Por Fernando Savater |
Bastó que la ministra portavoz del Gobierno hiciese una
mención de pasada a recuperar como asignatura obligatoria de bachillerato la
educación para la ciudadanía para que los guardianes de las esencias sacras
alzaran a los cielos su clamor: ¡pretenden imponer una ética de Estado! ¡van a
impedir que los padres elijan los valores en que educar a sus hijos!
Creo que
uno de los más importantes objetivos de la educación es que los niños conozcan
las alternativas que existen a los prejuicios de sus padres. Sobre todo en el
campo de los valores cívicos: educamos para vivir en sociedad, no solo en
familia.
En democracia, las leyes liberan y las tradiciones y
costumbres esclavizan. Algunos padres pretenden que sus hijos tengan los
pecados de la religión familiar por delitos públicos y que abominen de cuanto
se sale de la ortodoxia católica, musulmana, feminista y restantes jaulas
dogmáticas.
Sería preciosa una asignatura que permitiese a cada cual
elegir su perfil cívico desde preferencias razonadas que no descartasen las
tradiciones morales pero sin doblegar la individualidad ante ninguna de ellas.
Lo difícil es establecer el contenido de esa asignatura
imprescindible. Tendría que ser igual en todo el país, porque explicar que no
hay ciudadanías distintas según los territorios es la lección primera del
temario. Y debe combatir altos sofismas, tipo “la legalidad va por un lado y la
política, por otro” (imaginen esta variante en boca empresarial: la legalidad va
por un lado y los negocios, por otro). O aclarar que la Constitución puede ser
modificada pero no desobedecida. Y que si la justicia es “de género”, o “de
raza”, o “de clase”, deja de ser justicia para ser justificación. En fin:
¿quién enseña a los maestros lo que debe ser enseñado? Desde luego, los padres
no.
© El País (España)
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