Por Sergio Suppo
En un país en el que la tradición hace creer que los presidentes
tienen que dar, Mauricio Macri atraviesa su tercer invierno en la Casa Rosada
obligado a pedir. El Presidente es ahora como la versión inversa de Papá Noel y
pasa casa por casa entregando una lista de demandas. Ni él mismo imaginó,
apenas dos meses atrás, que la corrida cambiaria lo sometería a este drástico
cambio de papel.
La crisis financiera es ahora una crisis económica que detonó
el universo de relaciones que Cambiemos forjó para gobernar.
No hay novedad en la manera en la que Macri encaró las
soluciones, pero todavía crece una gran incógnita sobre el comportamiento del
resto de los protagonistas de la política y de la economía.
Macri hizo tres cosas desde que vio que el aumento del dólar
era otra de las cíclicas muestras de desconfianza que los mercados tienen
respecto de la desidia argentina para resolver sus problemas de fondo.
En primer lugar, recurrió al FMI, es decir, se aferró a la
ayuda más segura que encontró, aunque políticamente sea la más amarga. La
segunda medida fue de orden interno, ajustada al manual de las prácticas en
tiempos caóticos: concentró las decisiones económicas en un funcionario
-Nicolás Dujovne- aunque no se animó a terminar con su extendido esquema de
ministerios. Lo tercero que hizo es sacar a las piezas más desgastadas. Juan
José Aranguren, Francisco Cabrera y Federico Sturzenegger pagaron el precio de
las medidas que no funcionaron o que, debiendo ser tomadas (como los aumentos
de tarifas) resultan siempre en contra de quien pone la cara.
Para Macri todo pudo haber sido muy desgastante, pero es
apenas el comienzo de un trabajo más complejo. Ahora el Presidente está
renegociando todos los acuerdos que hicieron viable a su gobierno.
El primero y más importante de esos pactos es con su
electorado de clase media, a quien lejos de aliviarle la situación debe pedirle
que ajuste sus esperanzas y difiera las expectativas. Nunca es fácil pedirle
paciencia y sacrificio a quien cree tener más derechos que obligaciones.
Más concretos, otros acuerdos están cerca de las manos de
Macri. Es el momento de mostrar que tiene liderazgo interno para mantener unida
a su coalición, algunos de cuyos miembros suelen festejar como propios los
aciertos y criticar como ajenos los tragos amargos.
Con un calendario electoral que siempre se precipita, la
relación con el peronismo pasará por un nuevo ciclo de tensiones. Cálculos financieros
y políticos estarán al mismo tiempo y sobre la misma mesa durante los próximos
meses. La táctica con los gremios no es muy diferente. En lugar de reconocerle
poder a la CGT, el Gobierno busca acuerdos sindicato por sindicato para bajar
la temperatura.
Por fin, Macri también necesita pedirles algo a Cristina
Kirchner y sus seguidores. El Presidente necesita que el kirchnerismo siga así,
como su contraparte. Agitar el pasado es un añejo recurso para mantener el
control del presente.
© La Nación
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