Por Carmen Posadas |
Por supuesto me dio mucha alegría que tuviera
final tan feliz. También estoy de acuerdo con los que señalan que la peripecia
de los trece Jabalíes ha sido un positivo contrapunto con respecto al resto de
las noticias que nos devoran: conflictos étnicos, crisis, guerras, infinitas
torpezas políticas o cualquiera que sea la extravagancia semanal de Trump.
Tampoco pienso aguar la fiesta señalando que,
mientras se rescataba a los chicos, no muy lejos de allí, en Puket, y debido al
mismo temporal, treinta y tres turistas perdieron la vida en tanto que aún más
al sur naufragaban otros dos barcos causando otra cincuentena de muertos. De
los últimos dos naufragios las agencias de noticias ni siquiera se ponen de
acuerdo en el número de víctimas, pero tampoco parece que importe demasiado,
siempre ha habido tragedias más mediáticas que otras y desde luego no hay nada
tan imbatible, mediáticamente hablando, como un drama que acaba bien.
Los bien pensantes han señalado lo inspiradora que
ha sido la gesta. Incluso un periódico tan poco dado a la sensiblería
como The Guardian señaló en su editorial que «la aventura de
la cueva de Tailandia ha sido un poderoso recordatorio de lo que el ser humano
es capaz de hacer cuando se sobrepone a sus miedos: salir adelante y anteponer
a su prójimo. Doce niños fueron devorados por la oscuridad el mes pasado. Pero,
cuando lograron retornar a la luz, con ellos nos la han traído también a
nosotros».
No obstante, y ya digo que sin ánimo de aguarle la
fiesta a nadie, existe un curioso efecto colateral de la noticia que me
gustaría comentar. Antes de que Internet convirtiera al mundo en un colosal
escaparate, antes de que, gracias a las redes, cualquiera puede tener su cuarto
de hora de gloria universal, un sucedido como este habría servido para advertir
de lo que puede pasar si doce niños que no saben nadar se adentran (nada menos
que cuatro kilómetros) en una peligrosa cueva. De hecho, he aquí el origen de
lo que ahora conocemos como literatura. Contar al resto de la tribu qué pasa si
uno se mete en la boca del lobo. Un aviso a incautos, una alerta a cabezas
locas. Pero todo eso era antes.
En el mundo hiperconectado ocurre todo lo
contrario. Durante el rescate y también después, en todas las televisiones
entrevistaron a personas que habían vivido situaciones parecidas. Sus
respuestas eran siempre las mismas. «Estuve a un tris de perder la vida, pero
volvería a hacerlo mil veces». «Pasé meses en coma después de un accidente de
buceo, pero lo primero que hice al sanar fue volver a la misma cueva
submarina». Y a todo el mundo le parece sensacional. Nadie piensa «qué
imprudencia, habrá aprendido algo, tendrá más cuidado de ahora en adelante»,
sino que admira su arrojo, su desprecio a la muerte. Es, salvando las
distancias, el mismo fenómeno que el balconing, o caminar por la
cornisa de un rascacielos, o circular a 260 kilómetros por hora en un coche y
grabar la hazaña, o cualquiera de las gestas imbéciles que uno ve en Internet.
Qué valientes, qué machos, voy a darles un like y a ver qué se
me ocurre para convertirme yo también en noticia por un día.
Por eso las gestas con final feliz como la de los
Jabalíes ya no cumplen su función aleccionadora de antes, sino más bien todo lo
contrario.
Por eso da exactamente igual que, para rescatar a un incauto que se cree espeleólogo/submarinista/alpinista/funambulista o lo que sea, se gaste una fortuna e, incluso, pierdan la vida uno o varios de los rescatadores; la gente cada vez necesita echarle órdagos más sonados (y mediáticos) a la muerte. Por la magra gloria de ser alguien durante un cuarto de hora, por un puñado de Likes o por salir en el telediario de las nueve.
Por eso da exactamente igual que, para rescatar a un incauto que se cree espeleólogo/submarinista/alpinista/funambulista o lo que sea, se gaste una fortuna e, incluso, pierdan la vida uno o varios de los rescatadores; la gente cada vez necesita echarle órdagos más sonados (y mediáticos) a la muerte. Por la magra gloria de ser alguien durante un cuarto de hora, por un puñado de Likes o por salir en el telediario de las nueve.
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