Por Guillermo Piro |
El
calor es muchas cosas, pero sobre todo es lento. El verano, dejando de lado el
tono celebratorio de poetas como Gabriela Mistral, Bruno Martino, Gabriele
D’Annunzio, Shakespeare, Rimbaud, Bukowski y tantos otros, es el período del
año menos indicado para trabajar. La culpa la tiene la costumbre, adquirida
desde pequeños, con el ritmo de la escuela, de trabajar de marzo a noviembre.
Bueno, resulta que no. La culpa, como era simple imaginar, la tiene el verano
mismo. O, mejor dicho, el calor.
Es sabido que toda sensación, toda convicción, para ser
creída debe estar certificada por algún estudio científico. Ahora hay uno que
explica, datos en mano, que cuando hace calor uno se vuelve más lento y
estúpido. Increíble, ¿no? Esta investigación, publicada por la revista
académica Plos, de Estados Unidos, se titula Reduced cognitive function during
a heat wave among residents of non-air-conditioned buildings: An observational
study of young adults in the summer of 2016 (o sea “Reducción de la función
cognitiva durante una ola de calor entre los residentes de edificios sin aire
acondicionado: un estudio observacional de adultos jóvenes en el verano de
2016”) y está firmada por Jose Guillermo Cedeño Laurent, Augusta Williams,
Youssef Oulhote, Antonella Zanobetti, Joseph G. Allen y John Spengler. Estos
investigadores muestran que los resultados de algunos test realizados con
estudiantes en ambientes climatizados dieron mejores resultados que los
obtenidos con otros estudiantes que, en cambio, respondían en ambientes sin
aire acondicionado. ¿Es un descubrimiento? En cierto sentido no, porque muchos
ya lo sabíamos, pero en cierto sentido sí, porque aún hay quienes creen que en
ambientes calurosos se puede hacer algo que no sea desnudarse y esperar a que
el tiempo pase. De hecho hay quienes creen –y comprueban– que con calor hacen
muchas cosas, muy agradables por cierto. Pero esas cosas no incluyen pensar.
Las respuestas de los estudiantes que contaban con aire
acondicionado por lo general eran más exactas pero, sobre todo, eran más
veloces. Porque los tests, que se hacían con instrumentos automáticos y
teléfonos celulares, permitían medir también el tiempo de respuesta. Los más
acalorados empleaban un 10% más de tiempo para responder, y en muchos casos lo
que daban eran respuestas erróneas. La conclusión está a la vista: más calor,
menos rapidez y más inclinación a cometer errores.
El descubrimiento que, insisto, tan descubrimiento no es,
resulta interesante porque configura el escenario de un mundo que se dirige
hacia un calentamiento global cada vez más intenso, es decir un mundo poblado
por gente un 10% más lenta e incapaz de razonar, como no sea al fresco, en una
habitación debidamente climatizada. Pero consumiendo mucha energía.
Como se ve, la estupidez no tiene escapatoria. Lo confirma
también la sesión en el Senado del miércoles, donde esta vez pudimos descubrir
algo que ignorábamos, esto es, que muchos senadores sufren lisa y llanamente de
retraso mental. Que las provincias del norte argentino hayan proporcionado 22
de los 38 votos contra la legalización del aborto tal vez a muchos no les diga
nada, pero a la luz de esta investigación yo creo que dice mucho. Todos (repito:
todos) los senadores de San Juan, Jujuy y La Rioja votaron por el rechazo. Y no
me salgan ahora con las convicciones, por favor, que aquí de lo que hablamos es
de lentitud y estupidez.
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