Por Carlos Gabetta (*) |
La Revolución Sandinista, ejemplar en el combate contra Somoza y muy destacable
en sus primeros años de gobierno, ha devenido un populismo cívico-militar
latinoamericano típico: perpetuación en el poder, corrupción y represión
brutal, pareja presidencial glamorosa incluida.
Los progresos de la Revolución contra las desigualdades; en educación, salud, etc., logrados desde 1980 en paralelo con la guerra con la “contra” financiada por Estados Unidos, son innegables. Las conflictivas elecciones de 1990 acabaron en una ejemplar cesión del poder a Violeta Chamorro.
La muchas veces brutal represión ejercida desde el Ministerio del Interior sandinista, conducido por un legítimo héroe revolucionario, Tomás Borge, no puede desvincularse de la agresión externa: “En los ataques al gobierno nicaragüense, los ‘contras’ cometieron un gran número de violaciones a los derechos humanos y llevaron a cabo más de 1.300 ataques terroristas” (https://es.wikipedia.org/wiki/Contras). Para entender, basta un repaso a la situación latinoamericana desde 1980, cuando asumió Ronald Reagan. También a la “guerra sandinista contra los indios misquitos” le caben, con las diferencias del caso, las generales de esa ley. Esa guerra empezó entonces, y hoy continúa (https://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/america-latina/article109003092.html).
Pero después de la derrota electoral de 1990, en el sandinismo comenzó a manifestarse una descomposición ético-política de la que ya había síntomas. Las acusaciones de corrupción contra Tomás Borge (https://elpais.com/internacional/2012/05/01/actualidad/1335904882_089728.html), entre otros escándalos, se agregaron a las discrepancias políticas: tanto Sergio Ramírez, revolucionario sin tacha y vicepresidente de Daniel Ortega, como el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal se alejaron no ya del sandinismo, sino del gobierno.
Y una vez más, la presión internacional en juego. Para el caso, de la Iglesia Católica, cuyas idas y vueltas respecto al sandinismo (hoy, “anti”) son conocidas. Lo ocurrido con Cardenal es ejemplar: “El 4 de febrero de 1984 –en el marco de la Guerra Fría–, el papa Juan Pablo II suspendió a divinis del ejercicio del sacerdocio a los sacerdotes Ernesto Cardenal, Fernando Cardenal, Miguel D’Escoto y Edgard Parrales, debido a su adscripción a la ‘teología de la liberación’. Treinta años después, el 4-8-14, el papa Francisco ordenó levantar el castigo. El 19-1-17, entrevistado por el periodista argentino Enrique Vázquez, Ernesto Cardenal afirmó que solo D’Escoto fue reconciliado con la Iglesia; que él no lo está ni desea estarlo. Se expresó con las siguientes palabras sobre el perdón papal: ‘¡Eso es falso, solo fue así en el caso de Miguel D’Escoto! Nunca me levantaron la suspensión sacerdotal y no me interesa que me la levanten’” (https://es.wikipedia.org/wiki/Ernesto_Cardenal).
Así, el sandinismo de Daniel Ortega ha completado el ciclo político negativo que en estos tiempos –nunca es para siempre– lleva de los sueños a la realidad; propia, regional, internacional. Hay crisis económica y guerra comercial mundial y en los EE.UU. gobierna Donald Trump; el chavismo venezolano se hunde en su propio fango y ya no ayuda a Nicaragua.
Daniel Ortega y su vicepresidenta, Rosario Murillo, han ido adaptando su ejercicio del poder a la descomposición global de estos tiempos. Aún cuentan con apoyos en la población, de modo que para Nicaragua la alternativa es el diálogo o la masacre, quizás hasta la guerra civil.
Otro sueño, de aquellos de los 70, roto.
(*) Periodista y escritor
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Perfil.com
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