Por Roberto García |
Obvio, esa primera vocalista de la decencia declamada
era Cristina Fernández de Kirchner (su marido, entonces,
se mostraba más recatado). Hoy, el mismo Stornelli, incluso después de haber
transitado un período como funcionario bonaerense de Daniel Scioli,
vuelve a convertirse desde una fiscalía en el eje de robustas imputaciones
contra la corruptela del gobierno anterior. Claro que Cristina no es la misma
de antes, ni habla, se refugia atrás de Menem en el Senado invocando fueros de
otra época, y apenas una fracción de peronistas se queja por los abusos
procesales de la Justicia en la causa que ella encabeza como jefa de una asociación ilícita.
Paradojas de la historia política. Lo que empezó
como la revolución de los choferes adquiere todos los días una dimensión tentacular
inesperada, y por condicionalidades del derecho –por ejemplo, mitigar la
condena si un culpable arrepentido denuncia a un superior– ya cercó a la ex
mandataria desde diversos flancos.
Pero también, gracias a los vericuetos del derecho
ella se protege con la figura de los fueros, la inmunidad del arresto,
privilegio de la realeza en otros tiempos y que en el siglo pasado también se
reconoce en una deliciosa anécdota que protagonizó un militar, el coronel Carlos
Fuero (un par de calles llevan su nombre). Fue durante la Revolución
mexicana, cuando estaba a cargo de una guarnición y de un prisionero, el
general Severo del Castillo, quien sería ejecutado al día siguiente. Esa noche
previa, el general le pidió a Fuero que permitiera la visita de un cura
y un notario para confesarse y realizar su testamento. El entonces coronel
republicano modificó el pedido: hizo que el general condenado dejara la celda,
fuese a realizar sus trámites en la ciudad, y él ocupó su lugar como prisionero
a ser fusilado si el otro no regresaba. Volvió el general a la mañana para ser
fusilado y, descubierto el episodio, el coronel quedó a punto de ser
sancionado, apartado de la fuerza. Sin embargo, al enterarse del hecho, Benito
Juárez indultó al condenado general, impidió cualquier procedimiento
militar contra Fuero y su apellido se convirtió en un privilegio jurídico
basado en la palabra de honor.
Hoy, claro, los fueros representan un costado
distinto de la política que poco tiene que ver con el honor. Este miércoles,
debido a la repulsa social amenazante de canibalismo, el Senado
–oficialistas y opositores, ambos en la misma comparsa– quizás modifique su
actitud preservativa de la última semana sobre las viviendas de la viuda de Kirchner y permita el allanamiento.
El principio de un proceso más amplio, que puede convertir a los senadores,
luego, en ciudadanos comunes, libres de fueros, convertidos ahora en canonjías.
Este gigantismo confesional sobre la obra pública
en tiempos de los Kirchner, un Hulk judicial imprevisible, parece el sinfín de
Escher. Interminable, creciente. Sin embargo, en menos de veinte días esta
causa relámpago acumuló suficiente y cualitativa prueba que ahora tanto Stornelli como Bonadio deben
pensar en trasladar a una etapa posterior, al juicio oral por un tribunal
superior. Además, estiman que el dúo –más el fiscal Rívolo– ya tiene todo lo
necesario para justificar la asociación ilícita, podría abrir la instrucción
complementaria, eventualmente quedarse con alguna causa residual y , de acuerdo
con otras instancias, acelerar trámites para iniciar un juicio oral y público con
Cristina como epicentro antes de este fin de año. Siempre que se alineen los
planetas, claro. Demorarse en esta decisión hasta podría comprometer la
instrucción con atrasos y ocultamientos. No lo ignoran estos protagonistas,
aunque también los seduce el engolosinamiento casi morboso por descubrir
y aceptar testimonios del inédito fraude kirchnerista, una montaña de lodo.
Sobre la ex presidenta han caído flechazos
envenenados, irreparables, cargos nuevos, con nombre y apellido: de Wagner
a Abal Medina, de Chediack a Uberti, sin olvidar a
Romero ni a algún financista u otro ex banquero, compañero de De Vido,
funcional a la administración Kirchner y Macri, que ayer comenzaron a declarar.
Sálvese quien pueda. Montos, bolsos,
traslados, aviones, certezas y pruebas, aunque permanece ignorado, gran parte
del destino final del dinero, sean sospechadas bóvedas, entierros, ductos y
hasta viajes marítimos en buques de pesca españoles desde el sur. Infinidad de
versiones. Les queda a los magistrados emprolijar este devastador volumen
informativo sobre la ex presidenta, desplegar otras acciones acusatorias, y
quizás la convocatoria a iniciales “arrepentidos” que en apariencia engatusaron
a la Justicia afirmando que pagaban “poquito” por obras faraónicas concedidas,
en bolsitas de papel, no sustanciales coimas o sobornos, como se empiezan a comprobar por otros
testimonios de sus colegas.
Ya aclaró un profesor de Derecho cordobés, de
Isolux, cuando señaló que mencionó “aportes” como un eufemismo de
“coimas”. No es el único de la banda de constructores que se inicia en
las distinciones semánticas. Al parecer, en ese ejercicio también son expertos,
pobres víctimas de un sistema perverso –según ellos– que los obligó a prostituirse
para poder trabajar y darles trabajo a los argentinos. Por suerte, deben
entender, la Justicia no les demandará castigos económicos por lo que se
llevaron en la compensación por el pago de sobornos, como ocurrió con Odebrecht
en Brasil; solo los afecta cierta vergüenza social por la concurrencia al
juicio sin fecha, pero cercano, en el cual Cristina puede declarar persecución
y violencia de género. Como si ella no hubiese reparado, siquiera, en el
nauseabundo olor a humedad que desprendían los billetes amontonados a pesar de
ser termosellados por una máquina que un hombre del rubro le había regalado a
Néstor.
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