Por Isabel Coixet |
Desde hace unos días se acerca prudentemente a unos
metros de mí, me mira y se acuesta en el suelo, dándome el trasero.
Es la gata
de los vecinos y el año pasado ya tuvo gatitos y los dejó aquí, en esta parte
del jardín, y los zorros casi se meriendan a toda la camada, conseguimos
salvarla a tiempo gracias a los amigos que se volcaron en adoptarlos. Durante
días, los zorros merodearon la casa y se acercaban hasta la puerta mientras los
cachorros se arrebujaban en una caja de cartón forrada con una toalla. De ella
no había ni rastro. Pensé que se la habían comido los zorros, pero vuelvo a
verla por aquí de nuevo.
Yo he tenido tres gatos, los amo, pero soy alérgica
a ellos y, antes de sucumbir al asma que me producen, siempre los he tenido que
regalar. La gata gris, desde su prudente distancia, se gira de cuando en cuando
hacia mí, para cerciorarse de que la sigo mirando. Siempre, en mi fuero
interno, he tenido la certeza de que los gatos gobiernan el mundo, nos vigilan,
nos miran con la displicencia de una mente superior mientras los alimentamos y
nos disputamos sus caricias. Los vídeos de gatos de YouTube son la máxima
expresión de su poder en la sombra, a través de ellos controlan nuestras
mentes, nos manipulan y básicamente se burlan de nosotros. Puede parecer una
teoría descabellada, pero ¿por qué son tan silenciosos (excepto cuando están en
celo, es verdad, ¿pero quién lo es?). ¿Por qué son tan condenadamente elegantes
y armoniosos? ¿Por qué tienen esa mirada que parece mofarse de nuestras expresiones
de cariño incondicional hacia ellos? ¿Por qué los egipcios les dedicaban
monumentos? ¿Por qué los vídeos de gatos son los más vistos en las cárceles
del mundo, más que los vídeos pornográficos, las películas de Jean-Claude
Van Damme o las de Steven Seagal? Ahora mismo, la gata gris me está mirando y
sabe perfectamente que lo que estoy escribiendo se refiere a ella. Cuando he
levantado la vista del ordenador, me ha mirado unos segundos y ha vuelto a
desviar la mirada. Me está diciendo con la mirada que volverá a tener gatitos y
que los dejará cerca de mi puerta y que yo los recogeré y los pondré en otra
caja de cartón, como hice con sus hermanos. Y que, aunque estornudaré de cuando
en cuando y los ojos me lagrimearán, los alimentaré lo mejor que pueda, y
alejaré a los zorros y les buscaré familias que los cuiden como merecen y que
se queden embobadas con ellos y cuyos niños los filmen haciendo tropelías.
La gata me mira por última vez, me envía un mensaje
telepático que sólo ella y yo conocemos y se aleja mientras yo pongo punto
final a estas líneas.
© XLSemanal
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