Por Isabel Coixet |
El hombre habla con ellos
y parece reconocerlos. «Has engordado desde la última vez que te vi», dice. O:
«Mira quién ha cambiado las plumas»; o: «Vaya, quién ha tenido familia». Parece
contento con su misión en la vida y ya posa con los pájaros en la mano para los
curiosos que conocen su historia y acuden a ver el espectáculo de cientos de
jilgueros revoloteando alrededor de un sándwich de jamón y lechuga. O pastrami.
O queso. Antes de ir al parque, pasa por una deli donde ya le
guardan los bocadillos del día anterior que no han vendido. Vive solo en una
habitación de un piso compartido y tutelado en el Bronx y ha sido peluquero,
camarero, chófer de autobús escolar, confidente de la Policía. Ha estado en la
cárcel por falsificación de cheques. No tiene visión en el ojo izquierdo,
justamente por un accidente que sufrió en la cárcel. «Un accidente», recalca
con sorna. Trabajaba en la cocina de la cárcel y hacía un chili con carne
excelente que todos, incluidos los guardias, le alababan. A alguien empezó a
caerle mal y el resultado es la cuenca vacía con un ojo de cristal que brilla
de una manera antinatural los días de sol. Lo soltaron antes de que cumpliera
la mitad de la condena. Cree que tiene un hijo, pero nunca estuvo
totalmente seguro desde que una exnovia le comunicó que iba a ser padre y
desapareció. A veces piensa en ese hijo cuya existencia ignora y se lo
imagina, casado, con hijos. Quizás uno de esos niños rubios que se acerca
tímidamente a verle alimentando a sus pájaros es su nieto. Quizás ni siquiera
tiene un hijo.
Cuando miras el espectáculo desde lejos, el rostro
del hombre transmite una extraña beatitud, como si estuviera en trance y no
escuchara la algarabía pesadillesca que lo rodea cuando se le acaban las migas
y los pájaros lo abandonan hasta el día siguiente. El banco es el único banco
de Central Park que está completamente cubierto de mierda, y los guardas del
parque ya ni siquiera intentan limpiarlo porque al día siguiente saben que
estará igual. A veces, pasando por aquí, me pregunto qué pasará si el hombre
cae enfermo y falta algún día a su cita. ¿Lo echarán de menos? ¿Cuántos días lo
esperarán? ¿Escogerán a otro paseante con cara de necesitar una misión en la
vida? No tengo respuesta para ninguna de estas cuestiones. Aunque me temo que
lo único que podemos afirmar es que los pájaros se seguirán cagando en el
banco.
© XLSemanal
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