Por Arturo Pérez-Reverte |
Pero no sólo en España, respondo. Ocurre en toda Europa, o más bien en
lo que aún llamamos Occidente. Destruir a quienes fueron respetables o
respetados. Derribar estatuas y bailar sobre los escombros. Es como una
necesidad reciente. Como una urgencia.
Javier menciona nombres. No se trata ahora tanto,
dice, de reivindicar a las muchas mujeres a las que la historia dejó en la
oscuridad, ni de atacar a las conocidas, pues con ellas se atreven menos
–aunque les llegará el turno–, como de ensombrecer biografías masculinas.
Alfred Hitchcock, indiscutible genio del cine, pasó hace poco por eso:
misógino, sádico, despótico. La película con Anthony Hopkins lo dejaba, además,
como un idiota. De Gaulle tuvo lo suyo hace unos años, y ahora le toca a
Churchill. El más brillante político de la Segunda Guerra Mundial, el que hizo
posible que Europa resistiera a los nazis, aparece como un cretino en las
películas que se han hecho sobre él.
Mientras damos un paseo antes de despedirnos, le
paso revista a España. No se trata ya de Churchill, Hitchcock o De Gaulle, pues
no los tuvimos; pero sí de quienes destacaron por sus actos o talla
intelectual. Cierto es que en demoler reputaciones aquí tenemos solera:
Olavide, Moratín, Jovellanos, Blasco Ibáñez, Unamuno, Chaves Nogales y tantos
más. Incluso quienes fueron decisivos en la historia reciente: Suárez, Fraga,
Carrillo, González. Pocos escapan a la máquina de picar carne, la necesidad de
restar méritos, de rebajarlos según la tendencia, como dice Javier, de no
admirar nunca a nadie. No se trata tanto de desmitificar como de
destruir. Nada existe que no pueda ser violado, como decía Cicerón. Nadie
merece ya respeto por su inteligencia o biografía. Cualquier analfabeto
apesebrado en una formación política, cualquier cantamañanas nacido ayer,
cualquier director de cine o periodista ágrafos hasta el disparate, cualquier
tarugo con Twitter, cuestiona sin complejos a quienes ni podría rozar en talento,
honradez o prestigio. Y acto seguido, centenares de imbéciles, tan ignorantes
como él, asienten con la estólida gravedad de los tontos solemnes.
Tengo una teoría personal sobre eso. Y digo personal, así
que no hagan responsable a Javier –en bastantes líos lo meto ya–, sino a mí.
Del mismo modo que antes se admiraba a hombres y mujeres por su mérito, ahora
unos y otros molestan. El talento incomoda como nunca. Los mediocres, los
acomplejados, los bobos, necesitan que la vida descienda hasta
su nivel para sentirse cómodos, y es destruyendo la inteligencia y ensalzando
la mediocridad como están a gusto. En España, el talento real está penalizado.
Convierte a quien lo posee en automáticamente sospechoso. De ahí a la nefasta
palabra élite, tan odiada, sólo media un paso, claro. Y la
palabra fascista está a la vuelta de la esquina.
¿Creen que exagero?… Echen un vistazo a los
colegios, a los niños. Lo he escrito alguna vez: todo el sistema educativo
actual está basado en aplastar la individualidad, la inteligencia, la
iniciativa, el coraje y la independencia. En destruir a los mejores, con
reproches incluidos a los padres: Luisa no habla con sus compañeras y prefiere
leer, Alberto levanta demasiado la mano, Juan no juega al fútbol ni se integra
en trabajos de equipo. Etcétera. Todo se orienta a rebajarlos al nivel de los
más torpes, convirtiéndolos en rebaño sin substancia. No se busca ya que nadie
quede atrás, sino que todos queden atrás.
Ganarán los mediocres, no cabe duda. Suyo es el
futuro, y se nota mucho. A ellos pertenece un mundo que los imbéciles –ni
siquiera hay malvados en esto–, asistidos por sus cómplices los cobardes,
fabrican a su imagen y semejanza. Por eso es tan admirable el tesón de quienes
resisten: chicos, profesores, padres. Los que se mantienen erguidos y libres en
estos tiempos de sumisión, rodillas en tierra y cabeza baja. Los que siguen
necesitando referentes a los que admirar, nutrirse de libros, cine, ciencia,
historia, literatura y cuanto sirva para obtener vitaminas con las que sobrevivir
en el paisaje hostil que se avecina. Lecciones inolvidables de inteligencia y
de vida.
© XLSemanal
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