Por Loris Zanatta
Hace apenas tres años, cuando Mauricio Macri derrotó a los
peronistas en Argentina y el chavismo perdió las elecciones legislativas en
Venezuela, muchos pensaron que el populismo estaba refluyendo en América
Latina. Hoy, con Macri en dificultad y el triunfo de López Obrador en México,
el contra-orden suena aquí y allá: estábamos equivocados, el populismo está más
vivo que nunca.
Mientras tanto, sin embargo, Maduro permanece al borde del
abismo, donde se le unió su compañero, Daniel Ortega. Colombia y Chile han
elegido gobiernos conservadores. ¿Entonces? El aparente caos debería inducir a
todos a ser cautelosos. Tomemos el caso de López Obrador: triunfó la
"izquierda", tituló medio mundo. Sí: porque el populismo
latinoamericano es "de izquierda"; y todos a aplaudir al Papa que
abraza su emblema, Evo Morales.
¿Será verdad? ¿Por qué, entonces, se alía Obrador con un
partido evangélico de derecha? ¿Y por qué un partido de derecha y uno de
izquierda fueron aliados en su contra? ¿Por qué sucede lo mismo en Venezuela y
otras mil veces ocurrió en la historia de América Latina? En realidad, México
no "gira a la izquierda", sino que regresa a la tradición populista,
nacionalista y antiliberal que ha dominado su historia y de la que nunca se
alejó mucho; y el reformismo liberal-democrático toma la enésima paliza. Muchos
la pifiarán con el nuevo presidente como ya la pifiaron con Chávez, con los
sandinistas, con Castro.
América Latina nunca va de la mano en una sola dirección, o
al mismo tiempo. ¿Por qué debería? Son todos países diferentes y el de la
Patria Grande es un mito político que produce tanta retórica y pocos hechos.
¿En qué se basa el mito? Los que le cantan loas parecen olvidarlo a menudo,
pero salta a los ojos: la raíz histórica de la Patria Grande no puede ser otra
cosa que el pasado común, el que dejó lengua y religión,una
"cultura", para decirlo con una palabra que abarca todo. Ese pasado es
el pasado hispano; y el corazón del pasado hispano es la cristiandad, no tanto
entendida como fe, sino precisamente como "cultura". No es poco: el
pasado no es una compulsión a repetir, pero es el material con el que se forja
el futuro. Bueno: el populismo latinoamericano tiene sus raíces en ese pasado;
y siempre a ese pasado se debe la fragilidad crónica de la planta liberal en
América Latina. Así se explica también la fascinación de que todavía goza el
populismo latinoamericano en España y en esa parte de Italia que durante tanto
tiempo fue España; el delgado hilo que une el peronismo, Podemos, Movimento 5
Stelle y muchos otros.
Pero, ¿en qué consiste este populismo latino? Basta con
revisar los discursos de sus líderes históricos -desde Perón hasta Chávez
pasando por Castro- y prestar atención a su lenguaje: no hay rastro de un
léxico o un imaginario de "izquierda", si con esa palabra se alude al
evento que sancionó su origen, la revolución francesa. En cambio, todo se
refiere al universo semántico e ideal de la cristiandad hispánica: se destacan
las referencias obsesivas a "sacrificio", "disciplina",
"muerte", "sangre", "fe"; a la cruz para
predicar, a la espada para convertir. Su ideal nunca fue el de una sociedad
próspera, equitativa y libre, sino el de una comunidad de fe, una reducción
jesuítica unida por la obediencia a un Dios, a un líder. La palabra
"pueblo" es el arquitrabe del populismo latinoamericano; ese pueblo,
comunidad sin individuos, está a años luz de la naturaleza secular de la
izquierda nacida del vientre iluminista; en cambio, refleja la tradición
confesional y autoritaria de la Contrarreforma. Por lo tanto, el populismo no
es, en el mundo hispano y latino, nada "progresista"; la tradición
secular y liberal lo es mucho más.
No sorprende que lo primero que se le ocurrió a López
Obrador al ser elegido, fuera pedirle ayuda al Papa para solucionar los
problemas de México: tamaña empresa, que todos esperamos dé mejores frutos que
en Venezuela o Nicaragua. Esto no impide que sea el alter ego de Donald Trump:
uno fortalecerá al otro. La narración es la misma en ambos casos, como en todo
populismo: había una vez un pueblo unido, virtuoso e inocente. Pero algo -la
historia, los mercados, la modernidad- o alguien -las élites, los inmigrantes-
lo ha enfermado y corrompido. El redentor le hará expiar el pecado, lo
purificará, lo guiará a la tierra prometida. Reducido al hueso, el populismo es
esto: en términos históricos es una nostalgia de unanimidad, el sueño de
regenerar una unidad primordial, una comunidad perdida; en términos
espirituales, es la ilusión de sacudirse de encima el pecado original que
condena el hombre a la imperfección y la caducidad.
En los Estados Unidos, el populismo no piensa en un orden
político opuesto al constitucionalismo liberal, ya que es lo único que existe
en su pasado. En América Latina sí que lo piensa y lo busca: en su pasado no
hay iluminismo o liberalismo, sino con cuentagotas y en en las capas sociales
superiores; en cambio está la cristiandad hispana que era su enemigo feroz y
que continúa siendolo a través del populismo. ¿En qué sentido? Al igual que en
la cristiandad antigua, el populismo latino no concibe a la comunidad política
como un pacto racional y pluralista entre diferentes sujetos, sino como una
comunidad natural unida por la fe; una fe que hoy se llama ideología:
peronismo, castrismo, chavismo. Encima de las instituciones políticas, se
encuentra una figura mítica, el pueblo, que es depositario de esa fe.
Pero, ¿quién es el pueblo? El pueblo son "los
pobres", "los humildes", como si las dos cosas fueran una sola,
inocentes y puros portadores de esa "cultura" ancestral, de saludable
e incorrupta moral evangélica; tal es el pueblo del populismo, ante quien el
disidente de hoy es el hereje del ayer; marrano aquel, gusano este. Por eso el
populismo es tan incluyente; por eso se inspira en la parábola evangélica de
los panes y los peces y termina en su nombre por reproducir la pobreza del
pueblo de que se alimenta. Pero por la misma razón, el populismo latino es tan
autoritario: porque su idea mítica de pueblo no admite el pluralismo; su mundo
es binario: pueblo y oligarquía, apocalípsis y redención, bien y mal; la guerra
religiosa reemplaza la dialéctica política. Por eso López Obrador se sintió en
deber de tranquilizar a los mexicanos: no crearé una dictadura, les dijo; no
debería hacer falta decirlo. ¿El populismo latino es de izquierda? ¿De derecha?
No, es el todo y el todo aspira a ser. La historia de América Latina sigue su
camino de siempre: a cada tibio intento democrático liberal, le sigue un fuerte
retroceso populista. México es la norma, no la excepción.
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario