Por Guillermo Piro |
Hay una distancia entre las
cosas que surgen a la primera intimidación prepotente contra nuestras
libertades y lo que ocurre cuando esas libertades explican claro y en voz alta
lo que realmente queremos. Hay una distancia entre la buena y la mala fe, entre
defenderse y atacar, entre llorar y reír. ¿Se entiende?
Un dicho popular reza: “Si el cadete es ineficiente, echen
al gerente”. Siempre me gustó porque detrás de su máscara de arbitrariedad, lo
que encierra es una justicia total, brutal, algo que pone las cosas en su lugar
y hace que volvamos a recuperar la fe en aquellos que nos designan con el dedo
como gente capaz, solvente y sobria. El
problema es que emborracharse en el trabajo dejó de ser causal de despido. Yo
creo que el doctor Abel Albino fue a hacer su deposición al Senado borracho.
Muchos dirán que es un acto de irresponsabilidad, pero yo no estoy tan seguro.
Pascale Day es una periodista británica que, como muchos
periodistas, antes de dedicarse al periodismo trabajó de verdad. Pascale Day,
cuando cursaba la universidad y para ganar algún dinero extra, trabajó de
bartender, y en un artículo de hace algunos años publicado en el sitio
Sofeminine contaba que el secreto para ir al trabajo contenta radicaba en que
lo hacía borracha: “En la mayoría de los bares en los que trabajé insistían en
que el personal se mantuviera sobrio. Como mucho, al final de la noche les
podían dar una copa de vino como premio por su buen trabajo, pero solo si la
noche había sido particularmente horrenda. Cuando tu turno empieza a la hora de
acostarse y termina cuando sale el sol y consiste en servir a grandes grupos de
idiotas incluso mayores cantidades de alcohol, es suficiente para infundirte
miedo desde el momento en que despiertas ese día. Pero había una razón por la
cual nuestro bar era tan popular, y era que los trabajadores estaban obligados
a beber tragos con los clientes. Así que, si ponía la rodaja de fruta
equivocada en la bebida de alguien, no pasaba nada: esa copa me la tomaba yo”.
Cuenta Pascale Day que durante sus turnos en el bar se hacía
amiga de clientes a los que habría odiado estando sobria: “No me molestaba que
la gente me invitara un trago en lugar de dejarme una buena propina. Tomábamos
tragos juntos y brindábamos por nuestro bar. Les encantaba poder venir a un
sitio donde no era raro que supieran nuestros nombres y nosotros los suyos;
como en Cheers, pero con cocaína”.
Y como si todo eso no bastara escucho programas de radio
donde les dan aire a las voces más retrógradas y fascistas del mundo actual,
contaminando el éter escudándose detrás de una supuesta libertad de expresión,
opiniones referidas a que habría una disonancia entre la defensa de la libertad
de expresión y la defensa que de Abel Albino hace Cecilia Pando, disonancia
cuya explicación me parece significativa, dadas las enormes diferencias entre
una y otra. El silencio no nos hace cómplices de nada: con él estaremos
contribuyendo a la descontaminación del éter. Todos hablan demasiado. Nosotros
no menos que otros. La cuestión me parece bastante gratuita y entonces
respondo: “OK, el trago estaba bueno”.
Abel Albino estaba borracho cuando aseguró que los
preservativos no sirven para proteger de enfermedades de transmisión sexual. Es
así de simple. La pregunta es: ¿quién invitó a Abel Albino al Senado? Los
idiotas no tienen la culpa, los que les dan voz a los idiotas sí.
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