De Vido, Cristina y López |
De pronto, José López recordó varias cosas que hasta ahora
se había negado a contar. Lopecito, como le decían aquellos que lo frecuentaron
para disfrutar de su billetera durante 13 años, estaba solo. Era un hombre
desahuciado, comentaba ayer un empresario que lo conoce.
Su declaración podría ser letal para la política. Su
despacho fue uno de los principales bastiones del reparto de obra. Allí se
cocinaban favores políticos que luego se canalizaban por obras públicas que a
veces ni se llegaban a empezar. Todos los que golpeaban su despacho sabían que
las reglas eran laxas: su billetera no requería demasiada rendición de cuentas.
Esos pesos servían para lubricar la política en las provincias y los
municipios.
Gran parte de la política argentina peregrinó por la oficina
de López. Sonrió de la mano de aquel funcionario que barnizado de poder era
locuaz y entrador. Fue uno de los laderos de Néstor Kirchner cuando dejó de ser
presidente. En la quinta de Olivos, junto a su jefe político, recibía a decenas
de políticos y allí empezaba el canje: obras y millones por apoyo.
De ahí que los dichos de anoche pueden llegar a tornar
federal el nerviosismo con el que gran parte de la clase política y de los
empresario viven estos días. Si los dichos de López revelan la matriz
evangelizadora de voluntades que consagró desde su despacho, el interior del
país, y puntualmente el conurbano bonaerense, sufrirán un impacto bajo la línea
de flotación.
Varios de los gobernadores, algunos ex también, eran
expertos en caminar mansos al altar del dinero discrecional que manejaba López.
Pedían plata y entregaban fidelidades. Así se negociaron asfalto, obras de agua
y saneamiento, mejoras barriales. Todos los Planes Federales de Vivienda se
manejaron con criterios políticos que no requerían más que apoyo electoral.
Mucho a los amigos, poco a los que no querían profesar el kirchnerismo. Los
gobernadores aplaudieron y solo condenaron los movimientos del exfuncionario
cuando esos favores pasaron a algún intendente al que se apoyaba desde la
Nación.
Manejó, además, Vialidad Nacional. Lopecito era el que
mandaba una lista con las prioridades a la hora de los pagos. Generalmente esa
orden estaba liderada por Lázaro Báez. Fue, sin duda, el ejecutor
presupuestario de la decisión de hacer de Báez el rey del asfalto. El
empresario, ahora detenido, construyó su imperio con la adjudicación de rutas,
especialmente en Santa Cruz. La llave de aquellos pagos la tenía López. La
anterior estructura de Vialidad estaba ayer nerviosa.
El hombre de los bolsos era clave en la triangulación de
pesos que empezaba con obras a Báez y terminaba con pagos de alquileres del
constructor a hoteles o viviendas de la familia Kirchner. Bien podría dar
detalles de aquel entramado.
El kirchnerismo cocinó su cadena de silencio concebida desde
el Estado. Con esos resortes no había díscolos y algunos pocos valientes que
eran inmediatamente desacreditados. Todos les reconocían capacidad de daño.
Pero sin el Estado todo se le ha hecho cuesta arriba. El
silencio se rompió. Y ahora la pelea es ver quién grita más fuerte.
© La Nación
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