De posible sucesor
a blanco de las críticas. La oposición
juega callada.
Por Roberto García |
Suele olvidarse: Marcos Peña fue declarado sucesor de Macri por el
propio Macri. Lo ubicó oligárquicamente delante de María Eugenia Vidal y
ni consideró la aspiración recurrente de Horacio Rodríguez Larreta. Menos una interna. Una
declaración atrevida, innecesaria, hija de la fatuidad. Era cuando el
Presidente gozaba de una supremacía eterna –según las encuestas–, se le
garantizaba la reelección en el 2019 ante cualquier escenario y el dedazo
futuro para designar a su heredero en las décadas siguientes.
Como Onganía
(“nos vamos a quedar diez años”), Alfonsín (encabezando el movimiento que
incluía a todos), Menem (con reelecciones sine die) o los Kirchner en su
dinastía constitucional. Ese destino manifiesto se decoloró gradualmente en el
Gobierno, ayer mismo abundaban versiones sobre la renuncia del jefe de
Gabinete: le cargan responsabilidades inciertas, se ha vuelto el pararrayos de
todas las descargas eléctricas. Hasta despierta una piadosa contemplación ese
rol de candorosa víctima.
Tal vez sea
exagerado el rumoreo sobre la pérdida del cargo, pero la certeza colectiva
indica que Peña no es el sucesor que imaginó el mandatario: nadie
lo sospecha arrastrando multitudes. Si es que alguna vez se vislumbró esa
posibilidad. Por el contrario, se devaluó como el peso en su propio ejercicio.
Para ser justos,
sin embargo, lo de Peña no es un accidente personal: en la fotografía actual,
ya ni Macri dispone de su propia suerte, cada noche se acuesta malhumorado en
Olivos, con la cabeza revuelta por contingencias que no figuraban en su
contrato de trabajo. Al menos, él nunca quiso leer esa letra chica del
convenio.
Efectos. Si la pegadiza
cercanía al Presidente le otorgaba a Peña beneficios y envidias, ahora ese
privilegio se volvió tóxico. Sigue el litigio con el dúo Vidal-Rodríguez
Larreta, con los nuevos monjes de la economía (léase Dujovne y Toto Caputo), ni
hablar de la confrontación con Frigerio y Monzó o las diferencias con el
hermano del alma de Macri, Nicky Caputo. El fluido de los que apartó de la
gestión también lo horada: Prat-Gay, Melconian, Aranguren, lo mantienen en sus
oraciones. Siguen los nombres, en el caso de que se divulgara una solicitada
para defenestrar a quien se considera máximo culpable por los desaciertos de
Macri. Desde la negativa para bloquear un acuerdo con la oposición a la
pertinaz hostilidad al peronismo, in totum, sin distinguir entre cristinistas o
simpatizantes menos extremos, con la sospecha inclusive de que éstos serían más
peligrosos.
O por influir con
su aparato sobre medios y periodistas. O impulsar el debate sobre la legalización del
aborto que le generó al Gobierno un brutal e inédito daño: lo castigan si sale
a favor, lo castigan si sale en contra. Bingo. Aunque la atribución más dolosa
al jefe de Gabinete proviene de la economía, del famoso 28D del año pasado, en
que bajo su tutela se enterró la fingida autonomía del Banco Central sin saber
lo que ocurría en ese trimestre –ligera mejora del PBI, positiva reacción en
sectores diversos– y sin calcular el descenso a los infiernos al que se lanzó
al país. Nunca desmintió Peña su autoría intelectual, ésa que multiplicó
al doble la tasa de interés, hizo trepar el dólar en 50%, igual que a la
inflación, desmoronando la actividad económica y disparando el riesgo-país.
Menudo aporte.
Entró Peña a la
caverna de los funcionarios maldecidos, lejos de la banda y el bastón que
sugirió Macri, aunque el jefe de Gabinete podría invocar: solo traduzco el
pensamiento del Presidente, su ambigüedad e hibridez, soy la mimesis. Para
agregar, en el formato publicitario de sus mensajes, que la economía está bien
y, como buen pastor, anuncia la llegada del triunfo electoral el año próximo.
Igual que otros políticos, cree sin haber visto.
Al revés de su
caída en la escala, sus rivales parecen subir con el silencio: la hermandad de
secta cierra la boca de Cristina, Lavagna padre, De la Sota y Massa. Ni una
palabra, como si guardaran una estocada. Tampoco habla mucho Urtubey, Uñac se
reduce a anticipar comicios en su provincia y ver el resultado en marzo, y solo Pichetto se presenta como el cantor de las
cosas nuestras del peronismo. Reúne el atractivo de unificar desde el Senado,
sin mandato escrito, al peronismo del interior, a gobernadores que en su
mayoría navegan entre sus necesidades presupuestarias, cotidianas, y una futura
reivindicación nacional, partidaria, que difícilmente sea distinta a la actual.
En ese juego, Pichetto participa como embajador clave, suma el
propósito de organizar el PJ intervenido por Luis Barrionuevo como
un centro de convocatoria. Dilema jurídico: queda o no el dirigente
gastronómico al frente –lo podrían apartar por estar en el expediente–, la
Cámara Electoral de dos siempre amaga una resolución con sospechosa demora.
Interesante la discusión entre los dirigentes: Barrionuevo sostiene que
el PJ, con él, le concede un rol al sindicalismo que hasta ahora nunca tuvo con
la viuda de Kirchner. Menos con Néstor. “O solo estamos para huelga, para poner
el cuerpo”, arguye. Su argumento no convence a los dos jueces que se expedirían
en su contra.
CFK y los
opositores mudos. La ex mandataria, recostada en la vieja administración y
fogoneando a los políticamente correctos del peronismo, se mueve silenciosa en
la campaña: aspira a ser Lula, pero sin detenerse en el calabozo (tema
controversial, ya que algunos magistrados suponen que bailará más de un minué
en Comodoro Py antes de fin de año). No contempla pasar por internas, destino
de Cleopatra. Igual que Lavagna, quien comienza a reclutar la mirada o visita
empresaria por la inestabilidad económica, aunque del Gobierno no lo consultan
ni por error. Más flexible en la democracia interna se revela Massa, hoy consagrado a visitar gobernadores,
intendentes y caudillos menores. Sin hablar en público, poco en privado. Su catarsis
o acting se repite: llega en hora –al revés de lo que fueran sus costumbres–,
pide disculpas por cierta arrogancia del pasado, se golpea el pecho en el
arrepentimiento, pide ayuda. Aunque no le crean, capitaliza el dato de que
Macri lo considera su oponente más odiado (al menos, en lo personal), hasta por
curiosidad lo atienden para saber la razón que explique tamaña inquina. Le
reconocen, además, un bastión legislativo en la Provincia que supo conservar a
pesar de la travesía por el desierto de estos últimos dos años y medio. Vale
esa cuota de poder: puede ayudar o perjudicar a la gobernadora, transacción
clave para los intendentes (dispuestos al objetivo de realizar comicios
separados del día de la reelección de Vidal). Está Massa en el fondo, pero empezó
a ver las estrellas, diría Oscar Wilde. No es el único.
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