Por Carlos Ares (*) |
Los ha visto antes, durante siglos, a muchos de esos perseguir,
atormentar, condenar inocentes a la hoguera, bendecir a Franco, a Hitler, a Mussolini,
a dictadores criminales, denigrar a las mujeres, celebrar y callar con reyes y
poderosos, ¿Y? ¿Nada?
¿Ni un rayo de luz cegadora que les parta al medio la
tenebrosa oscuridad en la que viven? ¿Ni un diluvio de razones y motivos para
ser humanos? ¿Ni una pesadilla espantosa que les impida dormir de noche? ¿Ni un
remolino de furia que les arranque las faldas y los desnude en público? ¿Ni un
cachetazo del destino que les dé vuelta la cara y les deje marcados para
siempre los dedos como señal de la infamia? ¿Nada?
¿Qué hace ese Dios con las cuentas pendientes que le dejan?
¿Las carga al sistema de bienaventuranzas? A ver, vayan pasando, los pobres,
los abusados, los perseguidos, los que tienen hambre y sed de justicia. No se
apretujen. Formen una fila infinita. Los necesitamos a todos para mantener el
equilibrio de poder. ¿Qué sería de nosotros sin ustedes, miserables? Aguanten.
La recompensa será grande en los cielos. Los divorciados y las mujeres, atrás,
salvo las que son monjas, secretarias o amigas. Las que abortaron y los
homosexuales, salgan por esa puerta lateral que da al vacío.
Las facturas de
Giordano Bruno, de Galileo, de los torturados y asesinados por la inquisición,
los nazis, los fascistas, ¿ya vencieron? Tanto que dicen defender la vida, ¿cómo
sobrellevan sobre la conciencia tantos muertos? ¿Rezan? ¿Una oración por
víctima? ¿Diez avemarías, seis millones de padrenuestros? ¿Niegan? Un pibe, uno
no más, uno solo que ahora mismo agoniza, desnutrido, ¿cómo se registra en las
biblias contables? ¿Qué es? ¿Un bienaventurado, una propina, un soborno, una
coima, un vuelto, un exceso de amor?
¿Cómo les da ese Dios palabras y voz a sus intérpretes y
voceros? ¿Les toca la frente cuando los consume la fiebre del deseo mientras
les da latigazos de palabras en la espalda? ¿Se las dicta mientras se masturban
o tienen una eyaculación nocturna? ¿Es por eso que acaban en mitad de la noche
murmurando “el aborto es Fondo Monetario Internacional y Fondo Monetario
Internacional es aborto”, como el cura Di Paola?
¿Por qué se meten en la vida de la gente? ¿En qué código
democrático está escrito ese supuesto derecho divino? ¿Quién les concedió la
autoridad para bajar línea, hacer lobby, abusar de sus privilegios y del dinero
público con que se los mantiene? Los que se absuelven de sus pecados veniales y
mortales y se conceden indulgencias por la complicidad con los responsables del
secuestro, la tortura y la desaparición de miles de ciudadanos, ¿qué quieren
ahora? ¿Que solo aborten las monjas o las fieles que compensan con diezmos,
siempre que no se hable ni se note? ¿Que de las demás no se diga, ni se trate,
ni se sepa nada? ¿Para eso necesitan amenazar, condenar, extorsionar, actuar
como la mafia sindical o policial? Los sucesores de aquellos que comulgaron con
los asesinos, Primatesta, Von Wernich, monseñor Plaza, ¿conspiran ahora otra
vez contra la democracia?
Clama al cielo la indignación que provoca semejante
hipocresía y cinismo. Pero, a la vez, cuando se clama al cielo, se grita y se
pide justicia ya desesperados, con la garganta desgarrada, ¿hay alguien ahí que
escuche? Ante la duda, como dice la “Canción de los vagabundos”, poema de Raúl
González Tuñón, “prosigamos si dios quiere/ nuestro camino sin dios/ que
siempre se dice adiós/ y una sola vez se muere”.
El siguiente paso de los desamparados debiera ser revisar la
cuenta. Dejar en claro que una cosa son ellos y otra el Estado. Hay que
terminar con los que nunca se hacen cargo de nada. Con el “pagadiós”.
(*) Periodista
© Perfil.com
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