Entre el riesgo de un
derrumbe del sistema y otra desilusión. Lava Jato en tiempos de grieta.
Por Ignacio Fidanza |
La Argentina quedó tan traumatizada por la política de
confrontación que se expandió desde la pelea por la resolución 125, que la
denominada grieta se ha convertido en un filtro tóxico que empobreció la
capacidad de análisis de algunas de las mejores mentes de uno y otro lado.
Es una muy mala noticia para un país que fue perdiendo la
capacidad de enhebrar una mirada estratégica nacional, condición ineludible
para iniciar un proceso de despegue que corte el actual ciclo de decadencia que
aumenta las frustraciones de una generación a la siguiente.
El vínculo de corrupción y política es tan antiguo como
complejo. En democracia, ese fenómeno se concentra en el dinero que el mundo
privado destina a financiar campañas de políticos, de los que espera devolución
de gentilezas. Desde los bolsos de Baratta y López a los sofisticados Super PAC
de la política estadounidense y las masivas "donaciones" de los
hermanos Koch, pasando por la apropiación de identidades de beneficiarios
sociales de Cambiemos, hasta la manipulación de los fondos del fideicomiso para
los damnificados del sismo de López Obrador, el mundo ofrece una certeza: Los
escándalos de financiamiento de la política son la regla, no la excepción.
No se trata de ideologías. El Lava Jato del Partido de los
Trabajadores de Lula y Dirceu hasta la Caja B del Partido Popular de Mariano
Rajoy y Luis Bárcenas, son dos caras de la misma lógica. Revolucionarios y
conservadores necesitan dinero para hacer política. No es un tema nuevo y su
complejidad -que crece cuando se trata de juzgar a un político en la cima del
poder- ya fue abordada en este espacio.
La Argentina quedó tan traumatizada por la política de
confrontación que se expandió desde la pelea por la resolución 125, que la
denominada grieta se convirtió en un filtro tóxico que empobreció la capacidad
de análisis de uno y otro lado.
Algún bien intencionado podrá decir que acaso un límite es
evitar el enriquecimiento personal. "Me pueden revisar de arriba hacia
abajo, mi declaración jurada es clara, mi vida actual también. Hay
diferencias", se enoja María Eugenia Vidal en la intimidad, cuando la
contrastan con el escándalo que golpea a su campaña.
Néstor Kirchner habría sumado así a un pecado tolerado por
la política, la infamia de la avaricia de la acumulación personal. Millones
depositados en bóvedas secretas personales. Enterrando billetes como un Pablo
Escobar patagónico. Cristina, según los cuadernos -luego de un largo período de
introspección- retomó esa actividad. El matiz, la pausa en el sistema
instrumentado por Kirchner, es interesante porque de ser cierto confirma el
drama de fondo: la política termina imponiendo su lógica.
De cualquier manera, son diferencias de categoría
incomprensibles para el derecho penal. No importa para qué se roba si el acto
es típico. Si no estaríamos de nuevo justificando a Robin Hood, en sus
infinitas variantes.
Hablemos de política
Entonces, tenemos un problema de financiación de la política
y una serie de delitos asociados como manipulación de licitaciones,
sobreprecios en la obra pública, blanqueo de dinero, sustitución de identidades
y enriquecimiento ilegal de funcionarios.
Desde el punto de vista penal no habría mayor inconveniente.
Se investiga, se juzga y se castiga, según los tipos habilitados. El problema
es que, por las razones que se quiera -desde la conspiración geoestratégica
hasta la venalidad descontrolada- los cuadernos abren la puerta de un proceso
de posible alcance masivo, que originado en la justicia termine derrumbando a
buena parte del sistema político-económico.
Y ahora sí estamos hablando de política. El caso no se puede
analizar sólo desde la mirada moral, porque eso es lo que hacen los Savonarola
de la vida, incapaces de absorber el malestar que genera la contradicción de
buscar justicia y al mismo tiempo comprometer esa búsqueda, cuando el costo
puede ser mayor al bien perseguido.
