“Facebook es la penúltima apropiación
de la imaginación”
Ricard Sennet: "El capitalismo moderno funciona colonizando la imaginación de lo que la gente considera posible". |
Por Anatxu Zabalbeascoa
Son muchas las
cuestiones que definen nuestra sociedad que él vio antes que nadie. El
sociólogo Richard
Sennett(Chicago, 1943) lleva varios ensayos alertando contra los
peligros del trabajo flexible que deriva de la autoexigencia y la falta de
arraigo. Alejado de las estadísticas, utiliza la sociología como literatura. En
una docena de libros —Construir y habitar. Ética para la ciudad es el más reciente, de próxima
publicación en Anagrama—, Sennett descubre qué tipo de sociedad somos y cómo
hemos llegado hasta aquí.
En su luminoso
apartamento en Washington Square, Sennett anuncia que nunca se retirará. Hace
cinco años sufrió un infarto. Ha perdido peso, pero no ha dejado de beber café.
Ni de escribir. Ni de tocar el piano. Pasa las primaveras en Nueva York, ahora
dará clase en el Instituto de
Tecnología de Massachusetts (MIT) y en Harvard. Durante los
inviernos enseña en la London School of Economics, “donde he encontrado los
estudiantes más implicados en cuestiones públicas mientras los americanos se
inclinan hacia la parte académica”.
De todas sus
ocupaciones —fue también chelista profesional—, escribir se ha convertido en su
rutina. “Soy una persona de rituales. Escribo por la mañana y tengo mi vida en
el mundo después de comer”.
-¿Cuánto
tiempo se ganó la vida tocando el chelo?
-Cinco años. No
había cumplido 20 cuando empecé con un grupo que tocaba música barroca de
cámara en ambientes no burgueses: iglesias, fábricas —un lugar horroroso para
tocar— o en asociaciones de mineros.
-¿Ya
no toca en público?
-Tengo un grupo en
el que solo se puede entrar si has fracasado como músico. Tocamos para
nosotros: un director de periódico, el decano de una universidad… Si no hubiera
tenido la lesión en la mano, hoy sería director de orquesta, como Toscanini.
-¿Qué
hizo que su madre le apuntara a la famosa Juilliard School de Nueva York?
-No lo hizo. ¡La
odiaba! La idea de que me convirtiera en músico la aterrorizaba. Quería que
fuera médico o abogado, pero con 16 años me vine a Nueva York a vivir solo. En
las familias europeas judías tocar un instrumento es parte de tu educación.
Pero la posibilidad de que te obsesione es un desvío en esa educación. Y yo
estaba obsesionado. Cualquiera que se dedica a tocar lo está.
-Sus abuelos
llegaron de Europa. Ambos eran judíos, uno alemán y el otro ruso, y se casaron
con mujeres cristianas.
-Esa “atrocidad
social” de casarse fuera de la fe amplió mi mundo.
-En
sus ensayos ha adelantado muchos de los problemas de la sociedad actual: la
fragmentación de las experiencias, los peligros de la flexibilidad que nos iba
a mejorar la vida y ha acabado llevando el trabajo hasta cada minuto y rincón
de nuestra vida privada…
-Simplemente veo lo
que sucede. Muchas veces la gente ve más con la imaginación que con los ojos.
-¿Qué
ha pasado para que lo que entendíamos como derechos hoy sea visto como
privilegios?
-El capitalismo
moderno funciona colonizando la imaginación de lo que la gente considera
posible. Marx ya se dio cuenta de que el capitalismo tenía más que ver con la
apropiación del entendimiento que con la apropiación del trabajo. Facebook es la penúltima apropiación
de la imaginación: lo que veíamos como útil ahora se revela como una
manera de meterse en la conciencia de la gente antes de que podamos actuar. Las
instituciones que se presentaban como liberadoras se convierten en
controladoras. En nombre de la libertad, Google y
Facebook nos han llevado por el camino hacia el control absoluto.
-¿Cómo
detectar el peligro en las nuevas tecnologías sin convertirse en un paranoico
que sospecha de todo?
-Uno debe indagar
sobre lo que se presenta como real. Eso es lo que hacemos los escritores y los
artistas. Yo no sospecho. Sospechar implica que hay algo oculto y yo no creo
que Facebook tenga nada oculto. Simplemente no lo queremos ver. No queremos
afrontar que lo gratuito implica siempre una forma de dominación.
-En
tiempos de redes sociales, ¿cómo preservar la intimidad?
-Lo que ocurrió con
Cambridge Analytica es un delito: alguien robó y vendió información privada. No
hay misterio. Es un negocio ilegal que han camuflado con charlas sobre
protección de datos. Quien recibió la información pagó por ella. Pero el truco
es llevar una discusión que no debería existir a los medios de información. Los
delitos deben ser castigados.
-¿Sus
ensayos se leen de otra manera después de la quiebra de Lehman Brothers?
