Por Roberto García |
Pero la frase encajaba con el compromiso de ayudar a su colega en la negociación con el FMI y
la balsámica garantía de asistirlo financieramente si no llegara a alcanzar el
acuerdo. “No te preocupes”, le insistió. Y cumplió esta semana. Al menos,
parece cubierta la amenaza del default luego del anuncio. A esa demanda
paternal se agregó otra extensión familiar en boca del ingeniero, quien
entusiasmado por el socorro personal que le brindó Christine Lagarde
en Nueva York, pidió su mano para convertirla en una novia para todos los
argentinos, titánica propuesta para la dama, que tal vez hubiera correspondido
al incontenible francés que la precedió en el cargo: el obseso sexual Strauss-Khan.
Protagonistas. Esta suma de parentescos imprevistos desde el exterior le provocó al
Presidente una revulsión en su ejercicio del poder: recuperó una centralidad en
Cambiemos que parecía afeitada (por la suba del dólar y el repudio en las
encuestas, entre otras bellezas), tan disminuida que se había esbozado la
conveniencia de un cerco para protegerlo con propios (Rodríguez Larreta, Vidal),
socios radicales en el gabinete (Lousteau, Sanz, Prat-Gay) o eventuales
peronistas domesticados. Pero el padre y la novia imaginarios determinaron que
solo Macri podía acceder a esas filiaciones, “la plata me la dan a mí”, una
exclusividad que le devolvió protagonismo, unificó la conducción suprimiendo
ministerios, rescató el propósito de su reelección, lanzamiento que forzó a
una parte de la oposición para encolumnar intereses, olvidar agravios
individuales y enfrentarlo en forma grupal. Si se estabiliza el mercado cambiario
y la economía en general, alguien dirá que esto fue planeado por algún
sofisticado estratega, no correspondió al azar.
La aparición del cuarteto
Massa, Pichetto, Schiaretti, Urtubey consuma una remake de
aquellas aventuras conjuntas escasamente felices de Macri-Solá-De Narváez o la
de Scioli-De Narváez-Macri para enfrentar al kirchnerismo. Hoy, la nueva
alternativa desafía al rival de antaño encarnado en Cristina e incorpora
también a Macri como indeseable. Por lo menos, en apariencia. Unos creen que el
novedoso cuadrado replica la histórica reunión de Yalta entre Roosevelt, Churchill
y Stalin; otros menos optimistas suponen que se trata de una patética
minucia que beneficia al Gobierno para dividir al peronismo en 2019. No
cabe duda, al menos, de que la fotografía de la reunión le encantó al asesor
presidencial Duran Barba, sea porque provoca polémica y distrae atención sobre
otros conflictos.
Paradójicamente, de los cuatro, quien exhibe mayor volumen hoy es quien
tiene menos pretensión presidencial: Schiaretti. Tropieza con problemas de
salud, aglutinó al peronismo cordobés desde la muerte de José Manuel de la Sota –cuya hija Natalia podría ser invitada
como segunda en la fórmula para la gobernación– y en apariencia solo se
interesa para hacerse reelegir en Córdoba. Además, conserva óptimo
vínculo con Macri, trabajó con su padre en Socma, se requieren entre sí. Otra
expectativa dispone Pichetto: carece de territorio para integrar un binomio
presidencial, pero compensa ese vacío con cierto prestigio convocante en el
interior. Ya confesó su vocación para ocupar la Casa Rosada. Al igual que
Massa, opuesto a cualquier aspiración en la provincia de Buenos Aires, el
distrito donde se ampara con respaldo de jefes municipales, influyente
además por la cantidad de legisladores que hoy lo acompañan (más de uno
sospecha que el poliamor de Solá quizás lo abandone con media docena del
bloque). Pero está desteñido por los números electorales en el orden
nacional.
No conforma mucho más Urtubey, con su territorio salteño dinamitado,
aunque se esfuerza por expandirse en otros distritos y, sobre todo, para
quedarse con los sponsors que en algún momento apoyaron al hombre de Tigre.
Está claro que, por el escándalo de los cuadernos, seriamente no habrá plata
abundante para las campañas. Apenas para una o dos.
Si prospera este andamiaje, habrá adicionales. Respaldo de importantes
gobernadores (Manzur, Bordet, Uñac), congresistas, intendentes, o la
participación de Lavagna padre que se juramentó decir que no será candidato.
Pero Eduardo Duhalde, quien sueña con que la jueza Servini le ceda la
intervención del partido peronista, lo promueve como sujeto de unidad, hasta
por razones de edad, copiando el fenómeno vejestorio de Mujica en Uruguay
o López Obrador en México, imaginando tal vez una población harta y disgustada
con la intemperancia de los cuarentones de La Cámpora o los párvulos
ineficientes del PRO.
En qué te has convertido. Tampoco se define sobre el cuarteto alguien que
visita a menudo al intermitente Duhalde: Daniel Scioli,
con apta persistencia en los sondeos y de interrupta comunicación con Cristina.
Ya no es el preferido político de Duhalde, pero todavía comparten horas con el
ajedrez (a veces, con otro jugador avezado, Samid). Cierta preocupación
judicial lo debe acechar. Justamente ese tema abruma al ex motonauta, y en los
mentideros se repite que más de una vez fue a visitar a Macri en Olivos. Es
cierto, está registrado. Lo que se ignora, en cambio, es la naturaleza del
diálogo que ambos tuvieron con relación a las investigaciones. Aunque se
menciona esta versión, plausible quizás, novelesca con seguridad:
—Debés saber que estoy soportando presión o persecución judicial. Podría
necesitar ayuda.
—No puedo hacer nada con la Justicia, son cuestiones en las que no me meto. Si hasta mi familia tiene problemas.
—Bueno, pero fijate que yo pude haber estado sentado en el sillón que ocupás ahora. Y vos, con problemas en la Justicia, en el sillón donde ahora yo estoy sentado. Invertí los roles. ¿Vos pensás que yo no te hubiera dado una mano?
—Entendé: no se trata de dar una mano, de lo que uno puede hacer o no. No intervengo en la cuestión judicial, no me meto. Debe ser también porque a mí me tocó este sillón.
—No puedo hacer nada con la Justicia, son cuestiones en las que no me meto. Si hasta mi familia tiene problemas.
—Bueno, pero fijate que yo pude haber estado sentado en el sillón que ocupás ahora. Y vos, con problemas en la Justicia, en el sillón donde ahora yo estoy sentado. Invertí los roles. ¿Vos pensás que yo no te hubiera dado una mano?
—Entendé: no se trata de dar una mano, de lo que uno puede hacer o no. No intervengo en la cuestión judicial, no me meto. Debe ser también porque a mí me tocó este sillón.
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