Por Sergio Sinay (*)
Existen curiosas coincidencias entre terrorismo y mercados.
Ambos tienen militantes fanáticos. Ambos se aferran a un pensamiento único y
rígido. Ambos se nutren de creencias convertidas en cuestión de fe. Ambos se
esconden en el anonimato. No tienen localización física y comprobable. Ambos
desprecian el efecto de sus acciones sobre vidas humanas, porque no las ven
como tales. Las cosifican. Para ambos el fin justifica los medios.
Los
terroristas golpean y huyen. Los mercados especulan, toman sus ganancias,
cuanto más rápidas mejor, y desaparecen. Difieren, sin embargo, en que nadie
duda sobre la criminalidad de los actos terroristas, ni vacila en condenarlos,
mientras la de los mercados se evapora en intrincados análisis, discursos y
teorías acerca de su funcionamiento. Otra diferencia es que mientras algunas
organizaciones terroristas aspiran o aspiraron, como ISIS, a crear un Estado y
fracasan en el intento, los mercados ya gobiernan en la gran mayoría de los
estados de Occidente, independientemente de que sean ricos o pobres,
desarrollados, emergentes o de frontera.
El economista y periodista francés Bernard Maris era un
agudo, consistente y feroz crítico de la tiranía neoliberal de los mercados.
Murió asesinado, cruel paradoja, el 7 de enero de 2015, en el atentado
terrorista contra la revista Charlie Hebdo, cuya redacción integraba. Había
escrito antes un libro titulado Carta abierta a los gurús de la economía que
nos toman por imbéciles, una obra de poderosa vigencia en la Argentina del
presente, víctima de la mercadofilia ejercida por gobernantes y ministros de discurso
rígido, y de predicciones una y otra vez fallidas, y por periodistas y
divulgadores funcionales a la patología.
Maris escribió que, como el Espíritu Santo, “el mercado es
omnipotente, omnipresente y ubicuo, de sustancia inmanente, causa trascendente que
crea el mundo y que tiene todos los atributos de la divinidad, incluido el
destino: nadie puede eludir el mercado”. Sacerdotes de esa religión, el
ministro Caputo vio poco menos que un milagro en la crisis que llevó al país a
postrarse en el altar del FMI, y su colega Dujovne anunció que se seguirá el
dogma al pie de la letra: “Saldremos de esta del mismo modo en que entramos”,
juró en uno de sus sermones. Albert Einstein definió como neurosis al empeño de
repetir los mismos actos esperando obtener resultados diferentes.
El economista y filósofo Serge Latouche, encabeza desde hace
años la crítica a lo que considera un crecimiento ficticio en la sociedad de
los mercados. En los hechos, sostiene, empeora la “vida de calidad”, aquella
que tiene que ver con el bienestar emocional y espiritual, devastada por el
consumismo que corre tras su opuesto, la “calidad de vida”. Conocido ideólogo
del decrecimiento, Latouche dice que “la economía es la religión de nuestro
tiempo”. Y de allí parte Maris para advertir que “las religiones engendran
sectas y fanatismos”. Y apunta que algunas de esas sectas son “peligrosas y
convincentes””, como la Escuela de Chicago y su gurú Milton Friedman
(1912-2006), que incluso recibió el premio Nobel de Economía.
¿Qué son, en fin, los mercados? Son los hijos deformes de
aquel capitalismo productivista y optimista nacido al calor de la Revolución
Industrial, que soñaba con el progreso, y acaso la felicidad, de la humanidad a
partir de las nuevas técnicas y descubrimientos surgidas en el luminoso siglo
XVIII. El capital financiero es hoy caricatura y negación de aquello. El
progreso se reduce a ir a los tumbos de una forma de desigualdad a otra, como
dice el crítico cultural británico Terry Eagleton. El capital financiero solo
produce dinero, todo lo demás sobra y molesta. Con sus desigualdades también
provoca argumentos para los fanáticos de enfrente, los terroristas. “¿Su
religión es el crecimiento?”, le pregunta Maris en su libro. “¿Siempre más?
¿Más qué?”. ¿Más desigualdad? Es como preguntar a los terroristas: ¿En nombre
de su religión más qué? ¿Más violencia? Así son. Diferentes en apariencia,
parecidos en los efectos.
(*) Periodista y escritor
© Perfil.com
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