A 82 años de su
fusilamiento, su figura y su obra mantienen su inagotable atractivo
Federico García Lorca, el poeta de "cinco razas". |
Por Javier
Rodríguez Marcos
La muerte condena a
muchos escritores a un limbo del que, con suerte, salen convertidos en
clásicos. Pasan entonces a ser objeto de estudio más que de lectura, dejan de
entrar en la vida de la gente para entrar en el examen de selectividad. Federico
García Lorca es una excepción. Este sábado, 18 de agosto, se
cumplen 82 años de su fusilamiento —oficialmente falleció “a consecuencia de
heridas producidas por hechos de guerra”—, su figura parece más viva que nunca.
Por el lado del
Lorca-símbolo, al debate sobre la conveniencia de volver a buscar sus restos en el barranco de
Víznar se le ha sumado en los últimos meses la petición de que se le
conceda, a título póstumo, el Premio Nobel de Literatura. Por el
lado del Lorca-escritor, el centro que lleva su nombre en Granada recibió en junio más de 4.000 objetos y documentos hasta
ahora depositados en la sede madrileña de su fundación, alojada en la
Residencia de Estudiantes. Poco antes, la editorial Debolsillo rescataba Cielo bajo, un libro inacabado de suites que su autor
quiso publicar en 1926 junto a Canciones y poema del cante
jondo.
Su presencia internacional sigue siendo, además, muy notable. Hasta el
día 20 puede verse en el Centro Pompidou de Metz, en Francia, una exposición
que en octubre viajará al Barbican de Londres: Parejas modernas.
Junto a dúos creativos y sentimentales como Dora Maar y Picasso, Camille
Claudel y Auguste Rodin o Frida Kahlo y Diego Rivera, la muestra dedica uno de
sus apartados a la relación entre Lorca y Dalí. Esta exposición se abrió poco
después de que la Fundación Jan Michalski clausurara en Montricher (Suiza) otra
titulada Lorca en escena. Que su trabajo como dramaturgo
mantiene toda la vigencia lo demuestra el hecho de que uno de los grandes
éxitos de la cartelera primaveral neoyorquina fuera la Yerma dirigida por Simon Stones, que sacó a la
protagonista del campo andaluz para convertirla en una moderna ejecutiva
londinense ahogada por la imposibilidad de tener hijos. La obra llegó a Estados
Unidos después de dos años de éxito en la capital británica.
El fusilamiento de Federico García Lorca en agosto
de 1936 produjo una ola de indignación a la altura de su prestigio. Compañeros
de generación como Luis Cernuda o maestros como Antonio Machado escribieron
versos para llorar a un poeta al que el exigente Juan Ramón Jiménez calificó de
hombre “de cinco razas”. Pero la muerte no fue, ni mucho menos, el detonante de
su fama. Ya era un autor de éxito cuando lo mataron. Un año antes, durante la
feria del libro de Madrid, Lorca estaba “muy de moda”. La expresión es de su
biógrafo, Ian Gibson, que recuerda que en mayo de 1935 ya estaba en la calle la
quinta edición del Romancero gitano,
acababa de salir el Llanto por Ignacio Sánchez
Mejías, el Retablillo de don Cristóbal se
representaba en la propia feria y la prensa reseñaba la aparición en Nueva York
del primer estudio global sobre su obra. Aún no había cumplido 37 años.
En 1933, además, había sido testigo durante una gira por el Cono Sur del
éxito de Bodas de sangre en Argentina, donde superó las 100
representaciones la temporada de su estreno. Como le explicó el promotor del
montaje, el gran acontecimiento artístico era también un gran negocio: al poco
de estrenarse, ya le había proporcionado el equivalente a 3.500 pesetas, “suma
que correspondía”, traduce Gibson, “al salario anual de un obrero metalúrgico,
el más alto de la clase trabajadora española”. Un porcentaje correspondía al
autor en concepto de derechos. No es extraño que al conocer la noticia de su
muerte, 30 intelectuales argentinos redactaran una carta de protesta. Entre los
firmantes estaba Borges, que, no obstante, luego recordaría maliciosamente a
Lorca como un “andaluz profesional”.
Laura García Lorca,
sobrina del poeta y presidenta de la fundación que lleva su nombre, subraya que
esa dimensión “folclórica” fue, con la ayuda de la censura, la misma a la que
el franquismo quiso “reducirlo”. Por suerte, el eco internacional de su obra
contrarrestó el silencio oficial español: “En Estados Unidos influyó mucho en
la generación beat y en Francia siempre
estuvo bien traducido. Se le leyó como lo que era: un autor moderno”. De la
recepción estadounidense da cuenta la pregunta por la muerte de Lorca que
Eisenhower planteó a Franco en 1959, durante su histórica visita a España. El
dictador la atribuyó a un grupo de incontrolados. La recepción francesa del
poeta tuvo su culminación cuando en 1981 André Belamich, compañero de estudios
de Albert Camus y traductor de Lorca para Gallimard desde 1951, se encargó de
su ingreso en La Pléiade. El único escritor en
español presente entonces en la prestigiosa colección era Cervantes.
La prematura muerte del poeta lo convirtió, además, en una mina de inéditos.
La consagración del Lorca moderno recibió un espaldarazo cuando en 1940 se
publicó Poeta en Nueva York, una de las cumbres de la poesía
del siglo XX. El rescate de su teatro surrealista o la aparición de sus Sonetos del amor oscuro contribuirían a normalizar
la homosexualidad de su autor y, a la vez, a consolidarlo como un genio que más
que seguidores produce imitadores. Los Sonetos se
publicaron en el diario ABC en 1984 y
la segunda mitad de la década de los ochenta significó la asunción de Lorca
como poeta total en su propio país. Ian
Gibson recuerda todavía el “no” que recibió de Planeta en 1978
su proyecto de biografía, que ya contaba con el apoyo de la británica Faber
& Faber. Años después, las investigaciones de Gibson darían lugar a una
monumental biografía y a una serie de televisión dirigida por Juan Antonio
Bardem y estrenada en 1987, cuando en España solo había dos cadenas y todo lo
que emitía La 1 marcaba la conversación.
Cada generación ha
tenido su propio Lorca. Por la vía de la literatura o por la de la música. Un
año después de que Bardem estrenara su serie, Leonard
Cohen publicaba el álbum I’m Your Man. En él
se incluía la canción ‘Take This Waltz’, basada en el poema ‘Pequeño vals
vienés’, de Poeta en Nueva York. “Cada vez que
alguien pone al día sus versos consigue que llegue a más público”, subraya
Laura García Lorca, que destaca la importancia de Cohen como divulgador de la
obra lorquiana en el mundo anglosajón. Y en el español. En 1996, el cantaor
Enrique Morente se unía a la banda de rock Lagartija Nick para homenajear al
cantante canadiense y al escritor granadino. El resultado fue el disco Omega, un hito en la música popular española.
En el verano de
2008, hace ahora 10 años, Morente y Cohen actuaron en el Festival de
Benicàssim. El público (35.000 personas) coreó aquella noche los versos de un
poeta muerto como si acabaran de escribirlos detrás del escenario. Gibson
aventura una explicación para tanta unanimidad: “La fuerza de sus imágenes, de
sus metáforas, que sobreviven a la terrible prueba de la traducción. Y el gran
tema de su obra: la tragedia de un ser humano que no puede vivir la vida que
quiere. Eso es universal”.
© El País
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