canal recibe publicidad, pero no cash.
El senador oficialista respondió: "Bueno, entonces denle
sobres".
Esta escena tuvo lugar la última semana y fue testigo la mayor parte
del bloque de Cambiemos.
Siguiendo la lógica del jefe de Gabinete, también ese tipo de frases
habla mucho de un sistema de hacer política que no parece exclusividad del
peronismo.
La cabeza de Peña. En la suya, como en la de su principal estratega Jaime Duran Barba, no
existe lugar para imaginar alguna forma de pactar con lo que consideran el
pasado.
Ahí ubican no solamente al peronismo y al kirchnerismo, sino a sus
aliados radicales.
Esa tensión estuvo presente el fin de semana anterior en Olivos. De
cruces sobre la necesidad de acordar gobernabilidad con el peronismo a pedidos
del ala radical de conseguir mayor protagonismo de sus dirigentes. En este
caso, se tradujo como la incorporación al gabinete de tres ministros (Prat-Gay
en Cancillería, Sanz en Interior y Lousteau en Educación), pero el objetivo era
impulsar a la política en un gobierno al que los herederos de Alfonsín ven
inclinado siempre a lo financiero.
Para los macristas originarios, por lo menos los que habitan en la
Rosada, la alianza con el radicalismo fue un mal necesario. Y la del peronismo
una tentación a la que evitaron sucumbir ante Massa en 2015.
Con cierta malicia, señalan además que hoy no sabrían con qué peronista
negociar: “¿Urtubey, Pichetto, Massa, los gobernadores? Antes deberían ponerse
de acuerdo ellos”.
La foto que viene. Quizás reciban una sorpresa en los próximos días.
Todos los mencionados planean una foto conjunta para el lanzamiento electoral
del Peronismo Federal. Falta el sí final del gobernador de Salta que aceptó
hacerla, aunque duda de cuándo sería más conveniente.
Debería apurarse. El vacío en política es una anormalidad: si no se lo llena, siempre
habrá alguien dispuesto a hacerlo.
La frutilla de esa foto sería la presencia del ex ministro de Economía, Roberto Lavagna,
imaginado por peronistas como Duhalde y radicales díscolos como Ricardo
Alfonsín, para ser el presidenciable del sector por un período.
El duelo de estos peronistas luego será con sus ex socios K que prometen
boicotear la reunión de esta semana entre Macri y los gobernadores, así como la
aprobación del Presupuesto: “Es el presupuesto del FMI al que el peronismo
cómplice que algunos llaman racional, ya les comprometió el apoyo”.
Si el peronismo es el hecho maldito de la Argentina, el macrismo es el
cisne negro de la política tradicional.
Después de cinco años de crisis, en medio de una de las corridas
cambiarias más graves de la historia, en tensión con sus socios radicales y con
todo el peronismo, el Gobierno debe demostrar que hizo lo necesario para ser
reelegido en 2019.
Le queda poco más de un año.
Y primero debe llegar a esas elecciones.
© Perfil.com
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