Por Isabel Coixet |
El actor les abre la puerta vestido
con un kimono y larga melena rubia: el aspecto menos apropiado para hacer de
Vito Corleone que se puede imaginar.
Coppola cuenta minuciosamente el proceso de Brando
tiñéndose el pelo con betún y poniéndose unos kleenex en la
boca para simular la peculiar manera de hablar del mafioso. Aún con kimono, en
el momento en que Brando se puso los kleenex en la boca, nació
el Vito Corleone que conocemos. Y esa imagen me lleva a otra imagen que en
estos días vuelve a mi cabeza una y otra vez: la última vez que vi a Yvonne
Blake.
Fue, no hace tanto, en un restaurante en Madrid,
delante de una comida deliciosa y una buena botella de vino. Durante muchos
años, nos habíamos ido cruzando en festejos, celebraciones y demás actos
sociales en los que mi habitual estado de ‘pulpo-en-un-garaje’ me había
impedido cruzar no más de cuatro palabras con ella. Y, a pesar de eso, cada vez
que cruzábamos esas cuatro palabras sentía una especial conexión con ella, una
conexión que es muy rara en mí, y que por esa misma razón valoro inmensamente
cada vez que se produce.
Yvonne era abierta, divertida, sabia, noble,
apasionada, lúcida. Me hubiera gustado muchísimo trabajar con ella. Sé que nos
hubiéramos entendido. Yvonne era una rara avis en el cine
español, pero era una rara avis también en el cine mundial.
Alguien que pasó de ayudante de sastra a diseñadora de producción y vestuario
de Farenheit 451. Alguien que, como Coppola, como todos los
grandes, tenía una manera tremendamente sencilla de hablar de su trabajo.
Escuchar hablar a Yvonne de cómo se le habían
ocurrido las ideas que cimentaban su trabajo era fascinante: la falda y el
peinado de Julie Christie en Farenheit 451. Todos los materiales
que probó antes de crear el mítico traje de Superman. La camisa de Hugh Grant
en Remando al viento. Y el inolvidable traje de Marlon Brando también
en Superman. Recuerdo que en la comida hablamos de casi todo lo
divino y lo humano, como si todo este tiempo hubiéramos estado almacenando
preguntas que formularnos. Nos gustaban las mismas cosas y ambas detestábamos
también las mismas: el bullshit, lo primero.
Al final de la comida, no pude resistirme y le
pregunté qué tal había sido su experiencia con Brando. «Fue muy fácil
trabajar con él, me dijo que se pondría lo que yo quisiera… El problema era…
que cada vez que le probábamos el traje, que estaba hecho de un material muy
delicado, había engordado y teníamos que ensanchárselo, así que un día, poco
antes de rodar, le dije que dejara de engordar. Y ¿lo hizo?, le pregunté a
Yvonne. «Bueno, me miró como un niño pillado en falta y, por supuesto, ¡no me hizo
ningún caso! Tuve que crear una especie de casaca abierta sin botones, que no
era mi idea inicial… Cada vez que me veía aparecer por el plató, tiraba la
comida que tenía en la mano y decía: «¡Lo hago por ti, Yvonne!».
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