Por Jorge Fernández Díaz |
Aquello
no podía ser un modelo de izquierda. Y sin embargo, aquel fue exactamente el
plan que Felipe tenía en la cabeza y que luego permitió a España salir del
atraso estructural y alcanzar el desarrollo. Asevera Semprún que no fue simple
pragmatismo de poder, sino un acertado diagnóstico precoz, y que no se trató de
un viraje hacia la derecha sino hacia la realidad.
El filósofo posmarxista Slavoj Zizek asegura que el populismo es
"un opio ideológico del pueblo, pero es la única forma de introducir
pasión". Alude a que las democracias representativas no logran construir
una épica para luchar apasionadamente por sus convicciones, y que entonces les
ceden el ardor de las ideas a los populismos de distinto sesgo. Sin haber leído
las últimas reflexiones de Zizek, su colega italiano Loris Zanatta parece
hallar una respuesta: "Los demócratas liberales se quejan a menudo de que
no tienen un relato, que no tienen una epopeya propia: ¿cuál podría ser mejor
que esta?". El historiador de la Universidad de Bolonia que tanto nos
conoce se refiere a combatir culturalmente al anticapitalismo tenaz y
hegemónico, que nos ha conducido a innumerables derrotas y a una caída libre y
sostenida. Esta misma semana los profesores Roberto Cortés Conde y Gerardo
della Paolera, admiradores del gobierno de Felipe González, lanzaron su libro Nueva
historia económica argentina, en el que varios especialistas de distintas
tendencias buscan dilucidar el gran enigma: ¿por qué nos fue tan mal durante
tanto tiempo? Los editores de estos ensayos llegaron a una conclusión: medidas
adoptadas para superar la crisis de 1930 pasaron de ser coyuntura a cultura, se
aplicaron erróneamente en posteriores etapas históricas y hoy están arraigadas
en la clase política y en la mismísima sociedad: "Son una serie de
creencias incorporadas a la mentalidad argentina". Entre ellas, figura la
superstición de que para superar la etapa agrícola había que sostener medidas
proteccionistas que trasvasaran recursos del campo a la industria, a través de
una distorsión de precios relativos, algo que condujo a políticas antiexportación
y a consiguientes estrangulamientos externos, crisis de balanzas de pago,
descapitalización y decadencia. A su vez, con la intención de sostener este
esquema, el Banco Central se usó para financiar al Gobierno, lo que produjo
infinitos procesos inflacionarios. Toda esta superchería nos entregó a un
capitalismo rentista y corporativo, aislado del mundo y con industrias
subsidiadas de bajísima productividad. Si esta estrategia hubiera tenido buenos
resultados, no habría objeciones, puesto que aquí no se trata de ideología sino
de un viraje a la realidad: los trucos, que en repúblicas desarrolladas pueden
ocasionalmente servir para defenderse de la globalización, suelen dañar a los
subdesarrollados, y la Argentina es un ejemplo histórico de ese error garrafal.
El asombroso anacronismo de "vivir con lo nuestro" y la persistencia
del peronismo y también de los nacionalistas católicos en sostener un hermético
sistema de corporaciones bajo el paraguas de las palabras "Patria" y
"Dios" nos han llevado a creer en un "paraíso en la Tierra"
al que Savater denomina de manera más prosaica como un "colectivismo
incompetente". Cualquier experimento contrario a esa religión económica se
encuentra con "fuertes resistencias invisibles" (Zanatta dixit).
Esta es la verdadera batalla de conceptos que, con sus múltiples
matices, divide aguas y se libra encarnizada pero sordamente en nuestro
territorio. No existe un debate de superficie, sino pequeñas escaramuzas
académicas. Y aunque se trata de una preocupación de las elites (como despreciaría
Durán Barba), lo cierto es que le incumbe principalmente a Cambiemos hacerse
cargo de la disputa entre la Argentina competitiva y abierta, y la Argentina
corporativa y prejuiciosa, si es que pretende recuperar la confianza perdida
entre los millones de ciudadanos que quieren un "país normal". Es
claro que la próxima contienda electoral será una puja de valores, y que la
coalición gobernante se quedó sin discurso después de los cataclismos
financieros. La economía dará pésimas noticias durante meses, se recuperará más
tarde, pero sus frutos no se recogerán hasta 2020. Si esta fuera una
administración recién llegada, podríamos aventurar que le tocará un buen
momento, puesto que las nuevas variables insinúan para entonces un rebote
espectacular. El problema es que los tiempos cortos y próximos se asemejarán a
2016, es decir: serán malos, con la diferencia de que en aquel entonces la
sociedad aguantó frente a la promesa de una mejora, y hoy se siente defraudada
y poco dispuesta a volver a confiar. La situación se parece un poco a la de
esas parejas que deben remontar una infidelidad: el victimario tiene que probar
con hechos, pero también con palabras que no volverá a suceder, y la víctima
debe poner en la balanza cuánto gana y cuánto pierde si rompe el vínculo. La
noticia no es que tuvimos un nuevo accidente macroeconómico, sino que un
gobierno no peronista sobrevivió a una megadevaluación, y este hito debería ser
estudiado en profundidad puesto que podría estar evidenciando una mutación
social profunda.
La gente rezaba por la normalización económica en medio de las
llamaradas del dólar, pero apagado el incendio sobreviene el desierto, y ese
valor de bombero será insuficiente para atravesar las ardientes arenas con
hidalguía y con chances ciertas. "El político debe ser capaz de predecir
lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar
después por qué no ha ocurrido", decía Churchill. Hace unas semanas, el
Presidente habló largamente con el historiador israelí Yuval Noah Harari, quien
le recordó algo central: los populismos no reconocen nunca sus errores, no
hacen autocrítica; por lo tanto jamás pueden remediarlos, y cuando las cosas
salen mal, se ven obligados a buscar culpables externos. Macri debe una
explicación (Churchill), una autocrítica (Harari), una pasión (Zizek) y, lo más
importante, el minucioso planteo de un país soñado. Que para él es Australia, a
la que estudia con devoción desarrollista, pero que en verdad se parece mucho
más a la Argentina que pudo ser y no fue: una nación que deja por fin atrás
aquella desatención por el mundo, patología endogámica que lo hizo perder todos
los trenes de la Historia; un nuevo lugar donde se discuta el trabajo del
futuro inminente, la inserción en el comercio global, la robótica, la
inteligencia artificial y las monedas electrónicas, en vez de las fórmulas
antediluvianas de "progreso" que proponen una y otra vez los
amenazantes hijos multimillonarios de la Carta del Laboro y sus socios
peronistas y eclesiásticos.
Se probará en los próximos ocho meses si Cambiemos es el instrumento
idóneo para esos millones de argentinos que exigen una epopeya (Zanatta) y
reclaman un cambio verdadero (Semprún). Para ellos, no hay derecho a la
desilusión, ni vale instalarse en la comodidad del fracaso. Porque la Argentina
hace un viraje a la realidad (Felipe González), o es devorada por la ruina de
siempre.
© La Nación
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