Estamos hablando de límites, de manipular las reglas, algo
habitual en situaciones extremas ¿Quién hace esa tarea ingrata, amoral? La
política. En la crisis de las subprime el ideario neoliberal imponía dejar caer
a todas las instituciones que no pudieran afrontar sus deudas, el mercado se
autodepuraría. El derrumbe de Lehman Brothers funcionó de vacuna hasta para los
republicanos más libertarios. Visto el desastre global que generó, los
siguientes Lehman Brothers fueron rescatados del efecto de sus propios actos, a
costa de miles de millones de dólares del Estado. No hubo ley pareja, hubo
perdedores y ganadores elegidos casi a dedo, hubo política.
Así funciona la democracia más grande de Occidente. Lo vemos
todo el tiempo. Avanzan contra algún intocable, se detienen contra otro. A algunos
les muestran los dientes, a otros los mandan a prisión. Todo es legal. Hay
instituciones, reglas, el sistema ajusta, pero no explota.
El proceso que inician los cuadernos es muy funcional para un
sector del establishment que no quiere que Cristina Kirchner vuelva al poder.
El inconveniente es que también enreda a muchos de los que tienen esa
aspiración. Techint es la empresa modelo del macrismo, al que pobló de
funcionarios. Isolux hizo negocios sospechados con la familia del presidente.
Javier Sánchez Caballero era su amigo y está preso por el presunto pago de
coimas que hizo a través de la empresa que fundó su padre. Y así.
¿Qué hacer entonces? ¿Se priorizan unas investigaciones
sobre otras? ¿Se le da más cobertura a algunos nombres y se reduce el
protagonismo de otros? ¿No sería acaso contrario a la pretendida depuración que
se busca? ¿Hay corruptos malos y buenos?
Ese es un nivel del problema que enfrentamos. Pero hay otro
más profundo, que se podría generar incluso si estuviéramos ante una justicia
imparcial.
Si el juez Claudio Bonadío es Sergio Moro y los cuadernos
son el Lava Jato, nada de lo que viene será agradable. Bajo la promesa de una
purificación que al final será beneficiosa, Brasil ingresó en la peor recesión
de su historia, sumó millones de desempleados, perdió una posición de liderazgo
global, cayó un gobierno electo democráticamente y ahora está a las puertas de
coronar como presidente a un populista de extrema derecha. No fue el único
caso: Italia emergió de las pestes del sistema que derrumbó el Mani Pulite, con
Berlusconi de primer ministro. No son presunciones: el mercado ya tomó nota de
la inestabilidad que abre este proceso que puede ser muy funcional, como todo
lo contrario.
¿Se pide entonces la impunidad de una casta de políticos
aprovechados? La pregunta, que en distintos formatos se repite por estas horas,
revela la tragedia que vivimos.
No es con pensamientos binarios como mejor se resuelven
situaciones que ponen en tensión valores de importancia como justicia,
estabilidad política y prosperidad económica. Es posible ajustar sistemas
desequilibrados, introducir correcciones, sin cargarse la estantería en el
camino, para que el esfuerzo produzca una mejora, no una plaga bíblica. Claro,
no es tarea para fanáticos, sino para hombres de Estado.
Pero cuidado, no es el único riesgo, porque esto es la
Argentina. Fue en este mismo país donde irrumpieron las famosas cajas de la
corrupción, los sobornos del Senado ¿Y qué pasó? ¿Sabemos que fue aquello? ¿Qué
cambio después de meses y meses de afiebrada cobertura, de espectaculares
confesiones y pruebas históricas? ¿Por qué no hubo condenas de importancia?
¿Falló la justicia? ¿Fue todo un extraordinario montaje de manipulación de la
opinión pública? ¿Estamos ante una situación similar?
No lo sabemos, pero parece sensato ir con cuidado, evitando
esa pulsión por las soluciones mágicas que nos van encadenando ilusiones y
desencantos.
© LPO
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