¿Cambió Macri? Pasó
de ser el gran constructor de la nueva política a un presidente que no termina
de encontrar
el camino correcto.
Por Gustavo González |
Sí, pobre: hace media hora se estaba probando el traje de su
segundo mandato y la única duda del círculo rojo era qué macrista lo sucedería
en 2023.
Esa certeza era la del establishment, la clase política y
los medios; influidos a su vez por el triunfo de octubre, el desbande opositor,
las encuestas posteriores y los cantos de sirena del exterior. Hoy ya nadie
está seguro de nada.
¿Cambió Macri? Pasó de ser el gran constructor de la nueva
política a un presidente que no termina de encontrar el camino correcto.
El mismo que antes era visto con capacidad para cambiar,
ahora es criticado porque cambia a cada rato. El que un día era experto en
aprobar leyes y generar gobernabilidad, al otro no atina a cómo contener al
Congreso más que con un veto. Al ajedrecista que sabía qué pieza mover para que
Cristina explotara se le descubrió el juego.
En fin: el hombre que había encontrado la vuelta para
gobernar sin ser peronista es el mismo al que hoy se muestra dudando sobre si
deberá elegir un delfín para que el peronismo no regrese en 2019.
¿Tanto cambió Macri
en tan poco tiempo? ¿Tantas torpezas cometió entre octubre y hoy para pasar
de la “reelección obvia” al eventual “Plan V” de Vidal sucesora, como tituló
Noticias?
¿Qué pasó entre los más de 50 puntos de imagen positiva y
los temblorosos treinta y tantos de este otoño frío?
Es cierto que nunca se está más cerca del fracaso que
después de un gran éxito y que los resultados de la última elección parecieron
obnubilar la razón del oficialismo: cambio de metas y degradación del Banco
Central, represión indiscriminada en el Congreso, exclusión del ala política
del oficialismo, ruptura con opositores cercanos.
También es cierto que el Gobierno decidió avanzar con
aumentos tarifarios a repetición y que hasta la buena onda de sus votantes se
esfuma cuando les tocan el bolsillo sin otro beneficio inmediato que la suba de
la inflación y la caída del salario real.
Panquequismo. El
súbito cambio de clima se dio en medio de los mejores índices económicos de su
mandato: disminución del desempleo al 7,2% y crecimiento de la economía durante
seis trimestres seguidos, el ciclo más prolongado desde 2011. Esta semana se
conoció que, antes de la corrida cambiaria, la actividad industrial volvió a
crecer en abril un 3,4%, y la construcción un 14%. El viernes, la recaudación
marcó un nuevo récord con una suba del 43,4%.
Sucede que antes que por los índices de crecimiento, el
inconsciente nacional está dominado por las crisis devaluatorias de su
historia. Por eso, el explosivo incremento de más del 40% del dólar en seis
meses hace pensar que el 12% de inflación en ese período puede ser solo el
principio. Frente a esa amenaza, lo demás se ve como beneficios intangibles.
Está claro que los planes del Gobierno no salieron como
estaba previsto, pero sorprende la velocidad con que cierto imaginario
transformó a sus funcionarios de jóvenes geniales en mediocres. Sorprende más
en el círculo rojo.
El ministro Etchevehere se plantó como la voz de un campo
enojado ante el posible freno a la baja en las retenciones a la soja, que este
año representarían unos $ 20 mil millones menos de recaudación. La idea oficial
ocurrió en momentos en que suben tanto la soja como el dólar. El malestar con
Macri parece injusto: solo por la quita de retenciones que ordenó al asumir, se
transfirieron US$ 2 mil millones anuales del Estado a ese sector.
La misma UIA que hace poco más de un mes celebraba los
índices de crecimiento industrial, el viernes dijo que lo mejor ya había
pasado. Y eso que ahora hay un dólar alto, como siempre reclamó.
Los peronistas que se rendían ante un supuesto Macri estadista
ahora dicen que nunca estuvieron más cerca de regresar en 2019.
