Por Guillermo Piro |
El artículo en
cuestión consiste en el análisis de más de trescientas investigaciones llevadas
a cabo alrededor de una característica particular de la comunicación entre los
seres vivos: la capacidad de esperar el turno para hablar. Según los
estudiosos, son muchos los animales que, a diferencia de muchos maleducados del
género humano, siempre esperan a que el interlocutor haya terminado su mensaje
antes de responder.
Lo hacen los micos, por ejemplo, que aúllan para localizarse
entre sí. Y los delfines, que emiten sonidos para entender cómo coordinarse con
los otros miembros del grupo. Los pájaros machos lanzan propuestas
matrimoniales a las hembras con sus chillidos, y continúan la conversación (y
naturalmente hacen otras cosas) cuando reciben pruebas de interés.
Se trata de
conversaciones en sentido literal. Dependiendo de las especies, pueden ocurrir
bajo forma de pitidos, gruñidos, movimientos, golpeteos en el suelo, incluso
fogonazos submarinos. Cada animal tiene su propia forma de comunicarse,
comunicación que nunca se asemeja al civilizado intercambio de sonidos orales
por parte de los seres humanos. Pero todos parecen tener una característica
común: siempre saben cuándo hablar y
cuándo cerrar el pico (en sentido figurado, se entiende). Lo cual no está nada
mal teniendo en cuenta que consideramos a todas las especies menos
evolucionadas que nosotros.
A pesar de la importancia que se les da a las otras
especies, el sentido del estudio es netamente antropocéntrico. El objetivo es
entender cómo hicimos los seres humanos para desarrollar nuestro propio
lenguaje. La comparación con los otros animales del planeta podría revelarse
fructífera. Descubrir que todos, más o menos, adoptaron una estrategia de
escucha-espera podría resultar interesante. Por cierto, no está del todo claro
si se trata de una característica evolutiva heredada con el paso del tiempo o,
por el contrario, de un rasgo independiente que pertenece a cada especie
particular. El sentido común, dado que la comunicación en gran parte se trata
de preguntar y responder, parecería indicar la segunda opción.
Lo que el estudio no roza siquiera es la consideración,
bastante arriesgada por cierto, de que los alemanes son los más educados del
planeta. Efectivamente, dadas las características propias de la lengua alemana,
en las frases subordinadas los verbos van al final. Lo descubrí hace años,
cuando el zapping me llevó a un canal de noticias alemán donde dos políticos
discutían acerca de algo que no viene al caso. Efectivamente, el aspecto que
habían adoptado estos políticos era el de dos chimpancés bien educados que
pacientemente esperaban a que el otro terminara de hablar para exponer a su vez
sus objeciones y razones, mientras el interlocutor, a su vez, esperaba con
igual paciencia y simiedad a que el otro terminara de hablar. La sorpresa solo
puede ser descripta con sinónimos, provocó en mí (por orden alfabético) alarma,
alerta, deleite, desasosiego, deslumbramiento, estupefacción, estupor,
fascinación, inquietud, intranquilidad, maravilla y temor. Cuando comprendí no
me pareció mala idea que la lengua alemana se volviera la lengua obligada de
diálogo entre argentinos. Como para probar, antes de que se impusiera
obligatoriamente a los hablantes de todo el universo. Tiro la idea así, para
que la piensen.
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