Por Tomás Abraham (*) |
Me impide conservar la ecuanimidad necesaria para un tema tan delicado como el del nacimiento y la maternidad, el de la vida y los derechos individuales.
Respeto a quienes
en nombre de su fe religiosa se oponen a la despenalización o a la legalización
de un acto que consideran un pecado mortal. Solo puedo argumentar que un
acólito de una Iglesia que –desde el siglo IV de nuestra era– hace de la
virginidad una escalera al cielo y del celibato de sus pastores una condición
de su ejercicio, y de una creencia que condena el placer sexual como una mancha
moral, evidentemente votará en contra de la ley aprobada en la Cámara de
Diputados.
Pero Pinedo, en
lugar de rechazar la ley, propone una alternativa que obliga a la mujer que no
desea ser madre a concebir un hijo bajo la vigilancia del Estado, que la
compensará con un dinero durante los meses de su gestación y hasta que
aparezcan adoptantes para el niño o la niña y le pedirá su aprobación de los futuros
tutores. Será tenida en cuenta la opinión de la madre sobre las creencias de
los próximos padres en la medida en que no quiera que su vástago caiga en manos
de vaya a saber qué tipo de herejes.
En caso de
desobediencia, la mujer que aborta será penada con un castigo
menor que el existente hasta la fecha.
Pinedo no vive en Escandinavia sino en un país en el que el Estado no solo no se hace cargo de sus deberes y funciones, sino que está quebrado, cuyos hospitales carecen con frecuencia de los insumos básicos, en los que los pacientes deben esperar un turno durante un lapso de tiempo que agrava sus dolencias y los hace correr riesgos en los que la vida está en juego, y, además, su sistema de adopción está sospechado no solo de corrupción, sino de negocios turbios y siniestros.
Cuando el proyecto
de Pinedo dice que en caso de no encontrar nuevos padres el niño podrá ser
alojado en albergues u orfanatos ideados para tal fin (“hogares de
acogimiento”); entonces, lo que he denominado “estafa” deja de serlo al
variar su contenido: no es una estafa, es un acto perverso.
El debate en la
Cámara de Diputados fue un acto democrático en el que la grieta no hizo de las
suyas. El corte transversal impidió que la comodidad maniquea de los bloques
–que en nombre de la obediencia debida y la lealtad votaban según conveniencias
propias– se deshiciera y fragmentara más allá de etiquetas e identidades.
Debieron argumentar
con algo más de imaginación. Fue penoso que un diputado como Agustín Rossi
no pudiera evitar la demagogia más barata al invocar a las adolescentes de 13,
14 o 15 años, con sus pañuelos verdes, invitándolas a una fiesta abortista que
lo emocionaba.
La perversión tiene
dos caras. La de la irresponsabilidad que hace de un acto doliente un cebo para
atraer juventudes, y la del benefactor de futuras madres a las que humanamente
obliga, y les paga para que se sometan –aprovechando situaciones de abandono en
las que, para sobrevivir, mujeres desesperadas se resignen a la maternidad–, al
mandato del poder.
Posdata: Deberíamos
agradecer al proyecto del senador Pinedo por el mero hecho de transparentar la
posición ética de quienes desde una defensa de lo que ellos llaman “vida”
votarán en contra de la Ley de la despenalización del Aborto.
Los datos sobre la
cantidad de abortos que se hacen por año varían. Hay números de 2005 que hablan
entre 480.000 y 500.000 abortos por año. De aprobarse la ley de Pinedo
nacerían el año que viene medio millón de niños y niñas no deseados.
Suponemos que las
mujeres de alto poder adquisitivo no necesitan de los pocos pesos que el estado
distribuye en planes sociales y abortarán igual en las mejores condiciones que
encuentren, sin riesgos de salud ni de ser penalizadas, como lo han hecho hasta
ahora. Pero las mujeres en situación de indigencia que no llegan a alimentar a
sus hijos porque nada tienen, podrían aceptar la ayuda social del estado que
promete encargarse de la manutención del niño hasta encontrarle un nuevo hogar.
Suponiendo que el
niño no sea víctima de los traficantes de menores y que permanece un tiempo con
la madre natural, ya que por ser “morochito” será difícilmente ubicable,
tendremos cientos de miles de recién nacidos a ser depositados en inmuebles
para huérfanos en medio de la indiferencia y el sufrimiento de los seres no queridos
por nadie.
Agradecemos a
Pinedo que nos haga saber que en defensa de la vida de un embrión condene a
cientos de miles de niños al abandono y a sus madres a una maternidad no deseada y a ser
progenitoras de hijos que no verán nunca más.
Ésta es la moral de Pinedo y de todos a los que representa.
(*) Filósofo (www.tomasabraham.com.ar)
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