Por James Neilson |
Preferían dejar la corrupción K en el terreno de las
denuncias politizadas, como si fuera cuestión de un asunto discutible, un
producto de la imaginación febril de personajes como Elisa Carrió o mercenarios
mediáticos que tenían sus propios motivos para querer desacreditar a quienes
estaban en el poder. Para los reacios a permitirse conmover por lo que hacen
los gobernantes de turno, el que por lo común las acusaciones más graves
provengan de sus enemigos políticos es más que suficiente como para
descalificarlas.
Demás está decir que la propensión a creer sólo lo que a uno
le conviene no se limita a los ciudadanos de a pie. La comparten aquellos
miembros de la gran familia judicial que durante años archivaban causas que
podrían ocasionarles disgustos, pero andando el tiempo todos, salvos los más
ciegos, se encontraron frente a montones de evidencia tan firme que no les
sería dado pasarlos por alto.
Así, pues, la semana pasada el juez Claudio Bonadio creyó
tener bastante para, por fin, procesar a Cristina y cuarenta sujetos más por
integrar lo que se llama eufemísticamente una “asociación ilícita”, o sea, una
banda mafiosa, que fue creada con el propósito de trasladar miles de millones
de dólares de las arcas públicas a las cuentas bancarias, haciendas, hoteles y
otras propiedades de los acusados de ser responsables de la estafa gigantesca
que sufrió el país.
Desgraciadamente para Cristina, muchos empresarios están en
la mira de la Justicia, lo que hará más difíciles sus intentos de presentarse
como víctima de una campaña de persecución política derechista.
Hasta ahora, Cristina y compañía se han visto beneficiados
por el clima de escepticismo mayormente fingido que siempre ha imperado en
buena parte de la sociedad. El fenómeno puede entenderse. A veces, aferrarse a
una mentira consensuada parece mejor de lo que sería correr los peligros de
enfrentar una verdad nada grata. Ya es tarde, pero uno podría argüir que al
país le hubiera convenido demorar por algunos años la investigación de las
fechorías perpetradas por el matrimonio patagónico y sus cómplices en el
transcurso de la larga “década ganada” por ellos. La caída en cámara lenta de
Cristina ya ha sacudido el empresariado nacional y, al golpear con fuerza
especial el sector relacionado con las obras de infraestructura con las que el
Gobierno esperaba hacer más soportable el ajuste que, presionado por los
mercados, ha tenido que poner en marcha.
Además de impactar en la obra pública, el drama
protagonizado por Cristina está agitando sobremanera al peronismo justo cuando
el país necesita que la parte “racional” de la clase política apoye con vigor y
convicción un programa encaminado a enderezar una economía disfuncional que de otro
modo podría hundirse por completo. Por lo demás, no hay garantía alguna de que
no caigan en las redes de los cazadores de corruptos más oficialistas,
incluyendo a miembros de la familia presidencial.
Así y todo, a los muchos que quisieran que la corrupción K
fuera ficticia o, cuando menos, no fuera tan mala como los datos concretos
hacen creer, les está resultando cada vez más difícil defender lo que para
ellos sigue siendo una suerte de mentira patriótica. El más resuelto en tal
sentido es el senador peronista Miguel Ángel Pichetto. Como un partidario del
solipsismo del obispo anglicano del siglo XVII George Berkeley, uno de los
filósofos favoritos de Jorge Luis Borges, Pichetto insiste en que aún faltan
las pruebas definitivas que precisaría la bancada peronista para resignarse a
despojar a la senadora Cristina de los fueros parlamentarios sin los cuales ya
estaría entre rejas. ¿Realmente cree que la ex presidenta podría ser inocente
de los muchos cargos en su contra? Es muy poco probable, pero no parece
dispuesto a permitir que los meros hechos lo hagan modificar su punto de vista.
Pichetto dista de ser el único que piensa de esta manera un
tanto esquizofrénica. A ciertos funcionarios del gobierno macrista tampoco les
gusta lo que está sucediendo; no es que teman verse acusados de cometer delitos
sino que creen que les convendría que una Cristina herida continuara provocando
divisiones en el peronismo y que fuera ella que enfrentara a Mauricio Macri en
un eventual balotaje en las elecciones fechadas para el año que viene.
