Por Tomás Abraham (*) |
A pesar de la sorna que produce la palabra Foucault decía
que jamás había conocido intelectuales, sino, en todo caso, gente que hace
cosas como esculturas, películas, libros o algoritmos; se refiere a miles de
escritores que desde hace tres siglos intervienen en la opinión pública y son
parte de la discusión de los problemas de su comunidad de pertenencia ya sea su
aldea o el mundo.
Durante los tres gobiernos
kirchneristas funcionó el modelo amigo/enemigo como matriz de la política.
Era un lugar común de la falange de intelectuales y otros adherentes
protectores de la Patria Grande o de Cristina eterna, dividir
las aguas y etiquetar con la palabra "destituyente" a
cualquier opositor al relato oficial.
Este gobierno, por carecer de un canon ideológico
normativo que encuadre a sus militantes, lobistas, adherentes y operadores,
parecía más flexible y más apaciguador con quienes no participaban ni acordaban
con sus políticas. No jugaba al todo o nada.
No dejaba de repetir que lo más importante era
el diálogo, la diversidad y el pluralismo. Sin embargo, hay quienes
con el virginal propósito de blindarlo para bien de la República, en este
momento sostienen esta tesis arriba mencionada, la de denunciar a quienes
supuestamente ponen el dedo en la llaga en momentos de crisis, a lo que otros
con ironía agregan la advertencia que trata de rebeldes sin causa a quienes
analizan la situación del país de un modo no funcional al poder.
Nos tratan de masoquistas que preferían pasarla mal
con el gobierno anterior que esta libertad y tolerancia que parece que sólo ahora
disfrutamos.
Otros tampoco pierden el tiempo y, resentidos ante
quienes criticaron al gobierno anterior, dicen no dejarse engañar por estos
supuestos panqueques filomacristas que cabalgan en dos monturas.
En suma, la grieta que aplana cerebros, a los que
no les haría daño un poco de trabajo intelectual.
Cuando los intelectuales manifestamos nuestra
alarma por el estado de la economía, ¿deberíamos ser juzgados por deslealtad a
una causa?
Un economista de las filas ultraortodoxas del
neoliberalismo como Miguel Broda afirma que este gobierno
deja un país en peores condiciones que el heredado en 2015. Mejor no leer
al economista Walter Graziano, que da un breve encuadre financiero
para este y el próximo año, digo mejor no leerlo si se quiere dormir de noche
sin pesadillas ni pastillas. Dice que reducir el déficit fiscal ahorrando en
personal público, comparado con la deuda contraída el exterior sumada a los
papeles emitidos por el Estado es enfrentarse a un tiburón con una palita.
Graziano muestra que el dinero del FMI no
alcanza para nada, y que hay derrumbe financiero si no hay otros abundantes
préstamos de banca privada siempre y cuando el Tesoro de los EE.UU.
no siga el plan que inició hace poco que chupa los dólares del mundo que
nosotros necesitamos como agua bendita.
En la última entrevista al economista Guillermo
Calvo, que se puede leer en el diario PERFIL,dice que la
crisis es profunda. Sostiene que una inflación como la que tiene
nuestro país es inaceptable en el mundo, y que no se la reduce bajando el
déficit fiscal ni con el ajuste en el gasto público. Da los ejemplos de Brasil y Ecuador,
entre otros, con un déficit fiscal bastante más abultado que el argentino y una
inflación de tres y pico por ciento.
Teme que la única salida sea un nuevo plan
Bonex para las Lebacs y/o una dolarización de nuestra economía y un
retorno a la convertibilidad.
Opiniones como las citadas más el riesgo país y la
tasa de interés que están pagando los bonos argentinos nos remiten a las peores
crisis hiperinflacionarias con default de nuestra no tan lejana historia.
¿Decir esto significa que queremos que vuelva
Cristina o alguno de sus adláteres? ¿Nos obliga acaso a condenar en bloque lo
hecho en cada una de los aspectos de su gestión a este gobierno?
Cuando los intelectuales que somos interpelados por
el periodismo manifestamos nuestra alarma por el estado actual de la coyuntura
económica y por las consecuencias que puede provocar, ¿debemos ser juzgados por
deslealtad a vaya a saber qué causa? ¿Es necesario satisfacer a las tropas de
maniqueos que pululan en las redes sociales? El haber librado una batalla cultural sin concesiones y desde sus inicios
contra el kirchnerismo, ¿obliga a callarse la boca bajo
amenaza de favorecer su retorno?
Ya que hablamos de intelectuales, debería saberse
que su función crítica no le permite la moral del vestuario que ventila los
problemas puertas adentro ni aprovechar oportunidades para quedar bien con la
platea del día.
(*) Filósofo - www.tomasabraham.com.ar
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Perfil.com
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