Macri y los representantes de un "radicalismo dolido y molesto" con la marcha de Cambiemos en el Gobierno. |
Dicen que las crisis de parejas están motivadas no tanto por
lo que se dicen sus integrantes, sino por lo que no se dicen, lo que
malinterpretan y lo que dan por sobreentendido. Es lo que le pasa a Cambiemos
después del fin de semana del no cambio de gabinete. Es lo que reconocen ahora
varios de sus miembros que intentan el desafío de recomponer una relación un
poco más frágil y agrietada, justo cuando buscaban y necesitaban lo contrario.
Los esfuerzos y gestos hechos desde el martes pasado por los
principales referentes de la alianza para restaurar una nueva paz interna
lograron volver a poner a casi todos en el mismo barco nuevamente, pero no
terminaron con los recelos y el malestar que persisten, aun entre miembros de
cada una de las tres fracciones de Cambiemos. Incluso dentro del macrismo puro
y originario.
La disección del desencuentro muestra una dinámica curiosa.
El malestar fue tomando forma con el correr de los días. No se corporizó en la
noche del domingo de la semana pasada, cuando los desacuerdos concluyeron con
las mismas caras de antes (solo algunas menos) rodeando a Macri y con la
calesita de grandes nombres abandonada fuera de la Casa Rosada, después de
haber girado impúdicamente casi 48 horas.
El lunes alumbraron los recelos, las versiones interesadas
de lo que había pasado y de lo que no había sucedido. Un gabinete adelgazado,
con ministros con sello de reemplazables y exministros degradados, no fue el
único resultado y ni siquiera lo más importante que debe recomponer el
Gobierno.
Cuando aún no habían cesado los primeros ecos de los
anuncios y mientras arreciaban las críticas, sobre todo, de buena parte del
macrismo al radicalismo, Marcos Peña dedicó varias llamadas a apaciguar los
ánimos. Ya demasiado se había roto y en nada había contrariado, de verdad, a
Macri la ausencia de nuevos nombres a su lado como para no tratar de cerrar el
nuevo frente. Peña, que al final es casi el único que cuenta para el
Presidente, había sido confirmado y reempoderado, aunque ahora adopte un perfil
más bajo.
Gran parte de las dudas que dispararon la desconfianza de
los mercados, que hizo temblar a la gestión de Macri, se centraban en la
sustentabilidad política de su gobierno. Para ellos, los problemas de la
Argentina no se reducen a las variables financieras o económicas.
La incertidumbre del poder económico internacional y local
radica en el vigor y la capacidad de la administración macrista para afrontar
un escenario económico y social más complicado aún que el que tuvo hasta acá y
que exige tomar medidas no precisamente populares. Esa situación dispara,
además, interrogantes renovados sobre el gobierno que podría emerger en 2019.
La historia pendular de la Argentina desvela a los dueños del dinero.
El Gobierno procuraba mitigar esos temores el fin de semana
anterior. Algo salió muy mal. La reimposición de las retenciones que vuelven
más viable la violenta frenada del déficit tuvo como contraparte el
chisporroteo político interno. No neutraliza lo logrado, pero vuelve a
relativizar la fortaleza del Gobierno. Cambiemos sigue sin ser una coalición
gubernamental y casi seguramente nunca lo será. Es solo una alianza electoral y
parlamentaria. Macri y Peña así están cómodos. Es su zona de confort.
Tensiones y
desencuentros
"Hasta el domingo a la noche estaba todo bien, aun
cuando no se hubiera modificado la estructura de poder real del Gobierno que
hizo inviable nuestro ingreso al gabinete", afirma uno de las figuras más
prominentes de la UCR, que sintetiza la opinión de los correligionarios con los
que compartió las negociaciones. "Lo que pasó a partir del lunes cambió
todo: el radicalismo está dolido y molesto", concluyó.
"El problema es que a los radicales les importan los
cargos, no el fortalecimiento del Gobierno", descalifican desde el
macrismo duro. El mote de "carguistas" es una mochila que los
radicales arrastran desde que Raúl Alfonsín pactó con Carlos Menem la reforma
de la Constitución, que le aseguró a la primera minoría (encarnada por la UCR
durante casi dos décadas) puestos en la estructura estatal. Los que esgrimen el
calificativo saben dónde golpean.
