Por Héctor M. Guyot
El efecto de los cuadernos de Oscar Centeno se multiplica en
progresión geométrica. Se trata de un proceso difícil de seguir en sus
ramificaciones. Tampoco es posible prever hasta dónde llegará. La concisión con
que el hombre registró el acarreo de decenas de millones de dólares en coimas a
través de centenares de viajes desarmó a un ramillete de grandes empresarios
que no tuvieron más remedio que empezar a hablar.
Cuando el remisero admitió
que había llenado esos ocho cuadernos de su puño y letra durante los diez años
que duró el delivery, se convirtió en el primer "arrepentido".
Entonces los empresarios, acorralados, salieron a sacar número para sumarse al
club. De pronto estaban del lado de la verdad. Todos dijeron que una fuerza irresistible
los hacía obrar contra su voluntad, lo que no impidió, por supuesto, que
durante una década se llevaran una generosa tajada mediante obras proyectadas a
medida con sobreprecios astronómicos, mientras el tercio del país que más
sufría el despojo de los bienes públicos caía en la pobreza y la indigencia.
Sin embargo, ahora son víctimas. Víctimas indefensas de esa
presión insoportable, de esa "fuerza irresistible" que, como señaló
entre sollozos un exjuez que tuvo la desdicha de sufrir los mismos aprietes, ya
no está entre nosotros: "La persona que falleció, el esposo de la
presidenta". La culpa de todo la tiene Néstor, claro. Los empujó por el
mal camino. Mediante métodos extorsivos, los llevó a cometer crímenes y pecados
de los que ahora se arrepienten. ¿Dirá lo mismo el lunes la expresidenta, que
ha dado muestras de ser imbatible en el arte de hacerse la víctima?
Todo es posible en el escenario que han abierto los
cuadernos. Si hasta han sido capaces de borrarle la sonrisa de suficiencia a
Oyarbide, que cayó en desgracia justo cuando se disponía a gozar del fruto de
veinte años de trabajo como juez federal. Lejos quedó esa "coreo" que
improvisó entre fornidos gremialistas, ahora que el sistema del que ha sido
parte fundamental se resquebraja y amenaza con tragárselo junto a las
sentencias con que sirvió a la patria, empezando por aquella en la que
sobreseyó a los Kirchner en la causa por enriquecimiento ilícito, un fallo que
bendijo el saqueo que por entonces se consumaba. También el exjuez sacó número
para entrar al club de los arrepentidos, aunque no se decide a dar el paso.
Declaró de todos modos que le "apretaron el cogote" para que
sobreseyera al binomio presidencial. Con esa admisión sumó a la Justicia (a
parte de ella, en rigor) al entramado mafioso de políticos y empresarios que
esquilmó a la Argentina y ahora se está exponiendo a la luz.
La confesión de Abal Medina fue la primera que hace un
miembro de la gestión kirchnerista. El exjefe de Gabinete de Cristina Kirchner
reconoció que el recaudador Baratta le entregó bolsos con dinero de empresarios
a su secretario privado. En su inocencia, creyó que eran aportes voluntarios
para la campaña electoral. Lo mismo han dicho los empresarios acerca del
destino de ese flujo de dinero: no eran coimas, sino aportes
"obligatorios" que alimentaban la política. El enorme caudal de
dólares que llegaba a la cumbre de este sistema, es decir a los Kirchner,
explica sin embargo esa industria paralela de lavado de dinero que el
matrimonio santacruceño habría montado con hoteles que trabajaban a destajo sin
la necesidad de recibir turistas.
Todos los que hablan, incluso los "arrepentidos",
juegan un póker en el que van entregando al juzgado lo justo y necesario para
zafar o pagar el menor costo posible. El problema es que no conocen las cartas
del otro. Eso también vuelve impredecible el curso de los acontecimientos.
Ya se alzan voces que advierten que el proceso iniciado tras
la aparición de los cuadernos es peligroso para la política y podría repercutir
en una caída grave de la actividad económica. Es posible, pero no se sale de un
cáncer sin pagar un costo. Lo inviable es seguir como estábamos.
Mientras, el peronismo calla, aunque el kirchnerismo
atribuye esta suerte de Lava Jato a una operación del Gobierno y contraataca
con el escándalo de los aportes de campaña truchos (maniobra incomparable al
latrocinio perpetrado en la década perdida, pero de la que el oficialismo debe
rendir cuentas). ¿Qué harán los senadores peronistas a la hora de decidir si
votan o no el desafuero de la mujer a la que todos temían? Cualquiera sea la
decisión que tomen, pagarán un costo importante. Aunque una de las alternativas
es más gravosa que la otra. Sin embargo, a la luz de las últimas revelaciones,
otras preguntas se imponen. ¿Quiénes eran en verdad los Kirchner? ¿Dónde han
escondido el dinero?
© La Nación
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