-Tras ese colapso,
las ventas de mi libro La cultura del nuevo
capitalismo se dispararon. Hasta entonces las críticas al orden
económico eran consideradas nostálgicas. Muchas de las cosas que están pasando
son tan increíbles que tendemos a no creerlas, aunque las tengamos delante.
-Quedaron más allá
de mis poderes. Aunque sí tuve una intuición. El problema de Obama es que
hablaba con una elocuencia maravillosa, pero la desigualdad seguía
aumentando. No logró controlarla. Apoyó la sanidad pública, pero el resto se
quedó en palabras. Y eso es muy peligroso. Hubiera sido un gran juez del
tribunal supremo, pero no actuó como un gran presidente.
-¿De
qué maneras pueden actuar hoy los políticos para defender los derechos de los
ciudadanos frente a las presiones de los poderes económicos?
-La historia lo
explica. Hace 100 años Theodore Roosevelt decidió que el Estado debía romper
los monopolios. Era conservador. Pero era el presidente de todos los
americanos. El capitalismo tiene tendencia a pasar con gran facilidad del
mercado al monopolio. Y ahí, con la represión de la competencia, empiezan los
grandes problemas, la gran desprotección. Con monopolios, el capitalismo pasa
de ser el sistema de la competencia a ser el de la dominación. Aumentar la
brecha salarial entre los ricos y los pobres tanto como está
sucediendo ahora es la vía para todos los populismos. Eso ha sido Trump. En
Reino Unido tuvimos el equivalente a Obama en Tony Blair. Peor que Obama. Obama
es un hombre de total integridad personal. Y Blair es solo un político.
-¿Por
qué el Estado de bienestar solo parece sostenible en los países nórdicos?
-Me resisto a esa
idea. No se necesita ser rico para que ese sistema prospere y se mantenga. En
Colombia existe con muchos menos recursos. En Botsuana hay un modelo justo,
aunque la equidad cuando tienes poco significa poco. Bismarck construyó el Estado
de bienestar en Alemania con malas intenciones: quería evitar que los
trabajadores se rebelaran. Con el Estado de bienestar la gente se vuelve
conservadora. La destrucción de esas políticas que se está dando en España es
una tragedia. ¿Sabe que mis padres lucharon en la guerra civil española?
-He
leído que por ser hijo de brigadistas le ofrecieron la nacionalidad española.
-Ojalá. Escriba
eso: ojalá. La aceptaría enseguida. Soy americano y británico, pero también me
gustaría ser español. Escríbalo.
Se levanta para
contárselo a su esposa, la socióloga
Saskia Sassen, que trabaja en la habitación de al lado. “Ya sabes lo
que van a preguntar nuestros amigos españoles: ‘¿Española o catalana?’. Tenemos
que tener cuidado”, contesta ella.
-Creció
en un barrio pobre de Chicago, Cabrini Green.
-Mi madre era
trabajadora social. Trabajó para el partido comunista y fue perseguida por
McCarthy hasta que, como casi todos los comunistas americanos, se dio cuenta de
en qué se había convertido el comunismo soviético y dejó de ser comunista.
Dedicó casi una década a idear la legislación para un sistema público de salud
pionero. Pero ella y mi padre eran los típicos comunistas burgueses.
-¿A
su padre lo conoció?
-No. Y eso es parte
de mi drama personal. Conocí a su hermano mayor, mi tío Bill, que también luchó
en España con los republicanos.
-¿Supo
por qué se fue su padre?
-Estoy seguro de
que fue por otra mujer. Mi madre no me dio ninguna explicación. Pero, ya que
pregunta, el momento de mayor tensión con mi madre no fue por eso. Fue por mi
decisión de convertirme en chelista profesional. Tenía miedo a cualquier cosa
que se apartara de esa seguridad. Y veía la música como una vida bohemia.
-Pero
usted eligió esa vida.
-Tuve un lustro de
vida bohemia en Nueva York. Luego regresé al orden. Me llamaron a filas para ir
a la guerra de Vietnam y decidí evitarlo regresando a Chicago para volver a la
universidad. Luego, en Harvard, me operaron porque el túnel carpiano en la mano
de muchos músicos y algunos atletas se tensa de tal manera que los músculos se
enrollan unos con otros. En los últimos 40 años, he tenido que encontrar maneras
de compensar la debilidad de algunos dedos cuando toco el chelo. Eso me apartó
de la música profesional.
-En La corrosión del carácter describe
la falacia de que la flexibilidad laboral mejora la vida. ¿Qué tipo de carácter
van a producir Uber o Deliveroo?
-Vidas sin columna
vertebral. Un carácter cuyas experiencias no construyen un todo coherente. Algo
muy circunscrito a nuestro tiempo y preocupante porque los humanos necesitamos
una historia propia, una columna vertebral.
