martes, 4 de septiembre de 2018

Beckett retrógrado

Por Guillermo Piro
Hace años, Luis Melnik me convenció de que el marketing es imprescindible en todos los órdenes de la vida. Para ello apeló a una historia que tal vez sea cierta: dos muchachos deciden asaltar un restaurante situado en Vicente López, enfrente de la General Paz. El restaurante está repleto de comensales, lo que garantiza una abultada recaudación.

Armados con pistolas, ingresan al grito de: “¡Esto es un asalto!”. Pero la mitad de los comensales se pone de pie y acribilla con sus propias armas a los asaltantes. Estos no habrían tenido ese final si antes de entrar hubieran leído el cartel en la puerta que decía: “Cena a beneficio. Policía Bonaerense”. El marketing es imprescindible en todos los órdenes de la vida.

 El Complejo Teatral de Buenos Aires recibió una intimación de la agencia que tiene los derechos de la obra Esperando a Godot, de Samuel Beckett, para que el teatro desista de poner en escena una versión en la que participarían dos mujeres – Analía Couceyro e Ivana Zacharski–, dado que una de las cláusulas impuestas por el autor, fallecido en 1989, expresa que la obra solo puede ser representada por hombres. Con dirección de Pompeyo Audivert, la obra iba a estrenarse el 21 de septiembre. Lo cierto es que si alguien es culpable, ese alguien no es Beckett.

Y también es cierto que la noticia no debía haberlos tomado tan por sorpresa. Incluso quienes no somos exégetas de Beckett, los que no hemos leído todos sus libros y no corremos ansiosos a la librería cada vez que aparece una nueva y pésima traducción española de sus obras, sabíamos que cuando se lo consultó acerca de esa disposición expresa de no colaboracionismo de mujeres en Esperando a Godot, Beckett respondió: “Las mujeres no tienen próstata”, aludiendo, naturalmente, al mal que sufre Vladimir, uno de los personajes, pero en realidad diciendo a su modo, que siempre fue un poco improbable: “Porque se me cantan las pelotas” –expresión que oxigenó buena parte del arte de la Antigüedad hasta nuestros días. Incluso quienes no somos exégetas de Beckett sabíamos que en repetidas ocasiones se bajaron de cartel versiones de la obra por contar en su elenco con actrices en vez de actores: en el 91 en Avignon, en 2003 en Frankfurt, en 2004 en Wilhelmshaven, en 2005 en Pontedera. Con seguridad hay más casos, pero esos bastan para sentar precedente.

Cuenta Milita Molina, traductora junto a Elina Montes de Recordando a Beckett, un libro de entrevistas a Beckett que incluye algunos testimonios de quienes lo conocieron, que durante una puesta del propio Beckett una actriz le había preguntado si se le permitía bostezar dos veces en vez de tres, a lo que Beckett respondió con un terminante “no”. Cuando el año pasado Ana Cinkö y Raúl Zolezzi presentaron la versión teatral de Compañía, uno de los últimos textos del autor irlandés, tuvieron muchos dolores de cabeza a raíz de los requerimientos de los herederos, reacios a tolerar hasta la más mínima sustitución de una línea o el inofensivo cambio de nombre de un personaje.

Tildar a Beckett de retrógrado me parece exagerado. ¿Caprichoso? Seguramente. Tan caprichoso como asignarle a una mujer el papel de un hombre. O como que Días felices, del mismo autor, solo puede ser representada por mujeres. Ante los pretendidos cambios de género, los herederos de Beckett dicen: “Reemplazar hombres por mujeres en un espectáculo es como sustituir violines por trompetas”. Contundente. Hablamos de un autor que no autorizó a Ingmar Bergman a hacer una puesta de la misma obra.

En un momento de Esperando a Godot, Estragón se descalza para quitar algo en el zapato que le molesta, y Vladimir dice: “He aquí al hombre íntegro arremetiendo contra su calzado cuando el culpable es el pie”. Es una buena y oportuna sentencia.

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