Los
arrepentidos se aferran a la coartada del aporte.
¿Cristina tiene una bomba?
¿Cristina tiene una bomba?
Por Roberto García |
Apasionante la novela del hiperrealismo argentino:
se supera cada día con capítulos nuevos, aparición de testimonios impensados y presuntos arrepentimientos de
personajes hasta ahora probos y que dictaban clases de moral. Todos los días
surge una corruptela desconocida, despiertan incluso causas y delitos no
comunes. Por ejemplo, la evasión de millones de dólares de las empresas por no
incluir sus contribuciones en los asientos contables, tráfico de facturas
falsas y documentación adulterada, también lavado de dinero.
Se agiganta la
imaginación jurídica –la palabra “aportes” reemplaza a las “dádivas” de los 90
como recurso para ocultar el concepto “coimas”–, hasta el Presidente se
anticipa a los acontecimientos y parece saber de inminentes episodios a
transcurrir esta semana (¿será una confesión grabada de Muñoz, ex secretario
de Cristina y Néstor, antes de morir?, como escribió ayer el
periodista Marcelo Bonelli). Sorprende que una sola persona, un
chofer de apellido Centeno, haya sido el elemento provocador del mayor
escándalo del siglo por incluir recorridos, paradas y delivery de bolsos en
unos memoriosos cuadernos (al parecer, también registró videos
comprometedores).
Asimismo, sorprende que el mundo económico
internacional, siempre en reclamo de mayor transparencia en una Argentina
dudosa, huya de los valores del país –cae la bolsa, vuela el dólar, se
desploman los patrimonios– cuando el robo pasado, en apariencia, comienza a
despejarse. Un castigo impensado, desolador, con antecedentes semejantes en
Brasil e Italia, que multiplica la crisis sobre la crisis, irreparable hasta
por el Fondo Monetario Internacional.
Fenómeno casi ignorado por los habitantes pegados
al televisor mirando escenas del tenebroso culebrón mientras su riqueza, poca o
mucha, se escurre por el fregadero. Una siniestra combinación: perdieron antes,
vuelven a perder ahora.
Salvo un milagro, nadie sabe el destino de los
fondos aportados o pagados en comisión, tampoco su cuantioso volumen, generado
por empresarios que financiaron el lado más oscuro del kirchnerismo con la
graciosa excusa de ser apretados por una administración de matones. No hay
paradero ni devolución en consecuencia, se extravió el físico guardado en
tumbas o depósitos, según la ilustración popular que sabe de los recorridos
aéreos Buenos Aires-Santa Cruz, las termoselladoras y los contadores de dinero
que alguna vez demandó Néstor Kirchner.
Si se observa, salvo uno de la docena de empresarios detenidos ahora por el juez Bonadio,
dispone de expertise en esa materia. Lo que no quiere decir que el mundo
financiero estuviese exento de buena parte de estos trámites. Tampoco, claro,
habrá devolución o compensación por medio de multas –como en Brasil, con el
caso Odebrecht– al beneficio extra que obtuvieron las empresas en
su felonía delictiva de sobreprecios: la ley no lo contempla. Al ser
descubiertos, hoy solo padecen cierta humillación social, de la cual creen
desligarse al confesar su arrepentimiento y quedar en libertad para un juicio
dentro de varios años. Sí, ocurre.
Tanto que, por ejemplo, Angelo Calcaterra –alguien que rompió las puertas de Comodoro
Py para que su segundo, Sánchez Caballero, detenido, no
declarase en su contra– decidió promover su bondad e inocencia en reportajes ad
hoc que retrotraen la memoria a los films norteamericanos sobre los juicios
gangsteriles. Nadie entiende esa repentina vocación verborrágica del primo de
Macri, reservarse en un discreto silencio en lugar de predicar su alivio por
haber confesado obligadamente cuando pudo hacerlo durante tres años, sin que
nadie lo atosigara. Más compleja resulta su actitud al señalar que los
verdaderos ladrones de la obra pública son los miembros de la Cámara de
la Construcción, instituto al cual él no asistía porque era una empresa
menor frente a otros emporios. Por supuesto, el familiar presidencial confesó
los aportes a las campañas de los Kirchner hasta en los años en que no había
campañas –aunque jura no recordar a quién le dio la plata–, negó que fueran
mordidas por obras concedidas y que, en todo caso, el dinero que dijo ceder no
eran los millones invocados por Baratta sino apenas unos miles que entregaron
en bolsitas de papel. “No era fácil para nosotros trabajar”, justificó al mejor
estilo plañidero del ex juez Oyarbide.
Del primo al ex jefe de ministros K. Por suerte, luego un
decreto presidencial (firmado, eso sí, por la vice Michetti) le otorgó un
crédito de 4.500 millones para trabajar con menos dificultad y trasladar de un
papirotazo la compañía a su colega Mindlin. Casi ofensiva a la razón de
cualquiera esa expansión de la lengua.
Flaco favor, en todo caso, le hizo
Calcaterra a su querido primo en las expresiones –hasta mencionó, con
contradicciones, una conversación telefónica con el mandatario–, pulsión que
por otra parte arrastra desde hace meses y lo hacía prometer una factibilidad
de irse a vivir a otro lado. Pero no fue el único en deslices: el ex jefe de
Gabinete Abal Medina, escritor de modelos transparentes de la
política, ahora confesó haber recibido fondos non sanctos en la función; Josecito López alertó sobre complicidad respecto de sus famosos
bolsos y amenaza con la ruta que lleva a conspicuos socios
no nombrados hasta ahora. Hablan hasta los que no han sido citados (Rattazzi),
otros que en apariencia no hicieron aportes sino que pagaron comisiones por
reparaciones venezolanas, y una sensación colectiva de que la matriz de la
corrupción fue impuesta por el matrimonio sureño y no una exageración brutal
del dúo sobre un sistema ya instalado en el país desde hace décadas.
Lo cierto es que el mecanismo hasta ahora muestra a
empresarios enlodados; no aparecen sindicalistas, tampoco banqueros ni
industriales, los clásicos del universo turbio argentino. Ni siquiera lo de Baratta involucra a toda el área dependiente de Julio
De Vido. Es un retazo del latrocinio atroz cuya continuidad esta
semana tendrá nuevos picos de audiencia: dicen que Cristina, en el juzgado,
pasado mañana lanzará una bomba que –se supone– tendrá un estrépito semejante a
la otra que Macri ha susurrado que va a explotar. El valor del país, entre
tanto, se derrumba.
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Perfil.com
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