Por Jorge Fernández Díaz |
La analogía diseñada en esas usinas sirve como
una doble admisión de culpas. La izquierda peronista ya no niega en la
intimidad lo que se probó en los documentos históricos: fue Perón quien
efectivamente ideó aquella siniestra organización estatal que luego persiguió y
eliminó a tantos "perejiles" y "revolucionarios". Y esa
aberración, que incluyó crímenes de lesa humanidad y que fue insólitamente
"perdonada" por muchas de sus propias víctimas, sirve hoy como medida
de la gigantesca mancha voraz que se come el prestigio de la marca Kirchner. En
voz baja, la cúpula kirchnerista reconoce la magnitud de este Lava Jato y lo
asimila a la peor ignominia del General. Es que va saliendo a la luz una suerte
de Triple A de la corrupción. Que será indultada, según sueña el petit comité,
por las bonanzas del "proyecto", por la dura recesión actual (ellos
nada tienen que ver con ella) y, sobre todo, porque los intelectuales de ese
sector crearán nuevas leyendas autoexculpatorias, con el mismo talento
literario con que inventaron una Evita ficcional e inexistente, un Perón
"socialista" más falso que billete de tres pesos, una participación
del imperialismo norteamericano en el golpe del 55 (cuando existen hoy
evidencias concluyentes de que Estados Unidos sostenía al General por la misma
razón por la que bancaba a Franco: como barrera contra el comunismo) y tantos
otros camelos "revisionistas" y "guevaristas" que hacían
digerible para aquella izquierda la gesta de ese movimiento de masas inspirado
en Mussolini. Estamos en presencia de un grupo de expertos en la creación de
mitos que luego forjan cultura; un relato eterno basado en acomodamientos de la
realidad y mentiras groseras.
Según los encuestadores, quienes adhieren a la Pasionaria
del Calafate se dividen en dos segmentos. El 75% pertenece a la clase baja: el
aumento de tarifas no les permite llegar a fin de mes; saben que el
kirchnerismo robó de manera industrial, pero en su situación desesperada no les
importa. Tampoco conectan este monumental desfalco con sus actuales
privaciones: dos investigadores del Conicet calcularon que el costo de los
sobornos en obra pública ascendería a unos 36.000 millones de dólares. Faltaría
sumar lo "recaudado" en materia de energía, transporte, y en un
amplio y sospechoso Polirrubro lleno de cajas negras y cuentapropistas
multimillonarios. Igual es perfectamente entendible ese voto popular donde
aprieta la mishiadura; no lo es tanto entre el 25% restante, que pertenece a
clases medias altas y urbanas, conformadas mayormente por profesionales que en
los focus groups niegan todo y
aseguran que el escándalo es una "operación sucia" de los medios.
Allí no interesan pruebas ni testimonios: son inmunes a la galería de
arrepentidos, refutan incluso a sus propios exfuncionarios, y los periodistas
resultan sus mayores enemigos; a esa manada de creyentes ciegos se dirige la
arquitecta egipcia cuando afirma que Diego Cabot armó un "Grupo de
Tareas". El cristinismo es a veces un fenómeno psiquiátrico, pero ejerce
invariablemente la proyección psicológica: sus lenguaraces acusan a los demás
de los errores y lacras que ellos mismos perpetran; de totalitarismo, de
persecución, de censura y de tantas otras depravaciones que ejercieron desde el
poder. La Policía Federal descubrió en un allanamiento, hace unos días, un
pendrive que pertenecía a un miembro de aquella Jefatura de Gabinete; allí
aparece una planilla denominada "campañas negativas". Se confirmó
después en sede judicial que se trataba de dinero turbio para hostigar,
desacreditar y perseguir a "opositores". La Triple A de la corrupción
no usaba armas de fuego, sino carpetazos, micrófonos y redes para difundir sus
calumnias, extorsionar a los que resistían y amedrentar a los disidentes, con
la ayuda inestimable de los servicios de inteligencia.
Otro singular ejemplo de proyección psicológica lo
constituyó el alegre y veloz intento de acusar a Cambiemos de instaurar un
"cepo al dólar". La campaña cayó enseguida por su propio peso, pero
lo interesante es que los kirchneristas se escandalizaban en las redes sociales
por un desastroso mecanismo que ellos aplicaron en 2011 y que defendieron como
virtuoso hasta el último día de su gestión. Esta verdadera Asociación Chaleco
de Fuerza opera de manera incesante dentro de esa burbuja construida con
algoritmos y mala leche llamada Facebook: en esos muros los kirchneristas
intentan últimamente convencer a sus acólitos de que estamos en vísperas de un
2001 y que conviene sacar la plata de los bancos, echando leña al fuego para
que el incendio nos devore a todos. Sin aclarar que esas llamas incentivadas
arrasarían primero a los que menos tienen.
El terremoto de los cuadernos rompió la escala de Richter de
la política cuando las corporaciones agacharon la cabeza y se vieron obligadas
a confesar su connivencia con el delito. Muchos de quienes han sido complacientes
con el kirchnerismo cacareaban que solo creerían en un proceso de transparencia
cuando pagaran los empresarios, pero esas almas bellas son hoy renuentes a
cumplir su promesa. Se amparan en un ardid peronista -corruptos hubo siempre- y
se suman a maniobras de distracción al hablar de los coimeros del pasado, como
si durante el caso Watergate, mientras se intentaba probar la maniobra de
Nixon, los observadores hubieran puesto el acento en los negocios non sanctos
de las antiguas administraciones demócratas. O como si en el juicio de
Nuremberg algunos "independientes" relativizaran la violencia nazi
recordándonos las masacres del Coliseo romano. Algo de eso se vislumbra también
en el discurso de Juan Grabois, que por default, por desgano de la oficina de
prensa del Arzobispado y por el extraño silencio de la Iglesia, aparece ante la
opinión pública como el "vocero no desautorizado" del Papa. Su
acompañamiento como guardaespaldas moral de Cristina en su comparecencia a
Comodoro Py abona la idea, tal vez equivocada, de que los prelados no celebran
el proceso más importante que se ha abierto contra la venalidad. Un hito
histórico donde la Justicia avanza en defensa del séptimo mandamiento y contra
dirigentes que se dedicaron a robarle al pueblo sin culpa, y contra compañías
poderosísimas que los acompañaban en esa orgía de billetes que multiplicó la
pobreza.
En los últimos días pudo verificarse también que, salvo
excepciones, el peronismo se divide entre kirchneristas y exkirchneristas que
no vieron nada. Los últimos temen de máxima que los alcance la lava, y de
mínima que se los acuse de imbéciles puesto que aducen no saber lo que todo
dios sabía: la existencia de una Triple A de la corrupción en el centro mismo
del Estado, manejada por verdugos de discrepantes y por líderes violentos que
maltrataban física y psicológicamente a sus propios colaboradores y sembraban
el miedo. Triste parábola de una fuerza que viajó en el tiempo desde aquella
tragedia sangrienta hasta esta tragedia patética, entre el Lopecito de la
metralleta y el Lopecito de los bolsos y los fajos infinitos.
© La Nación
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