Por Carlos Ares (*) |
Quejas, chismes,
acusaciones entre ellos y al administrador del consorcio. Casi que se los podía
ver ahí, reunidos para decidir en una asamblea extraordinaria qué hacer con el
tal Walter, portero/encargado, el responsable de todos los males. De los que le
corresponden por su función, la limpieza y el mantenimiento del lugar, pero
también del resentimiento, la desdicha y la “basura” personal de los
residentes.
Ese edificio, a escala, simula un país, el nuestro, una
extensa y diversa propiedad común de territorio. Bien mirados, como desde la
altura de un avión en mitad de la noche, ahí convivimos. En esa sucesión
interminable de casas, departamentos, casillas, calles, campos, baldíos,
plazas, parques, countries, villas miseria y barrios de toda clase. Somos todos
esos/esas/los que duermen al lado, pared de por medio, allá, acá, lejos, cerca,
abajo. Esas luces/sombras, el resultado de esa/esas historias. La suma de esos
sueños que respiran/ de esas ansias/fatigas/esperas/deseos/ilusiones/agites.
Cada tanto se nos convoca a una formidable reunión de
consorcio para la elección del
portero/presidente/gobernador/intendente/encargado, el Walter al que le iremos
reclamando que resuelva todos nuestros problemas y que se deshaga de la diaria
bolsa de residuos donde tiramos los restos de lo que pudo ser y no fue. Al cabo
de dos o cuatro años nos volveremos a reunir en asamblea general extraordinaria
para juzgarlo y decidir qué hacemos con ese tipo. Si cada uno tira del hilo de
la trama, de la que le ha tocado ver y vivir, ya sabe cómo/cuáles fueron los
finales cada vez que se representó hasta ahora el/la recurrente
farsa/sainete/grotesco/ comedia/tragedia argentina.
Leído sin la “W”, Walter pasa a ser/es solo el álter ego de
todos nosotros. El presidente/gobernador/portero/encargado/elegido de nuestra
vida vertical, en propiedad horizontal. El “otro yo” al que le pedimos reparar
las grietas, mediar en los conflictos que tenemos con nosotros mismos y
arreglar también los particulares problemas personales con los demás. Ese “otro
de nosotros” que debe mantener limpio el Estado de corruptos, cambiar las
bombitas, iluminar el pasillo al futuro, cerrar con doble llave la puerta de
ingreso y salida a los ladrones, no cobrar peajes ni pedir coimas a los
proveedores , denunciar y exigir justicia cuando lo quieran sobornar y quedarse
en la puerta vigilando todo el día para evitar que entren “buscas”, narcos,
empresarios y vendedores de quincalla, Aníbales Fernández, De Vido, Barattas y
Moyanos. Un portero cama adentro que ahorre agua, luz y gas, que pinte cada
tanto el frente de rosado y, de paso, pague todas las deudas sociales
acumuladas con los jubilados, los maestros y la que pedimos prestada porque no
alcanza la que ganamos.
El álter recibe las quejas más las extras de insulto y
desprecio que vienen con el cargo para el que se ofreció y fue nombrado. Es, al
fin, uno que nació/vivió/, se formateó y se cocinó acá, en este mismo caldo.
Nos tiene/lo tenemos/nos tenemos bien junados. Sabe/sabemos de qué
habla/hablamos y de qué quiere/ queremos zafar. De la parte del todo que a cada
uno le toca.
Si nos sentamos a solas en el teatro donde pasan los días y
abrimos bien el telón que nos encubre la conciencia, podremos vernos desde la
platea como protagonistas sobre el escenario de nuestra realidad. Frente a ese
espejo, insultamos/reclamamos/negamos. Somos el Walter/álter de los demás. Los
actores del sainete/grotesco/drama/tragedia/comedia argentina de la que nos
reímos y con la que hacemos reír y doler y llorar. Todo a la vez.
(*) Periodista
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