La cómica australiana Hannah Gadsby le da la
vuelta
al género del stand up comedy.
Hannah Gadsby: cuando los monólogos no sirven para contar la historia entera. |
Por Aloma Rodríguez
Una lesbiana de Tasmania. Hannah Gadsby es australiana, de Tasmania,
donde la homosexualidad fue considerada actividad criminal hasta 1997. Gadsby
es lesbiana, pero pasaron al menos diez años hasta que lo asumió y usó el
autoodio que había ido acumulando para cambiarlo por un self-deprecation usado
para la comedia. Sabe cómo hacerlo, no hay duda.
Los primeros veinte minutos de
su monólogo Nanette, que puede verse en Netflix, –dice que se llama
así porque conoció a una mujer que creyó que le daría dos horas de comedia y
no; pero el misterio queda así– son un despliegue de los recursos más o menos
conocidos del stand up comedy: chistes sobre sí misma y su
condición de lesbiana, chistes sobre el propio género de la comedia, chistes
sobre cómo la confunden con un hombre o con un hombre transexual, chistes sobre
Tasmania, su familia y su salida del armario. Pero algo pasa entonces: dice que
ya no puede seguir haciendo comedia, precisamente porque se basa en el
autodesprecio, y “eso para alguien que vive en los márgenes no es humildad, es
humillación”.
Picasso y los genios. Gadsby estudió Historia del Arte. Usa el
humor para señalar cómo a lo largo de la historia las mujeres han sido
retratadas como objetos, pero apenas han tenido voz. Aprovecha para sacar punta
a base de chistes a las dos opciones que da la historia del arte a las mujeres:
virgen o puta (“técnicamente, encajaría en la de virgen”). Y se burla de la
imagen de las mujeres que se da en muchos cuadros clásicos: durmiendo desnudas
en el bosque; dice que ella no encaja en ese mundo porque sabe vestirse.
También hace chistes con las tortugas ninja para hablar de las relaciones entre
el arte y el poder. Habla de Vincent van Gogh, sus enfermedades y su
medicación, y rechaza la idea del genio maldito y de que la enfermedad mental
es algo así como un precio a pagar a cambio del gran talento. Confiesa la
antipatía que le produce Picasso, al que considera un misógino y le reprocha su
relación con Marie Thérèse Walter, cuando esta tenía diecisiete años. Insiste
en que ella era menor de edad y él tenía más de cuarenta años. Para mí es peor
la frase en la que Picasso dice que “los dos estaban en su plenitud”, una frase
a la Gadsby saca punta. Tampoco creo que Bill Cosby, Harvey Weinstein, Donald
Trump, Roman Polanski y Woody Allen pertenezcan a la misma categoría.
La identidad, de nuevo. Al principio del monólogo, cuando Gadsby está
en la parte de los chistes, cuenta cómo recibe “feedback” de lesbianas y
“opiniones de los hombres”. Cuenta que una lesbiana la acusó de que en sus
monólogos había “poco contenido lesbiano”. Habla, también, de lo complicado que
fue para ella identificarse con alguien en la homófoba Tasmania. Pero no le
resultó más fácil identificarse con los gays a los que veía desfilar por
televisión en carnaval. No encajaba en ningún sitio. Ahora dice que lesbiana no
es con lo que más se identifica, sino “cansada”. El fondo de este monólogo va
contra las etiquetas, Gadsby defiende la diferencia y la convivencia, la
comprensión y la escucha; y cuenta lo complejo que es encontrar nuestro lugar
en el mundo –para todos, pero algunos parten con ciertas desventajas–.
Rematar los chistes. Gadsby explica que quiere dejar la comedia porque
se basa en la tensión que crea antes de rematar los chistes. Dice que la risa
le sirvió toda su vida para aliviar la tensión y ahora está cansada de la
tensión. Además, dice, los chistes le sirven para encapsular su trauma, no para
liberarse. Por otro lado, dice Gadsby, los monólogos no permiten contar la
historia entera, el final nunca llega, queda sepultado por el remate. Pone dos
ejemplos: el chiste sobre la reacción de su madre cuando le dijo que era
lesbiana no cuenta la historia completa, que ahora se llevan muy bien y que su
madre le pidió perdón por haber esperado de ella se le pasara; y la broma sobre
el tipo que quiso pegarle por hablar con su novia creyendo que era un tío. En
realidad, sí le pegó: ser lesbiana la hacía merecedora de una paliza. De manera
imprevisible, Gadsby deja salir la ira. Cuenta un episodio de abuso sexual en
la infancia y que dos hombres la violaron a los veinte. Y aquí es donde creo
que el discurso de Hannah Gadsby es potente: dice que no quiere ser una
víctima, porque la victimización solo lleva a la venganza y a la ira y ella no
quiere extender la ira. Dice que la risa y la ira pueden usarse ambas para unir
a la gente. Pero ella no quiere eso. Lo único que quiere, dice, es contar su
historia bien, con todas las partes.
© Letras Libres
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