Por Giselle Rumeau |
Pero quien haya pasado unos años por el
diván debería saber que el motor del ser humano es el deseo, que siempre es
inconsciente e insatisfecho, y no el instinto.
Precisamente, la teoría psicoanalítica barre con el concepto
del instinto materno. No existe tal cosa, dice. Y aunque esta afirmación tenga
ya sus años y cause horror en los pensamientos más rancios, se afirma en
explicaciones básicas. No somos animales que, justamente por instinto, copulan
entre padres e hijos y actúan con su cría siempre de la misma manera. Si fuera
así, no habría madres crueles que abandonen a sus niños o les infrinjan
castigos o vejámenes espantosos porque el instinto les diría que hacer. Los
seres humanos somos un poco más complejos que los animales. El instinto forma
parte del plano biológico y es una función que también tenemos como la
necesidad, relacionada con la supervivencia y la adaptación. Pero nosotros
estamos atravesados por la cultura y el deseo. Lo más apropiado aquí sería
decir que lo que existe es el deseo materno. O no, porque el deseo siempre es
propio del sujeto y no de la especie. Hay mujeres que desean tener hijos y
otras que jamás pensaron en ser madres. Pero unas y otras tienen relaciones
carnales más allá del mandato biológico. Se disfruta y se goza.
Pues bien, a esta altura del relato podemos argumentar que
el tema del deseo materno y el placer sexual está íntimamente relacionado con
la defensa de la prohibición del aborto.
Se sabe. Quienes se oponen a legalizar esta práctica
clandestina están en su mayoría en sintonía con los dogmas de la Iglesia
Católica, una institución con preceptos anacrónicos, que cuestiona la
sexualidad humana si no se practica como un acto reproductivo, que le impone a
sus sacerdotes algo tan antinatural como el celibato o que considera a la
homosexualidad como algo aberrante. Si fuera por la Iglesia, no habría Ley de
divorcio, ni matrimonio igualitario, ni preservativos necesarios para evitar el
contagio de enfermedades horribles como el sida. Pero la defensa de la
penalización no está ligada exclusivamente a las convicciones religiosas o
morales. No sólo se confunde la discusión religiosa con un tema de salud
pública. El problema principal de este razonamiento es con la sexualidad. O
mejor dicho, con la sexualidad de la mujer. Invisibilizar la práctica del
aborto no es otra cosa que invisibilizar la sexualidad femenina. Es un mecanismo
inconsciente. Que la mujer goce, además de ser objeto de placer, es intolerable
para esa mirada, y si se trata de una madre, mucho peor. No en vano suele
decirse que los mejores amantes varones son aquellos que perdieron el respeto a
su madre o hermana. Poder conjugar el amor tierno con el deseo erótico en una
misma persona es la clave de una relación amorosa sana.
Tampoco se trata de negadores seriales de la realidad. No
hay que ser muy perspicaz para saber que los abortos se practican en el país,
más allá de su prohibición. Y que son las mujeres de bajos recursos económicos
quienes mueren o sufren las peores consecuencias por no tener el dinero para
hacerlo en condiciones mínimas de seguridad e higiene. Pero quienes rechazan la
despenalización pretenden que el aborto siga permaneciendo en las sombras, como
un castigo por haber disfrutado. Es común escuchar de esas bocas frases
disparatadas, intolerantes y acusatorias hacia la mujer. "Lo hubiera
pensado antes de acostarse" o "van a usar el aborto como método
anticonceptivo", repiten sin pausa.
Salvo la vicepresidenta Gabriela Michetti -cuyas
declaraciones realizadas al diario La
Nación parecieran ir a priori contra cualquier lógica posible- gran parte
de quienes se denominan pro vida aceptan que la práctica se realice de manera
legal en casos de violación, tal como lo estipula la legislación argentina
desde 1921. ¿Cuál sería entonces la diferencia con las mujeres que no fueron
violadas? ¿Que estas últimas gozaron y por eso deben ser sancionadas y tener un
hijo no deseado?
"Yo no hubiera permitido el aborto ni en casos de
violación. Lo dije claramente siempre. Lo podés dar en adopción, ver qué te
pasa en el embarazo, trabajar con psicólogo, no sé", dijo Michetti hace
doce días.
El pensamiento de la Vicepresidenta es el más machista de
todos. Quizá piense que la niña salteña de 10 años violada por su padrastro,
embarazada y obligada a ser madre porque las normas locales no permiten el
aborto a contramano de la legislación nacional, hizo algo malo para soportar
ese abuso. ¿Creerá que se lo merece tan sólo por ser mujer?
El lema a favor de la vida utilizado por los antiabortistas
es un slogan efectista para una campaña publicitaria, pero poco serio para
elevar el nivel del debate. ¿Quién puede estar en contra de la vida? Es un
postulado tramposo. Como suele afirmar el ex ministro de Salud Ginés González
García, la vida viene con el espermatozoide y el óvulo que son células vivas.
Pero una cosa es la vida y otra es la persona. "La semilla es vida pero no
es el árbol", repite Ginés.
¿Habrá que evitar el sexo por placer entonces para no
desperdiciar óvulos y espermatozoides? Está claro que no. Lo que queda a la
vista es que quienes se oponen a la legalización del aborto no es la vida lo
que defienden sino la represión de la sexualidad femenina.
© 3Días
0 comments :
Publicar un comentario