Por Sergio Sinay (*)
En 2011, la jefa espiritual de la sistémica red de
corrupción desnudada por los cuadernos del chofer obtuvo su reelección como
presidenta de la Nación con el 54% de los votos. Hoy, según diferentes
encuestadores y analistas, su núcleo duro de adherentes ronda el 25%. Los
fanáticos no ven, solo creen. Es el fundamento de las sectas.
Los cuadernos,
más las detalladas confesiones de los “arrepentidos” (aunque para ciertas
acciones no hay redención posible), son un ejemplo de pornografía.
Pornográfico, dice el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han, es
aquello que entra en contacto directo con el ojo. Sin velos, sin simbolización,
sin metáfora ni alegoría. En la pornografía no hay distancia ni vergüenza,
subraya en La sociedad de la transparencia (Herder). Para el “núcleo duro”
kirchnerista, la pornografía es santidad.
Ahora bien, 54 menos 25 es igual a 29. ¿Dónde está ese 29%
de apóstatas que hoy ya no creen? ¿Se mimetiza entre quienes asisten
asombrados, estupefactos e indignados a la metástasis de corrupción que se
extendió desde el Estado a las empresas, ida y vuelta? El 29% equivale a una de
cada tres personas. Un tercio de la sociedad. Es demasiado. Aun si también se
dijeran “arrepentidos”, no alcanzaría con eso. Porque la corrupción
kirchnerista no era clandestina, no estaba creativamente disimulada. Era
brutal, directa, visible. Fue denunciada y documentada por voces minoritarias
que, con coraje civil (es el caso de este medio), clamaban en el desierto y
corrían serios riesgos. No queda espacio para la ingenuidad, la sorpresa, y
desde una perspectiva moral, tampoco para el arrepentimiento. Se sabía, se
sufría. Pero más de la mitad de la sociedad (54%) eligió mirar para otro lado.
No es la primera vez que ocurre en Argentina. Menem fue alto, rubio y de ojos
celestes, se celebraron su ingenio y sus patéticos simulacros deportivos.
También durante la dictadura militar una masa crítica de la sociedad eligió, al
calor de la plata dulce, “no saber” lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, esa
dictadura y los posteriores gobiernos corruptos parecen haber sido sin pecado
concebidos.
Se reitera en estos días la esperanza de que la Justicia no
deje pasar este tren, acaso el último, que la lleve a un lugar menos deshonroso
que el que supo ganarse. Ojalá ocurra. Ojalá todas y todos quienes rapiñaron
como caranchos el bien común tengan y cumplan su condena. Pero eso no
resolvería por sí solo una cuestión que queda pendiente. La corrupción
pornográfica y asesina (expresada en muertos en hospitales carenciados, trenes
desvencijados, rutas destruidas, chicos muertos por desnutrición) pudo alcanzar
su dimensión porque tuvo un terreno social fértil, abonado desde años y
generaciones, por la corruptela cotidiana en el tránsito, en la gestión de
documentos, en todo lo conseguido por atajos, con pequeños sobornos. Terreno
abonado por el egoísmo expresado en “a mí me va bien”, en “yo no me puedo
quejar”, mientras alrededor la putrefacción avanzaba. Terreno abonado por la
convicción de que el problema de los otros (llámese la mujer del vecino
golpeada por el vecino, la pérdida del empleo de un conocido, el hambre del
chico de la calle, etcétera) es solo de los otros. Terreno abonado por la
cínica afirmación de que “todos roban” o de que “estos roban pero hacen”. El
espacio no alcanza para seguir enumerando las especias que condimentan el caldo
de cultivo en el que se cuece la corrupción, que nunca es solo económica, que
siempre es, en primer lugar, moral.
Razonar con un fanático es sacar un pasaje al desaliento y
la impotencia. Aun así, en este caso los fanáticos están a la vista. La
incógnita es dónde se encuentra ese 29% que colaboró para darles la venia a los
corruptos y dejarles el territorio liberado. Una sociedad que, aunque el
proceso duela y avergüence, no descienda al fondo de su conciencia para
transformarla, iluminarla y convertirla en faro de sus acciones y elecciones
estará siempre a merced de la alianza entre fanáticos y oportunistas. Y de la
pornografía consecuente.
(*) Periodista y escritor
© Perfil.com
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