A pesar de que el radicalismo dice que buscaba reforzar el
Gobierno, buena parte del macrismo lo reduce a una búsqueda de poder partidario
que, dicen, quedó expuesta cuando Ernesto Sanz rechazó el Ministerio de Defensa
y dijo que su expertise solo tenía sentido en un cargo político. En ese rubro
solo hay dos opciones: Interior, a cargo de Rogelio Frigerio, o la Jefatura de
Gabinete, que en este gobierno tiene nombre y apellido. Fue una salida infeliz.
Lo que no se dijo es lo que desató el conflicto. El
radicalismo nunca se animó a plantear que su verdadero objetivo era atenuar el
poder concentrado del indisoluble binomio Macri-Peña (Tom y Jerry, según el
secretario de Cultura). Lo dicho pareció concentrar todo en una disputa por el
cargo de Frigerio, aunque se trataba de una martingala más compleja. Las cosas
solo podían empeorar. Por portación de apellido e historia personal, Frigerio
mantiene con el radicalismo diferencias congénitas. Un ambiente demasiado
propicio para los fantasmas.
Frigerio llegó a poner a disposición su renuncia. Lo mismo
evaluó el ahora ministro de Economía, Nicolás Dujovne, que solo lo descartó
tras ser convencido por su más estrecho círculo familiar y laboral.
No habían generado un clima propicio las versiones
disparadas el sábado desde dentro del oficialismo sobre la posibilidad de que
Carlos Melconian desplazara a Dujovne. A la devaluación de quien debía
renegociar un acuerdo con el Fondo Monetario (FMI) se le sumaba otro problema
para los radicales. Dujovne y su equipo son considerados propios. En todo caso,
preferían que allí fuera Frigerio, pero este solo hubiera aceptado un
Ministerio de Economía como los de antes, subsumiendo hasta carteras que
sobrevivieron al recorte. Mucho más poder concentrado del que Macri y Peña
podían tolerar.
Por si faltaran sospechas, la propuesta de sumar a Martín
Lousteau fue vista como un intento de Horacio Rodríguez Larreta por sacarlo de
la cancha porteña con miras a 2019. Atribuir la oferta solo a motivos tan poco
altruistas sería un reduccionismo que no se ajusta totalmente a los hechos. Esa
idea, al igual que la de repatriar a Alfonso Prat-Gay, contó con la anuencia
inicial del titular del radicalismo, Alfredo Cornejo, con quien Peña inició las
conversaciones del sábado. No es solo la versión macrista, sino también la que
admiten los radicales al tanto de las negociaciones. En el medio caían como
rayos los tuits censores de Lilita Carrió, que desde el ciberespacio se
conectaba con Macri, recluido en el ambiente deportivo-familiar de su quinta
Los Abrojos, y con varios de los asambleístas de Olivos. Demasiadas
interferencias para una comunicación tan frágil.
Caída la opción Sanz, todo empezó a derrumbarse. Las muchas
reticencias que ya tenían Prat-Gay y Lousteau para volver a un gobierno del que
fueron echados encontraron una buena razón para declinar cuando supieron que el
más radical de los tres no sería de la partida. Nada que sorprendiera a
cualquiera que hubiera hablado con ellos la semana previa. Sus diferencias con
el Gobierno no eran solo por las políticas de los últimos meses que agravaron
la crisis precipitada por la situación internacional. Además de cuentas
personales no saldadas, tenían serias objeciones a la forma en que se resuelven
las cosas en la Casa Rosada. Capítulo cerrado.
Ya no se esperan muchos cambios en el poder real del
Gobierno, pero la disolución del tridente de la Jefatura de Gabinete, compuesto
por Peña y sus dos (ahora ex) vicejefes Gustavo Lopetegui y Mario Quintana, parece
haber renovado el aire puertas adentro. Lo reconocen varios ministros. No solo
los que recelaban de la injerencia en temas políticos de Quintana, sino también
de muchos para los que era un mecanismo tortuoso y poco eficaz. Salvo para
controlarlos. La duda que subsiste es cómo Macri administrará sus
desconfianzas.
En la nueva geografía, el bajo perfil de Peña también eleva
el de Frigerio, que en las últimas horas ha trajinado en busca de lograr mañana
algo más que una foto de los gobernadores con el Presidente. El objetivo es que
ese encuentro abra un diálogo más fructífero, al margen de la aprobación del
presupuesto que en el Gobierno dan casi por hecho. No es fácil.
El sex appeal del oficialismo está en baja. Tiene poco para
ofrecer mientras las demandas crecen. Por eso es tan importante para el
Gobierno recomponer el frente interno de Cambiemos. Tanto que hasta Carrió lo
entendió y salió a enmendar varios malentendidos. Pero la crisis no terminó.
© La Nación
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