Durante años una parte sustancial de la población del país
optaba por minimizar el significado de lo que sabía acerca de la conducta
delictiva de Néstor, Cristina y los demás. Comprendía que la corrupción era un
problema mayúsculo que contribuía a empobrecer a millones de personas, pero se
consolaba diciéndose que todos los políticos eran iguales y por lo tanto sería
muy injusto castigar a los K, de ahí el triunfo abrumador de Cristina en las
elecciones de 2011 cuando obtuvo el 54 por ciento de los votos
¿Ignoraban quienes formaron parte de aquel 54 por ciento lo
que hacía la señora? Desde luego que no, pero parecería que en aquel entonces
la mayoría consideraba la corrupción un tema anecdótico sin mucha importancia.
¿Ha cambiado de actitud? El que a pesar de todo lo ocurrido últimamente
Cristina conserve una intención de voto superior a las atribuidas a otros
peronistas hace pensar que los más perjudicados por el robo en escala
industrial de los recursos que en teoría son de todos siguen creyendo que en
política la honestidad es lo de menos.
Que éste sea el caso pide una explicación. Puede que lo que
más quieren quienes se sienten representados por el kirchnerismo sea vengarse
de una sociedad que de un modo u otro los ha humillado. Comparten tal
sentimiento no sólo los pobres e indigentes que viven como pueden en los
barrios insalubres del conurbano bonaerense y el norte del país, sino también
muchos integrantes de la clase media y cohortes de intelectuales. Para todos
aquellos, oponerse al orden existente que Macri, el “niño bien”, hijo de un
multimillonario que se formó en un hogar de la patria contratista, simboliza
mejor que nadie, importa mucho más que el verso ideológico o los debates entre
economistas en torno a cómo impedir que el país continúe deslizándose hacia la
hiperinflación, el default y una pesadilla venezolana.
José López, el hombre de los bolsos, dice temer a Cristina
porque “es vengativa”, pero a ojos de sus simpatizantes tal característica no
es un vicio sino un motivo más para apoyarla. Después de todo, los Kirchner
construyeron poder al movilizar el rencor que, por razones nada misteriosas,
abundaba en el país y que, huelga decirlo, se ha visto estimulado por los
acontecimientos de los meses últimos, de ahí el riesgo de que, una vez más,
surjan dirigentes populistas decididos a aprovechar el malestar generalizado
sin preocuparse por las consecuencias a mediano plazo de su accionar.
Aunque los recursos escasean, el gobierno del presidente
Macri está procurando alistarse para enfrentar una emergencia duradera al tomar
medidas que serían apropiadas para un país devastado por una catástrofe natural
de dimensiones inéditas; acumula alimentos para comedores populares para que el
hambre no asuele las zonas más vulnerables del conurbano y otros lugares. Todo
hace prever que en los meses próximos el gasto social sea el más alto de la
historia y que tal esfuerzo cuente con el respaldo del Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional que no quieren que la Argentina experimente otra
debacle con repercusiones negativas en el resto del planeta. ¿Será suficiente
como para frenar a los deseosos de sacar provecho de una situación que ellos
mismos habían previsto, ya que antes de la llegada al poder de Macri los
kirchneristas apostaban a que el sucesor de Cristina, aun cuando fuera Daniel
Scioli, resultara incapaz de manejar la herencia explosiva que recibiría y por
lo tanto no tardaría en poner los pies en polvorosa?
Para sobrevivir a la etapa de vacas flaquísimas que ha
comenzado y que, según los voceros oficiales, durará hasta mediados del año
próximo, el macrismo necesitará más que programas de emergencia que sirven para
hacer menos dolorosos los golpes asestados por una recesión prolongada. Tendría
que suplementarlos con “un relato” capaz de convencer a la mayoría de que está
llevando el país hacía un futuro mejor. Puesto que la crisis que enfrenta se
debe casi exclusivamente a factores internos que están presentes desde hace
muchísimo tiempo, confeccionar uno no le sería del todo sencillo; a diferencia
de los kirchneristas y sus aliados de la izquierda dura, los macristas no
pueden achacar el desastre a la malignidad de siniestros enemigos extranjeros,
como si el país estuviera librando una guerra a muerte contra fuerzas oscuras
resueltas a aplastarlo. Por fantasioso que fuera el relato kirchnerista,
durante años contribuyó a asegurar la hegemonía de un gobierno que cometía más
“errores no forzados” que el encabezado por el lacónico ingeniero Macri que
nunca ha ocultado el desprecio que siente por la retórica tradicional.
© Revista Noticias
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