Por Sergio Sinay (*)
"Hoy es común que los hospitales enfermen y no que curen, que
las escuelas formen ignorantes y no que eduquen, que los juzgados apliquen
leyes tardíamente, o sea que no hagan justicia, y así sucesivamente".
En 1993,
un cuarto de siglo atrás, el argentino Jorge Etkin, doctor en Administración
Pública, especialista en la materia y consultor en organismos internacionales,
describía de esta manera, en una conferencia dictada en la Escuela Superior de
Administración Pública de Bogotá, los efectos que produce la corrupción cuando
se infiltra en los sistemas sociales y los pervierte. De eso son responsables,
más allá de sus delitos específicos, los empresarios, funcionarios y
gobernantes corruptos que quedaron esta semana con sus nalgas al aire gracias
al posible TOC (trastorno obsesivo compulsivo) de un chofer que documentó
durante diez años cada paso de sus servicios prestados en un proceso de
putrefacción social e institucional de dimensiones monstruosas, pero no
sorprendentes. Habría que haber estado hibernando o viviendo en otro planeta
para ignorar que los 12 años de kirchnerismo explícito fueron el más obsceno
fenómeno de corrupción que sufrió la Argentina en su historia. Lo cual es mucho
decir en un país nacido y crecido “al margen de la ley”, como lo definió con
exactitud demoledora el inapreciable constitucionalista Carlos Nino (1943-1993)
en su libro del mismo nombre.
La responsabilidad moral, mucho más allá de la penal, de los
Kirchner, los De Vido, los Ferreyra, los Baratta, los Sánchez Caballero, los
Loson, los Mundin, los Wagner y todos los miembros de esta especie (de los que
se sabía, de los que ahora se sabe y de los que todavía no, que no han de ser
pocos) traspone toda posibilidad de redención. Su avaricia, su ambición, su
mezquindad moral adquieren dimensiones transpersonales, porque todo lo que
succionaron y todo con lo que transaron pertenece al bien común. Los muertos de
Once y de otras catástrofes, los muertos en los hospitales, la destrucción de
la educación, la pavorosa desnutrición infantil y la pobreza de un país que se
pavoneó de poder alimentar al mundo no les son ajenos. No habrá tribunales que
los juzguen por eso ni pena que alcance a compensar el daño causado. Si sienten
vergüenza, no será por sus acciones sino por las fotos de sus detenciones, que
los exhibieron como delincuentes comunes, aunque sean más que eso. Y si algo
les dice su conciencia, acaso sea el simple susurro de una excusa, porque es
posible que la tengan entrenada para eso desde hace muchos años y muchas
tropelías.
Aun si devolvieran todo lo robado y lo transado, no habría
reparación. Porque la corrupción no es un fenómeno económico. Se expresa en
cifras, en billetes, en monedas, en bolsos, en chequeras, en cuentas off-shore
(hay que decirlo también, porque existe corrupción de guante negro y de guante
blanco) y puede encontrar atajos leguleyos, pero es ante todo un hecho moral.
“El problema de la corrupción solo podrá afrontarse de manera sistémica,
apoyándose en diversas disciplinas, una de ellas la ética”, afirma el mexicano
Oscar Diego Bautista, doctor en Ciencias Sociales y Humanidades, en su libro
Etica para corruptos, que bien podría ser de lectura obligatoria para quienes
ingresen a la administración pública, desde la primera magistratura hasta el
último cargo. Y para algún empresario interesado en estas cuestiones no
remunerativas.
“Para contar con buenos gobiernos, se requiere contar
primero con buenos individuos”, agrega Bautista. “Es aquí donde entra la ética,
al formar o mejorar a las personas”. Por supuesto, hay que aclarar, siempre que
la ética se ajuste a la moral (valores permanentes). La moral dice lo que se
debe. La ética cuenta lo que se elige. Los ladrones, los asesinos, los
abusadores, los corruptos eligen vivir al margen de la moral. Tienen su ética y
es esa. Pero no deberían quedar al margen de la ley. A menos que también los
jueces (con su propia ética) se coloquen al margen de la moral. Cosa que
perfectamente puede ocurrir, y ocurre, en los que Etkin llama sistemas sociales
perversos. Como el que habitamos.
(*) Escritor y periodista
© Perfil.com
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