-¿Cómo
ve el futuro de sus estudiantes?
-Trato de quitarles
de la cabeza que la vida intelectual depende de las universidades. En cualquier
profesión uno puede y debe tener una vida intelectual activa. Es fundamental
que cualquier persona tenga conciencia de su capacidad intelectual y de su
necesidad de contribuir a ese desarrollo. Incluso si no tiene una carrera
universitaria.
-Usted
no parece un teórico. Como sociólogo se sirve del trabajo de campo, no de las
estadísticas. Habla de personas con nombres y apellidos…
-Siempre me he
sentido arraigado en la antropología de la vida cotidiana. Eso era sospechoso
para la Escuela de Fráncfort de los años treinta, excepto para Benjamin, que
usaba sus propias experiencias para tratar de entender el mundo. Por eso sufrió
el desprecio de la Escuela de Fráncfort. La única persona que lo protegió
fue Hannah Arendt.
-Se
le considera discípulo de Arendt. ¿Qué recuerda de ella?
-La conocí en 1959.
Mi grupo tocaba los cuartetos de Bartók en la Universidad de Chicago y al
terminar una mujer pequeñita subió al escenario a felicitarnos. Dijo que había
conocido a Bartók. Cuando volví a Chicago, cogí su curso de estética y odié la
estética. Creo que la defraudé y que ella significó mucho más para mí de lo que
yo supuse para ella.
-¿Qué
significó para usted?
-Fue una piedra de
toque intelectual en mi trayectoria. Pero le enseñé un borrador de mi libro El
declive del hombre público y lo odió. Fue ese tipo de relación... Ella tenía
una conexión mejor con gente que era filosóficamente más sofisticada que yo.
Por eso me da miedo que se sobrevalore esta relación. Me hubiera gustado ser su
discípulo, pero no creo que lo sea. Creo que a la gente le resulta difícil
entender que alguien pueda influirte profundamente sin ejercer un rol posesivo
sobre ti. Sentí una gran tristeza hacia ella cuando publicó Eichmann en
Jerusalén y se convirtió en una paria ante la mayoría de la comunidad judía que
había huido de los nazis.
-Ha
escrito que los maestros ofrecen lecciones y los grandes maestros dudas. Usted
terminó cuestionando a Arendt.
-Lo que me chocaba
de ella es que tenía cierta sordera cultural. Estaba en contra de forzar
algunas formas de integración racial en América. Escribió un artículo muy
oscuro sobre eso. No ignoraba que los negros necesitaban forzar esa vía. Pero
se quedaba en el análisis de la propuesta abstracta: ¿Deben los negros ser forzados
a convivir con los blancos? Theodor Adorno dijo que odiaba el jazz porque era
una música primitiva. Pues lo mismo, para mí esa generación de filósofos tenía
un problema: la sordera ante el presente. Lo vimos con la generación de
nuestros padres: a ellos les costaba entender que no cayéramos rendidos en los
brazos del partido comunista. En su ecuación, ser anticomunista era igual a ser
nazi, o algo así.
-Hoy
¿dónde se sitúa usted políticamente?
-Atravesé un
periodo muy conservador. Fui liberal. Pero ahora estoy de nuevo a la izquierda.
Soy un socialista
de Bernie Sanders.
-¿Por qué la
izquierda ya no conecta con la voluntad de cambio de la gente?
-Eso es lo que me
pone tan triste sobre la izquierda española. Los intereses de los partidos de
izquierdas —de derechas ya no hablamos— han pasado a ser más importantes que
los intereses de la población. Y así no se puede avanzar.
-¿Qué
va a pasar después de Trump?
-Es evidentemente
un criminal. La cuestión es si será considerado responsable de sus delitos o
no. El mundo está lleno de criminales sueltos. Y puede que él se una a ese
grupo. Lo único que me consuela es que Trump es un juez tan penoso de los demás
que eso le lleva a cometer grandes errores. Cuando uno llega a ser tan
egocéntrico, deja de ver al resto. Pero… de momento es el hombre más poderoso
del mundo. Incluso sus votantes saben que es un delincuente.
-¿Y
por qué lo apoyan?
-Es un enigma. Pero
no es un fenómeno únicamente americano. Ya lo vivimos con Berlusconi. La gente
sabía cómo era y, aun así, lo querían para mostrar su enfado, para fastidiar.
Trump es la expresión de la política del agravio. En este país hemos dejado ya
atrás la idea de cazarlo. Ya ha sido cazado. Lo que no sabemos todavía es si
pagará o no por ello. Berlusconi fue capaz de destrozar el sistema judicial
italiano. Y puede que Trump consiga hacerlo aquí.
-¿Hoy
la creatividad es clave en todos los trabajos?
-Sí. En sociología,
creativo es buscar una voz propia. Pero uno solo la tiene cuando le habla a
alguien. No se tiene voz propia para hablar solo.
© El País Semanal
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