Los radicales creen que el problema es que el macrismo no
entiende de política. Carrió dice que están todos bajoneados. Y el ala política
del PRO sufre: “El problema no es Macri, sino nosotros que quisimos verlo
distinto”.
Hasta los medios y periodistas que eran contemplativos y
privilegiaban investigar a los K denotan una ira en ciernes.
Pero tantas molestias repentinas y esa pronunciada pérdida
de imagen positiva en tan poco tiempo hablan más de quienes cambiaron de
opinión que del propio Presidente y de sus errores de gestión.
¿Qué es Cambiemos?
Es la representación de una nueva red social que se alió para llegar al poder,
distinta a todas las anteriores. Una red que no es monoclasista, como la de los
tradicionales partidos liberales o conservadores (con mayoría de clase alta),
la del radicalismo (clase media) o la de los llamados partidos de izquierda
(mayoritariamente pequeña burguesía).
Tampoco es la representación política del dúoclasismo
peronista (sectores populares aliados a distintos tipos de burguesía, según la
época).
Macri está donde está por una alianza policlasista que cruza
a distintos grupos sociales. Esa es su fortaleza, la que le dio la
gobernabilidad que no tuvieron las administraciones radicales. Pero es también
su debilidad: ese policlasismo significa muchos grupos de presión que comparten
su decepción con el pasado, pero cuyos intereses pueden ser contrapuestos y requieren de realineamientos
constantes.
Son sectores que están imbuidos por una posmodernidad que
atraviesa a pobres y ricos, con su consecuente escepticismo sobre lo
establecido, la frivolidad para observar la realidad, la espectacularización de
la vida política, el miedo al aburrimiento y los abruptos cambios de hábitos,
de opinión y de modas.
Cuando se critica a Macri por no tener un relato, lo que
quizá pase es que su audiencia no lo gestó para que exponga una épica que puede
sonar a hipocresía y fracaso. Macri fue elegido por sus discursos cortos, su
pragmatismo ideológico y bailar al ritmo de Gilda y no de las marchas peronista
o radical.
¿Pobre él? Enfrente suyo tiene a un kirchnerismo que es el
heredero de una modernidad aggiornada. Sus seguidores sí necesitan un relato y
ese relato logró que el último mandato de Cristina no fuera visto como
decepcionante por sus resultados económicos.
El relato explica y justifica, y puede convertir en
revolucionario el pago del último centavo de deuda al FMI, el rechazo de su
líder al aborto o una pobreza del 29%.
Duran Barba tienen registrado que no existe ningún otro
grupo duro como el kirchnerismo que en la Argentina reúna al 20/25% de la
población, “y por lo menos la mitad de ellos da la vida por Cristina”. Cuando
se le pregunta cuántos darían la vida, siempre metafóricamente, por Macri, la
respuesta es breve: “Ninguna”.
Duran Barba no lo dice con pesar, sino porque lo dicen sus
encuestas y porque celebra que “dar la vida” por un político sea cosa del
pasado.
Sin embargo, la falta de ese tipo de relatos épicos hace que
las cifras de la economía sean simplemente eso y que no haya forma de
argumentar que lo que parece mal en realidad no lo está tanto o que vale el
sacrificio heroico del presente para que “la Patria no esté en peligro”.
Este nuevo clima también es producto de sectores que son tan
pragmáticos como Macri, a quien un día le pueden dar un “like” y al siguiente
bajarle el pulgar.
Aunque tal vez esa ciclotimia le juegue a favor y, tras el
acuerdo con el FMI, logre recomponer también rápido el optimismo económico y
revivir los fantasmas del pasado.
Pobre Macri. Pero
también a Alfonsín, Menem, De la Rúa, Kirchner y Cristina les pasó lo mismo.
Eran geniales y pasaron a ser ineptos o corruptos en un instante.
No fueron tanto ni son tan poco. Son lo que los sectores que
representan son, con sus aspiraciones, frustraciones y capacidades.
Ellos son lo peor y lo mejor que supimos conseguir.
Y no son los pobres. Los pobres somos nosotros.
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