Por Guillermo Piro |
El psicópata está dispuesto a
violar a Daisy, pero antes de eso quiere que le lea una de sus poesías. Pero la
astuta Daisy le recita “Dover Beach”, de Matthew Arnold, lo que conmueve hasta
tal punto al agresor que le hace olvidar sus planes y le pide al protagonista
–neurocirujano– que lo ilustre sobre los últimos descubrimientos para la cura
de un mal que lo aqueja.
Cansados de insistir en la inutilidad de la literatura causa
sorpresa enfrentarse a esos raros momentos en que la literatura parece servir
para algo. El caso de Sábado es particularmente llamativo, no solo porque se
trata de una de las peores novelas de McEwan (y tiene varias), sino porque
nadie, llegado a esa escena, deja de sentir que de algún modo lo están
estafando, como cuando se descubre que un cantante en vivo está haciendo
playback, o que el yogur que acaba de comprar está vencido. Y sin embargo, hubo
veces en que la literatura verdaderamente tuvo utilidad en el mundo real
–olvidemos a McEwan.
Se trata de un misterio que podía haber sido resuelto solo
por Agatha Christie. Hablo en serio. En junio de 1977 la escritora, que había
muerto un año antes, contribuyó a la solución de un caso médico particular,
salvando la vida de una niña de un año y medio. Y lo hizo a través de un libro
que había escrito en 1961, El misterio de Pale Horse.
La historia, relatada entonces por el New York Times, fue
más o menos así. Una niña de un año y medio proveniente de Qatar presentaba
síntomas extraños de una enfermedad desconocida. Los médicos londinenses del
hospital de Hammersmith no sabían qué hacer. La presión sanguínea seguía creciendo,
la respiración de la niña era cada vez más dificultosa y todo parecía
encaminarse a una muerte segura. ¿Qué hacer?
La solución la proporcionó un policial de Agatha Christie.
Durante uno de los controles matutinos, una enfermera, Marsha Maitland, ferviente
lectora de novelas policiales, tuvo una inspiración. Según su hipótesis, la
niña podía estar envenenada con talio, un metal grisáceo, maleable, parecido al
estaño, y muy venenoso –en la tabla periódica de los elementos su símbolo es Tl
y su número atómico es 81. La idea le vino leyendo El misterio de Pale Horse,
donde se describen de manera muy minuciosa los síntomas del envenenamiento con
talio. Y los síntomas eran los mismos que presentaba la pequeña paciente.
Los médicos, desesperados, decidieron aceptar la hipótesis
de la enfermera. Hicieron ciertas pruebas con ayuda de Scotland Yard, que en
aquella época eran los únicos que poseían los instrumentos necesarios para
verificar una intoxicación de ese tipo – el talio era y sigue siendo un
material rarísimo–, y los resultados fueron positivos. La niña qatarí recibió
el tratamiento apropiado y fue salvada. Gracias a una enfermera con el vicio de
la lectura y una novela policial escrita dieciséis años antes.
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