Por especulación política,
un quinteto la apoyó tarde y justo antes de los cuadernos. Los otros
arrepentidos.
Por Roberto García |
Por lo menos, reflexionan y meditan. O maldicen.
Son los quetreparon a último momento en el vagón de Cristina. Venían sorprendidos por la repetida
fotografía mensual de la viuda en las encuestas: 30% o más de voluntades a
favor. Para colmo, no había peronistas insignes en las cercanías y Macri se
descascaraba.
Con disgusto, rabia o vergüenza, se empezaron a
anotar gobernadores o ex, intendentes y, para resumir en un combo, figuras
como Alberto Rodríguez Saá o Alberto Fernández,
también Felipe Solá, Juan Grabois y Hugo Moyano, colgados del estribo.
Por citar un quinteto adorador. Cada inscripto
ofrece una historia de roce personal o aversión manifiesta con la doctora, pero
la atracción presidencial de 2019 podía seducir a cualquier profesional de la
política, hasta soslayar agravios y enconos. Además, la senadora –otra
olvidadiza– guareció a estos conversos: en su staff no sobra la sangre
intelectual. Volvían a un redil imaginando a Juana de Arco rediviva, a caballo
del poder, sin advertir que de pronto podría convertirse en una Cleopatra
barrial incapaz de superar la herencia del marido, un hombre que justificaba
acumular plata para tener el poder cuando, en rigor, trataba de acumular poder
para tener más plata.
Hay libros memorables que cambian la vida de los
hombres. De un día para el otro. En este caso, Los cuadernos de Centeno y su escandalosa secuela
judicial han conmovido a la política local: el best-seller podría quebrar
conductas, suspender maridajes y distanciar amistades repentinas. Ocurre que ya
nadie está convencido de que ese núcleo duro de Cristina, ese 30% propio pero
no escriturado, permanecerá inalterable o en ascenso luego del saqueo en vías
de confesión que ahora se ventila.
Tal vez la delictual suma de testimonios,
imputaciones, arrepentimientos y pruebas que han aparecido hace apenas una
quincena modifiquen gradualmente los guarismos de las encuestas, ese señuelo
que en apariencia deslumbró al quinteto político embarcado en el tren de
Cristina.
Antecedente. Si uno recurre a las consecuencias del Mani
Pulite en Italia en la década del 90 (5 mil indagatorias, entre ellas cuatro a
ex primeros ministros y 200 parlamentarlos, l.300 condenas, centenares de
empresarios involucrados, tres suicidios), registra el derrumbe de la
representación de los dos partidos dominantes: el socialismo, que había
gobernado durante cincuenta años la comuna de Milán, no logró luego hacer
elegir un solo delegado, al gran líder Bettino Craxi le quitaron los fueros y
se escapó a Túnez, mientras a la Democracia Cristiana no le fue mejor y su
tesorero, como ejemplo, atravesó 72 procesos penales. Todo había
empezado por la denuncia de una simple coima en el negocio de la basura y
la confesión adicional de una esposa despechada. Muchos estiman que en la
Argentina, el proceso político será distinto a pesar de que la Justicia dispone
de mayor cantidad de pruebas en el inicio de la causa. Sea porque el peronismo
del 55 repetía “Puto y ladrón, igual lo queremos a Perón” o sea porque en
Brasil brillaba un gobernador (Adhemar de Barros), que sin prejuicios
desplegaba el eslogan “Roba pero hace”. Parecen hábitos culturales de mediados
del siglo pasado que nadie sabe si perduran en las conciencias colectivas de
esta época.
Al menos debe pensarlo algún miembro del oportuno y
reciente quinteto procristina. Quizá queden en offside, sorprendidos,
infracción que en la cancha genera un hecho peor que la anulación del gol: la
cara de asombro, alelada, del protagonista. Le puede ocurrir al Alberto, quien
junto a su hermano Adolfo despotricó durante más de una década por la asfixia
deliberada que le provocaban los Kirchner: no le concedían los fondos que le
correspondían a San Luis, tanto que iniciaron juicio a la Nación hasta que la
demanda, en tiempos de Macri, tuvo desde la Corte Suprema una compensación
millonaria. Pero el tornadizo gobernador se distrajo de aquel daño
matrimonial que lo envejeció prematuramente por culpa de un Macri que pretendió
cuestionarle el poder provincial, y casi lo logra con un candidato propio,
imperdonable afrenta para los hermanos: en venganza, se pegaron a las faldas de
su detestada Cristina con la expectativa de obtener un lugar en la fórmula si
ella se presenta.
Otro folletín de insultos y rencores han cosechado
Alberto Fernández y la ex mandataria desde que el funcionario abandonó la
Jefatura de Gabinete, en 2008: hasta se cruzaron solicitadas insolentes,
dolidas, para un humano común. Pero esas escaramuzas no superan el odio de
Fernández a Macri en el distrito capitalino y su nula inserción en el universo
Massa, razones obvias para volver con la dama. También expectativa por
un lugar bajo el sol en 2019.
Igual que Felipe Solá, otro condenado por los
Kirchner cuando era gobernador, a quien la pareja saboteaba entre otras
lindezas con intendentes y ministros (Randazzo, por ejemplo) hasta arrojarlo,
luego, en manos impensables para votantes: De Narváez, Macri, Massa. Sin
destino, titilante, lamentándose sin dudas, se aproximó a Cristina para ser su
candidato a gobernador bonaerense. Si ella quiere, claro.
Eligió un mal día para reanudar el vínculo: justo
cuando se divulgaban las fotocopias de Centeno. Parece un símil del sindicalista Moyano, quien,
asustado por el avance de sus causas en tribunales y cierta inquina de Macri,
buscó protección femenina para convertir lo judicial en político,
fotografiándose con ella después de años de resentimiento, olvidando ambos esos
conflictos brutales que mantenían hasta la noche anterior a la muerte de Néstor.
Por si faltaran transferencias, apareció Grabois
sumándose a la gesta de género, desligando a Cristina de cualquier enjuague
corrupto, suscribiendo un candoroso manual titulado “La esposa no
sabía lo que hacía el marido”. Este misionero del Papa, el único a quien
Francisco no niega, hasta se pronuncia contra el juez-enemigo Bonadio sin
reparar en que éste es un amigo-confidente de su tutor vaticano, un compañero
en general del peronismo, en particular de Guardia de Hierro, y hasta un
protector de la vecindad de la ex presidenta: fue quien absolvió de un juicio a
Isidro Boudine, el preferido de los secretarios de Cristina, por supuesto
imputado por enriquecimiento ilícito, esa figura jurídica tan tentadora para el
kirchnerismo, de la cual la mayoría de sus participantes se han enamorado. En
esos tiempos, la ex mandataria debía considerar a Bonadio el mejor magistrado del Fuero Federal. Todo
cambia.
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