Imposición. La ley de trasplante salió casi en silencio, carente de información y de debate. |
De quién es el cuerpo de una persona? Por detrás de una ley
recientemente sancionada y de un proyecto que ahora se discute en el Senado,
resuena esta pregunta, que tiene ecos políticos, filosóficos y morales.
Y como
las personas no son solo cuerpos, sino una integración
física-psíquica-espiritual, el interrogante se extiende a la voluntad, a la
necesidad, a las ideas, a las creencias, a la intimidad y a la ética del
individuo humano. Tanto en la flamante ley de trasplante de órganos, tejidos y
células, como en el proyecto de despenalización del aborto, asoman respuestas a
la pregunta inicial.
De manera autoritaria la ley de trasplante determina que,
apenas una persona muere, su cuerpo es propiedad del Estado, al tiempo que
niega a sus familiares la potestad sobre el vínculo, su necesidad de atravesar
el duelo en los tiempos y modos que necesiten y hasta la opinión y las
creencias sobre el tratamiento y la honra a los muertos. La ley se inspira en
una supuesta solidaridad que deja de ser tal en cuanto se convierte en
obligatoria, y al mismo tiempo, por la forma en que fue presentada
públicamente, puede ser sospechada de extorsión moral. ¿Cómo cuestionarla sin
arriesgarse a ser señalado como egoísta, insolidario, y casi antihumano? Se
dirá que existe la opción de manifestar en vida la voluntad contraria. Pero
ésta es una nueva imposición, en cierto modo anacrónica y caprichosa. ¿Por qué
someterme a un procedimiento burocrático (que además no está definido ni
reglamentado) sobre una cuestión que, hasta esta imposición, no estaba en el
horizonte de mis preocupaciones esenciales? Si fuese al revés, es decir si
tuviera la posibilidad de elegir y optara expresamente por donar mis órganos,
mi acción sería de veras solidaria y moralmente valiosa.
Llama la atención que ninguna de estas cuestiones se haya
discutido pública y socialmente, que la ley haya salido casi en silencio y que
la ciudadanía, carente de información clara y precisa y de la posibilidad de
debatir sobre el asunto, quede embretada en una disposición tan grave. Disponer
autoritariamente de un cuerpo es una manera de no respetar la huella del paso
de esa persona por la vida. Como si se aguardara compulsivamente su último
aliento para proceder a desmembrarla. Con lo poco que sabemos sobre la muerte,
que es el momento más misterioso de cada vida, a pesar de siglos de filosofía.
Por otra parte, si el proyecto de despenalización del aborto
fuese rechazado en el Senado, y aquel acto siguiera tratándose como un delito
(irresponsablemente se tildó de “nazis” y “asesinos” a quienes viven este
drama), una vez más el Estado aparecería como regente, y acaso propietario, del
cuerpo humano. Y, con él, de la persona, ya que ésta no es, vale repetirlo,
solo un cuerpo. La discusión sobre el proyecto tiene, además, facetas inmorales
y obscenas. Presiones sobre senadores. Negociación de votos a cambio de
beneficios políticos, personales, partidarios o provinciales. Internismos.
Intervención de instituciones que, más allá de discursos morales y
espirituales, desnudan crudos intereses terrenales. Y, mientras eso ocurre,
miles de mujeres siguen muriendo en condiciones indignas y clandestinas, como
potenciales delincuentes. Son seres reales, tangibles, sobre cuyas vidas y
decisiones se especula y se manipula con pavorosa levedad, sin la menor empatía
ni compasión, ignorando la hondura del drama que la experiencia significa.
La legalización del aborto no significa obligación de
abortar. Parece mentira que sea necesario aclararlo, pero cierta necedad obliga
a hacerlo. Y la donación obligatoria de órganos no es solidaridad. El cuerpo es
un territorio sagrado, intransferible. No se trata de un conjunto de órganos y
miembros, sino del cimiento de la identidad, de la confirmación del ser en toda
su extensión, tangible e intangible. No debe ser violado, ni en la vida ni en
la muerte. Y ninguna institución, llámese Estado o como fuera, debería erigirse
como su propietaria y legisladora. La moral empieza con el respeto al otro. Al
otro de cuerpo presente.
(*) Periodista y escritor
© Perfil.com
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